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El quite de Carretero

Moreno / Aranda, Carretero, Sánchez

Toros de José Joaquín Moreno de Silva, serios y cuajados, aunque cornicortos (excepto 6º), fuertes y broncos. Raúl Aranda: estocada corta caída (silencio); pinchazo, estocada corta caída, rueda de peones y descabello (silencio). José Antonio Carretero: media estocada tendida trasera caída y descabello (protestas y aplausos cuando sale a los medios por su cuenta); bajonazo trasero (fuertes protestas y palmas cuando sale al tercio por su cuenta). Sergio Sánchez, que confirmó la alternativa: estocada algo trasera (ovación y también algunos pitos cuando sale al tercio); media muy tendida, pinchazo hondo bajo, otro tendido y estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 15 de julio. Algo menos de media entrada.

En el último toro de la tarde tuvo lugar el quite de Carretero, que se escribe con mayúscula. Si se escribiera con minúscula sería el quite de carretero y tendría connotaciones peyorativas fuera de lugar, pues se trató de un gran quite. Nada de verónicas de alhelí ni chicuelinas de faralá. Un quite en las más estricta y noble acepción del término: el toro-torazo iba a coger a un hombre, otro hombre llamó al toro y evitó la cornada. El hombre que iba a coger el toro era Orteguita. Tras su fallido intento de banderillear, se vio perseguido por el toro-torazo y al llegar a la barrera no acertó a salvarla; se quedó allí pegado y mohino, sin referencia de estribo donde poner el pie para tomar impulso y saltar. El hombre que llamó al toro era José Antonio Carretero. Le llamó con el capote, se lo arrebató el toro-torazo en su furioso galope, y volvió a llamarle a cuerpo limpio. No le importaba su propia integridad física; le importaba la del compañero en riesgo inminente de cornada. Así -más o menos- fue el quite de Carretero, con mayúscula, en lo sucesivo y para la historia, señor Carretero.

La ovación al señor Carretero se prolongó tanto que hubo de corresponder montera en mano. Importa decirlo, pues antes había escuchado protestas, precisamente por salir a saludar cuando nadie se lo demandaba. José Antonio Carretero hacía gestos -parecían de reproche- a quienes protestaban, y debió creer que le tenían manía. Luego comprobaría que no había tal cosa. La afición venteña no tiene manía a nadie. La afición venteña lo mismo le pita a uno a las ocho de la tarde, que le aclama ¡torero! a las ocho y un minuto. Todo depende de lo que haga en el ruedo. Lo explican los más castizos: "Yo sólo aplaudo al que lo hace". Carretero no lo hacía, ni con las banderillas (prendía los pares a toro pasado), ni con la muleta (sobre todo en el quinto), y así le fue de mal. Luego lo hizo -en el quite dicho e incluso en otros, ya que su colocación en el ruedo era impecable-, y así le fue de bien.

Al tercer toro, boyante por la derecha, áspero por la izquierda, le dobló estupendamente ganando terreno, le dio derechazos con la suerte descargada, naturales meritorios, una última tanda de redondos cargando la suerte, y sentenció la afición constituida en cátedra que ese toro había merecido mejor faena. Al quinto, muy encastado, le estuvo robando pases Carretero por el procedimiento de citar en corto, chasquear zapatillazos, pegar de sorpresa el muletazo (los naturales, ayudado con el estoque), en un estilo que la vieja afición llamaba ratonero.

El peor lote correspondió a Raúl Aranda: toros peligrosos que tiraban certeros la cornada, y su única opción fue machetearlos. Otro toro de similar catadura resultó ser el sexto -el del quite; un pavo impresionante, ovacionado de salida por su trapío- y Sergio Sánchez lo hubo de machetear también. El de la confirmación de alternativa, en cambio, llegó noble a la muleta y Sánchez le instrumentó una ortodoxa faena, aunque sin garra y ahogando las embestidas.

No pasa nada, claro. Sergio Sánchez es un bisoño matador, con antigüedad en el escalafón de sólo 24 horas (había tomado la alternativa el día anterior en Pamplona) y cuando coja experiencia toreará mejor; seguro. La afición venteña lo entendió así y le trató con benevolencia. Lo cual no quería decir que le fuera a permitir dar una vuelta al ruedo, como pretendía. La afición venteña únicamente permite que den la vuelta al ruedo los que lo hacen, y si no lo hacen, allí no da vueltas al ruedo ni su padre.

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