La bandera del buen ballet
El mítico teatro moscovita ha tenido siempre su emblema en el ballet, a pesar de contar también con una solidísima tradición operística. La danza clásica, primero protegida de los zares y después por los comisarios políticos de la revolución bolchevique (quienes trataron de imponer una línea de realismo socialista que fue abandonada), ha sido la muestra cultural por excelencia, junto a música y literatura, de la cultura rusa desde principios del siglo XIX.Había dos catedrales del ballet en Rusia: el Teatro Marinskii en San Petersburgo, y el Bolshoi en Moscú. Una vieja pugna entre ambos templos ha sido alimentada durante decenios por balletómanos y especialistas. Lo cierto es que bailaban de muy diferente manera las mismas piezas.
El Bolshoi, con el imán de estar en la capital del Estado, repetidamente y con amabilidad felina robó talentos y estrellas a San Petersburgo. Así se hicieron moscovitas de adopción, Galina Ulánova, Mijail Lavrosky, y Yuri Grogorovich, que con el tiempo, sería ogro y fantasma de la destrucción, imponiendo su nefasto repertorio personal y a su mujer como diva cotidiana. Hoy en día todos esperan, para empezar un verdadero cambio y salvación, que este oscuro personaje desaparezca de una vez. Tampoco se ve en el horizonte un nombre prometedor capaz de una digna sustitución.