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El final de 20 años de verano

José Hierro no sintió la más leve sombra de esa angustia que muchos artistas temen ante el peor de sus fantasmas, la sequía, porque, dijo ayer en la soleada mañana de su casa, "yo creo más en la vida que en la poesía, y en mí, la poesía no es más que un sustitutivo d e la vida".Cantante de la cotidianeidad y la sencillez, Hierro cree que un poeta puede llegar a "cometer el impudor de escribir para La Humanidad simplemente porque no ha sabido confiarse a tiempo con alguien", y reconoce que también en poesía puede darse -aunque menos- lo que llama viejoverdismo: el viejo vate que sigue escribiendo, no tanto porque tenga nada que decir sino porque quiere demostrar "que es un macho de los de antes de la guerra". No cree sin embargo en el viejo clisé que asocia poesía con juventud, y ahí están los ejemplos de Salinas o Juan Ramón Jiménez, pletórico de fuerza justamente al final.

Algo hay, sin embargo, pues al fin de cuentas "el poeta escribe de sí mismo y el propio mundo se, va agotando". Para rescatarlo, en poesía no vale la fórmula del esfuerzo propuesta por otros artistas con diversas fórmulas y entre otras con la de "si la inspiración viene, que me coja trabajando". "Eso no vale en poesía", dice Hierro, que le concede a la inspiración el viejo privilegio romántico de la iniciativa.

No se engaña sobre el país en el que vive, y sobre su afición a la lectura. Recuerda lo que le dijo el propio Lorca a un amigo que le preguntaba qué tal le iba en un estreno: "Todo Madrid acude... sólo que de uno en uno". Así ocurre con los poetas en España; y enumera un cálculo que se nota ha hecho muchas veces. En España se publican cada año unos 3.000 títulos, con tiradas que no superan los 1.000 ejemplares: "Eso significa que ni nosotros mismos, los poetas, leemos la poesía que se publica".

El, reconoce, lee la menos posible. Mejor dicho, es difícil que lea ya por puro placer, pese a que lee mucho, porque la mayor parte de lo que lee es por asuntos profesionales: premios por ejemplo, y no es Hierro hombre que se lea sólo las solapas, de la misma forma que se veía todas las exposiciones, cuando era crítico de arte, y no aceptaba. regalos.

Paredes de Hierro

Ésa es la razón de que los cuadros de las paredes de la casa de Hierro sean figurativos, pese a que él pertenece a la generación del abstracto: son regalos de amigos de siempre, y todos tienen, además, una historia personal, como si fuese el requisito para darles derecho de ciudadanía en la casa: un quinto piso soleado desde el que se oyen los gritos de los chicos de un colegio vecino y el estruendo de Madrid. Un retrato de Azorín por Vázjuez Díaz fue pintado para sustiuir una foto que le había prestado Hierro, y unas alegres manchas de Viola están dedicadas a Pecos, el gato.Así es Hierro, a los 68 años, famoso y jubilado de Radio Nacional, adonde vuelve alguna vez a trabajar en su mesa porque no puede hacerlo en su casa, por alguna razón tan oculta como las raíces de sus versos.

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