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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La melodía envolvente

Herodiade

De Massenet, con Montserrat Caballé, José Carreras, Juan Pons, Elena Obraztsova y Miguel Ángel Zapater. Director musical: Jacques Delacote. Dirección de escena: Jacques Karpo. Orquesta, coro y ballet de la ópera Nacional de Sofía. Productor ejecutivo: Carlos Caballé. Teatro Romano de Mérida, 14 de julio. Lleno. Aforo: 3.200 espectadores.

A finales de 1983, el Liceo de Barcelona montó unas representaciones de Herodiade que constituyeron un rotundo éxito. Varios de los intérpretes de aquella ocasión (Caballé, Carreras, Pons), así como los directores musical y escénico, están presentes en esta edición emeritense. La elección del título encaja con las características del Teatro Romano. La estructura de "ópera a la francesa", con coros y ballet, se presta a la espectacularidad. Además, está el encanto contagioso de la música intimista y melódica de Massenet, un compositor que está experimentando un alza constante de estima en los últimos años.

No tuvieron una de sus grandes noches Montserrat, Caballé y José Carreras. La soprano -valiente y entregada en la función inaugural- ha adquirido tirantez en el registro agudo. Al tenor le encontré con la voz cansada. Pero ambos poseen un extraordinario instinto melódico que encaja a las mil maravillas con la ópera de Massenet. Se percibe inmediatamente por el grado de identificación y sensibilidad con que plantean la construcción de sus personajes.

Con acentos líricos bien expuestos por la zona central de la voz en II est doux, il est bon, o trágicos conforme la obra transcurre, Caballé fue desentrañando los matices de Salomé, con oficio y convicción. A su lado, Carreras aportaba una sensualidad voluptuosa y envolvente. Al carisma de los dos divos se unía la naturalidad en la línea musical. Ambos transmitían un calor que resaltaba de forma especial en los dúos.

La voz más en forma fue la de Juan Pons. Sus acentos nobles de barítono lírico, la personalidad de su timbre expresivo, lucieron en el aria Visión fugitive y, en general, en toda su actuación. No estuvo tan afortunada Elena Obraztsova, con serios problemas al resolver las dificultades del papel que da nombre a la ópera. Aceptable, con alguna rigidez, Miguel Ángel Zapater, de voz pequeña, pero bien proyectada.

La Opera Nacional de Soria aportaba orquesta, coros y ballet. Segura y disciplinada la primera, bajo las órdenes de un eficaz J. Delacote, que acertó en el planteamiento de la sonoridad ante un espacio abierto. Los coros fueron poderosos y mostraron su calidad en las voces bajas. De una notable cursilería, el cuerpo de baile.

La puesta en escena se movió entre lo espectacular y lo vulgar. La llegada de Vitellio contó con uso abundante de antorchas y disposición de soldados romanos e instrumentos de viento en los pisos superiores del escenario, y más soldados con antorchas entre el público. Aquello parecía Hollywood, pero quedaba bien. Los movimientos del grupo fueron funcionales y poco imaginativos,. La dirección de actores no tuvo unos resultados tan loables como algunas (escasas) composiciones plásticas estáticas.

El espectáculo, producido por Carlos Caballé, no fue brillante, pero funcionó correctamente. A ello contribuyó de forma decisiva el marco del Teatro Romano,

El público quedó cautivado por una obra irregular pero con momentos bellísimos. El éxito fue grande. Y la noche, fresquita.

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