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El centenario de Max Ernst se celebra con una gran retrospectiva en Londres

La Tate Gallery reúne más de 200 obras del artista alemán

Este año se celebra el centenario del nacimiento de Max Ernst, uno de los más importantes artistas de este siglo. Nacido cerca de Colonia en 1891, estudió filosofía y psicología antes de convertirse en pintor. Esto no sucedió sino después de combatir durante la I Guerra Mundial, cuando Ernst participó activamente en la creación del movimiento dadaísta alemán. Más tarde, y ya en París, se convertiría en uno de los grandes protagonistas del surrealismo. La Tate Gallery de Londres presenta hasta el 21 de abril una de las más amplias retrospectivas de la obra de este artista.

Desde sus inicios y hasta el final, su obra fue el fruto de¡ desarrollo de las más insólitas ideas al servicio de una experimentación técnica constante. Más de 200 obras, entre lienzos, dibujos, collages y esculturas, seleccionadas por Werner Spies en Europa y América, permiten el apasionante seguimiento de la evolución de un creador escéptico y visionario, que ha dejado una gran huella en el siglo que termina.

Ernst fue un pintor autodidacto. Durante su época de estudiante en la Universidad de Bonn conoció a August Macke y, a través de él, a Robert Delaunayy a Guillaume Apollinaire. Estos le pusieron en contacto con los movimientos vanguardistas de principios de siglo, y sus primeras obras no fueron sino investigaciones irónicas sobre el cubismo, el futurismo y la obra de artistas como el aduanero Rousseau y Franz Marc. Tras la I Guerra Mundial, Ernst conoció a Klee personalmente y, por medio de reproducciones, la temprana obra de De Chirico.

Serán sus primeros collages de 1919, repletos de alusiones eróticas y escatológicas, el primer paso de una obra ya absolutamente personal. En éstos, una mente manipuladora parece divertirse relacionando paradójicamente elementos diversos al tiempo que se oculta su procedencia. Un afán de plausibilidad los aleja de los papier-collès cubistas, mientras que la abstracción y el constructivismo de sus inicios dadaístas dan paso a imágenes enigmáticas que revelan una fascinación por lo inexplicable. También, al abandonar temporalmente la pintura y valerse de informaciones visuales ya existentes, Max Ernst se distanciaba del optimismo propio de las vanguardias históricas en lo que se refiere a la idea del progreso formal del arte. Así se iniciaba un camino tortuoso en búsqueda de la obra total.

Regreso a la pintura

En 1921 retorna a la pintura creando imágenes basadas en su última serie de collages, producidos con recortes de grabados convencionales. El contenido de estos cuadros, como Oedipus rex (1922) o Ubu imperator y La femme chancelante (ambos de 1923), es fuertemente narrativo, evocando sueños, pesadillas u obsesiones. Es la época del inicio de su relación con André Breton y Paul Eluard, y de su lectura de La interpretación de los sueños, de Freud. Ernst participará por entonces en el rodaje de L'àge d'or, de Buñuel, y creará con Miró los decorados de Romeo y Julieta para Diaghiliev.

En 1925, Ernst inventa el frottage. Se trata de colocar una hoja de papel sobre una superficie rugosa y luego frotarlo con carboncillo para conseguir la imagen del relieve. Los materiales empleados como superficie eran normalmente tableros, pero también hojas de árboles, conchas, pan reseco o corcho. Después, un par de trazos delimitando áreas según el sentido de las rugosidades reveladas forman animales o plantas. Pronto esta técnica fue adaptada a la pintura. Para ello, Ernst colocó lienzos sobre superficies no lisas, principalmente maderas, para aplicar óleo con una espátula y conseguir transparentar el dibujo de sus vetas.

El resultado es observable en obras como Aux 100.000 colombes (1926), Deux jeunes filles et signe munis de tringles (1927), Forêt pétrifiée (1927) o Fleurs de neige (1929), que Ernst bautizó grattages. Son cuadros de gran formato y que tienden a la abstracción. Su temática obsesiva, soles apagándose y bosques abrasados, parece resultar de su desacuerdo con una civilización abocada al desastre, tal y como se manifestaría unos años más tarde.

Tras una vuelta al collage con sus novelas visuales, y con otras obras autónomas de gran belleza, como Schmetterlingssamnilung (1930-1931), Ernst se convierte en un romántico heredero de la tradición noreuropea. Nietzsche, El Bosco y Lewis Carroll se evidencian de maneras distintas, así como Friedrich, cuya presencia ya era rastreable en los bosques que Ernst produjo en los años veinte. La técnica del grattage se desarrolla en obras de temática seriada y gran formato: ciudades, selvas y los misteriosos jardines tragaaviones. En la década de los treinta, Ernst produce también sus primeras esculturas, resultado de la manipulación de objetos preexistentes.

Poco antes del estallido de la II Guerra Mundial, la obra de Ernst asume obvios contenidos políticos, manifiestos en Lange du foyer (1937), pintado en reacción al fascismo de Franco, y Europa nach dem Regen (1940-1942), quizá la obra más impresionante de todo el corpus ernstiano. Como muchos otros artistas europeos, Max Ernst huyó a América, donde el surrealismo adoptó nuevos rumbos. Dos nuevas técnicas adoptadas por Ernst, la decalcomanía, tal como la denominó el español Óscar Domínguez, que enfatizaba cuestiones de textura, y el dripping, en una versión anterior a la de Pollock, presagian el nacimiento del expresionismo abstracto, pero estas técnicas no son adoptadas por Ernst como panacea.

La obra Vox angelica, de 1943, parece ser el resumen de todas las preocupaciones semánticas y formales presentes en la obra de Max Ernst hasta la fecha. En distintos compartimientos rectangulares, al modo de un políptico religioso, se nos ofrece un repertorio de imágenes y técnicas a modo de inventario fílosófico personal.

Paisajes cósmicos

Ernst abandonó pronto el Nueva York que casaría las texturas de Dubuffet al automatismo, y se estableció en Arizona. Allí trabajó, hasta entrados los cincuenta, en una serie de paisajes cósmicos, influenciados por las curiosas formaciones rocosas de la zona, y en esculturas relacionadas con los tótemes de los indios, antes de regresar a Francia. Sus últimas obras tienen que ver con los intereses abstractos y gestuales de la pintura de posguerra, aunque están bien enraizadas en su labor anterior.

Antes de su muerte, en 1975, se sucedieron 20 prolíficos años en los que el simbolismo siguió teniendo preponderancia sobre los guiños estilísticos. La última obra de Max Ernst sigue repleta de impaciencia, rabia, amor, alucinaciones, fe, contradicciones, dudas, ansiedad e independencia. A pesar de ello, y como declaró en 1959, sigue teniendo el poder de seducir a quienes son sus cómplices: los poetas, los patafísicos y unos cuantos analfabetos.

El mar confuso

Max Ernst declaró que su único logro había sido no haberse encontrado nunca a sí mismo. Su obra fue el resultado de continuos cambios, y por eso, quizá, la mejor forma de entenderla es observarla, en lo posible, en su totalidad. Como escribe Spies en la introducción al monumental catálogo editado para la ocasión, "sería difícil nombrar a otro artista cuya obra eluda tan persistentemente una simple y concisa definición". Obras tan diversas como Celebes (1921), Fleurs-arétes (1928), La ville entiére (1936), L'ánge de foyer (1937), L'habillement de la mariée (1940),Europa nach dem Regen (1940-42) o Capricorn (1948) tienen en común la evocación del pánico y la impotencia de la condición humana, a través de una visión cosmogónica a la vez agresiva y exaltada.La obra de Ernst parece rehuir el lirismo incluso cuando lo encuentra, y oscila en un mar de contradicciones entre lo concreto y lo universal con ánimo de explicar filosóficamente el sentido de la existencia. Se trata de un artista muy ambicioso, nunca satisfecho con lo logrado, que sobrecoge mostrándonos los devastadores efectos de la ansiedad y la destrucción.

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