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Tribuna:EL CAMBIO SOVIÉTICO
Tribuna
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La URSS, ante su verdad militar / 1

El historiador soviético Leonid Batkin, miembro del club de intelectuales Tribuna de Moscú, analiza los debates delCongreso de los Diputados de la URSS y critica la actuación militar en Afganistán.

El 1 de junio, asombrado por las ovaciones con que la mayoría de los diputados saludó las palabras del general Rodionov, que dirigió la sangrienta matanza de Thilisi, Yuri VIasov exclamó: "Después de estas ovaciones, para mí es evidente que la división es inevitable. Nos separa la comprensión de los principios básicos de la vida".El 2 de junio, en la gran reunión de representantes populares que, por evolución de la Historia, se convirtieron en el primer Parlamento de nuestro país (exceptuando la Asamblea Constituyente, disuelta en 1918), pero que aún tienen una idea muy vaga de lo que la actividad parlamentaria, se desarrolló una escena aún más terrible e impresionante.

Un funcionario del Komsomol (Unión de, las Juventudes Comunistas) de Cheikasi, que había perdido una pierna en Afganistán, subió a la tribuna de oradores. Sería difícil encontrar una candidatura mejor para exponer un discurso que perseguía acusar a Andrei Sajarov de atentar contra el honor del Ejército soviético.

Al mismo tiempo, el diputado Chervonopiski acusó a los parlamentarios de cuatro repúblicas (las tres bálticas más Georgia) -que protestaron contra la utilización del Ejército para disolver los mítines y contra el asesinato de civiles de politiquería. Dijo que los Frentes Populares estaban preparando "tropas de asalto".

Así, psicológica y políticamente se fue abriendo paso la necesidad de ajustar las cuentas con todo lo ajeno, con todo lo que asusta y con todo lo que odian: con el perdonado Sajarov, que continúa enturbiando las aguas; con los intelectuales, que hablan de democracia; con los informales, que ya han reunido a cientos de miles de personas en mítines, y contra el auge independentista en las periferias nacionales.

Se formó inmediatamente cola para subir a la tribuna y coger el micrófono: eran los que se apresuraban a tomar parte en la difamación pública del premio Nobel de la Paz. Se oían ofensas cada vez más groseras y absurdas, que Lukianov, presidente de la sesión, escuchaba impasible. Los del Presidium aplaudían.

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El Presidium del Congreso en estos precisos momentos derrochaba despreocupadamente el capital de la nueva mentalidad, que el sonriente y capaz Shevardnadze había difundido en largos meses de trabajo entre la opinión pública occidental. En realidad es de Edvard Shevardnadze de quien había que haber sentido lástima en ese momento de la verdad del Congreso, pero no de Sajarov.

El propio Sajarov eligió su destino. Él pasó por cosas muchísimo peores completamente aislado e ignorado, ahora, en cambio, estaba ante las cámaras de televisión. La URS S y el mundo contenía la respiración y observaban cómo Sajarov decía lo que creía necesario decir, buscando lenta y sencillamente las palabras, pero, como siempre, con toda determinación, honradez, firmeza y con una pasión inusual en él, una pasión dictada por las circunstancias.

Defensa de la verdad Sajarov no sólo trató de defender su reputación -cosa inncesaria porque su nombre hace tiempo que pertenece para siempre al patrimonio de la URSS y de la humanidad- sino principalmente la verdad y a nosotros, los ciudadano soviéticos, que estabamos sentados ante los televisores. Nuestra reputación y la dignidad de su desdichada patria casi no le permitían hablar.

El premio Nobel dijo que no quería ofender a los soldados que habían cumplido valiente y diligentemente las órdenes de sus superiores en el infierno afgano, pero les recordó que las órdenes eran criminales. Que había sido una guerra vergonzosa, una verdadera agresión contra un pueblo que, estando en un principio prácticamente desarmado, luego aprendió a disparar los stinger y logró, a fin de cuentas, defender su libertad, obligando a retirarse a los forasteros.

Fue una vergüenza y un pecado, dijo Sajarov. Sí, en nueve años murieron alrededor de 14.000 muchachos soviéticos, y muchos quedaron mutilados. ¿En nombre de qué? ¿Por culpa de quién? Cuando sentimos lástima ina de los afganos -es decir, de los soldados soviéticos que sobrevivieron a esta guerra colonial no declarada- ¿cómo se les puede llamar internacionalistas, insistiendo con ello en la abominable mentira propagandística brezhneviana, y negarse a recordar otras cifras: los seis o siete millones de refugiados y el casi millón de verdaderos afganos muertos?.

Catorce mil y un millón. Lo que significa que altos jefes de la URSS -incluido el mariscal Ajromeiev, que el 2 de junio también levantó su voz noble e indignada- son los responsables directos de más de un millón de víctimas en total. Por supuesto, indirectamente todos nosotros somos responsables, todos los que temimos hablar abiertamente contra la aventura imperialista afgana y, consecuentemente, nada hicimos por salvar de la muerte y la mutilación fïsica y moral a nuestro muchachos y por defender la reputación del Ejército soviético.

Por supuesto que también son culpables aquéllos que ayer se turnaban ante el micrófono para injuriar a Sajarov. Pero el único hombre en la sala y en el escenario del Congreso, y quizá en todo el país, que es completamente inocente de la desgracia de nuestros afganos era justamente aquél a quien denigraban los diputados del pueblo (¡oh, Dios mío!).

Pero Andrei Sajarov sólo puntualizó que consideraba una condecoración su destierro a la ciudad de Gorki. Estas palabras elevadas, que de pronto reflejaron su nerviosismo y su infinita amargura, eran inusuales en un hombre que acostumbra a hablar breve y mesuradamente.

Por supuesto que a Sajarov no se le podía ocurrir replicar a los indignados militares que él en su juventud ayudó a obtener la bomba de hidrógeno, que resultó más útil para la defensa que mil mariscales y generales. Así es que el Ejército, en señal de gratitud, debía haber escuchado lo que el académico juzgaba necesario decir sobre su acción, y replicarle, si no con respeto, al menos con educación.

A Sajarov tampocose le podía ocurrir informar a la diputada Kazakova -que confesó que no sabía nada del premio Nobel y que no pudo responder a sus electores- sobre el importante papel que desempeñó bajo Jruschov en el cese de todas las pruebas de armas nucleares, a excepción de las subterráneas. Sólo por este hecho la diputada Kravchenko, madre de dos hijos sanos, debía haber pensado, antes de subir a la tribuna, cuál es el sentir de este intrépido y enfermo anciano sobre el que ella sólo había oído que es un "gran científico". Así fue esta escena de "la furia de la gente sencilla". Hablan de que es imperdonable la división del Congreso, teniendo en cuenta la agrupación de los diputados en tomo a diferentes plataformas, ideas y propuestas. Es decir, la normal organización de la lucha parlamentaria. Pero el azuzamiento de los diputados contra la izquierda democrática o el Báltico, por lo visto, no se considera división, sino un asunto útil.

Presos de la guerrilla

A Sajarov le exigían que dijera en qué basaba su observación referente a algunas medidas del mando soviético, concretamente la de cómo liberar a aquéllos que cayeron prisioneros de los guerrilleros afganos. El académico explicó que se refería a los datos divulgados por los medios de comunicación occidentales. En Occidente continúan investigando seriamente estos datos, que, por el momento, no han sido des mentidos. Es posible que Sajarov haya cometido un error al referir se a ellos en una entrevista sin tener pruebas a su disposición. Sin embargo, mucho más serio es la declaración sobre las tropas de asalto en las repúblicas del Báltico y en Georgia. Y el diputado del Koinsomol estaba obligado a su vez a responder de dónde había obtenido él esa información. ¿Quizá de los medios de difusión de Cherkasi? ¿Se la dieron acaso estando ya en Moscú?. En relación con el contenido político concreto del episodio Sajarov, el pueblo soviético debería recapacitar en los siguientes puntos, suficientemente importantes y que se salen del marco de esta escena.

En primer lugar, La guerra de Afganistán, las más larga y vergonzosa en la historia de la Unión Soviética del siglo XX, por fin ha terminado. El cese total e incondicional de la intervención militar en los asuntos de las nacionalidades y tribus afganas es mérito de la actual dirección de la URSS. Los jóvenes que combatieron en esta guerra necesitan de la ayuda del Estado, y, en principio, merecen nuestra compasión. Pero hasta el momento no se ha dicho toda la terrible verdad sobre ¡esta guerra. No sólo no se han esclarecido los detalles de cómo se tomó esta decisión, sino que tampoco se ha dado un juicio político del carácter de la agresión en Afganistán, y especialmente de los métodos con los que se llevaban a cabo las operaciones militares.

En todo el mundo se considera indiscutible que nuestro Ejército -no todos los que combatieron allí, ni, por supuesto, todos los destacamentos utilizó contra los civiles y también contra los prisioneros métodos que en las convenciones internacionales firmadas por nosotros se califican de crimen contra la humanidad. ¿Hay que hacer cambiar de opinión al inundo, desmentir las montañas de pruebas que existen sobre las atrocidades soviéticas en Afiganistán, o juzgar a los culpables y limpiarse de esta inmundicia? Además, se sabe que también en Afganistán había novatadas, drogadicción y otras lindezas, que testimonian la degradación en el Ejército y no sólo heroicas acciones militares.

Es comprensible que Sajarov estuviese psicológicamente preparado para aceptar las informaciones sobre las horribles órdenes del mando soviético en Afganistán, porque se han confirmado las informaciones sobre otras órdenes no menos horribles. El regimiento de desembarco de Kirovabad, que actuó durante la madrugada del 9 de abril en Thilisi, había combatido antes en Afganistán. Daba ver,güenza escuchar las conmovedoras palabras de Chervonopiski sobre cómo estos muchachos "salvaban a las mujeres y a los niños afganos".

La guerra no les enseñó misericordia, sino crueldad. No enseñó a los muchachos a salvar, sino a matar. Debemos saber toda la verdad sobre Afganistán, que excluye el falso romanticismo y heroicidad de aquéllos que tuvieron el dificil destino de combatir allí, y con mayor razón la manipulación.

Traducción de Jorge Rodríguez.

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