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Tribuna:LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA, DE LUTO
Tribuna
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El Partido de Dios

Como el imam Jomeini, del que era representante personal en Líbano, el jeque Mohamed Hussein Fadlalah lucía el turbante negro que le acreditaba como sayed (descendiente del profeta Mahoma). Fadlalah, líder espiritual del nebuloso Hezbolá, el Partido de Dios de los shiíes libaneses, solía decir: "Se equivocan los que piensan que la revolución iraní es un anacronismo. Para el mundo musulmán ha significado algo parecido a lo que las revoluciones francesa o rusa para el europeo".Para los shiíes iraníes y libaneses, Jomeini constituía una especie de Juan el Bautista destinado a preceder la llegada del mahdi, el imam oculto, el señor del tiempo, ese hombre justo que implantará un corto período de justicia antes del juicio final. Jomeini expresaba muy bien los distintos flujos nutricios del shiismo. De un lado, esa vena libertaria que llama a los desheredados a alzarse contra los corruptos y los tiranos. De otro, la predisposición a la muerte e incluso al suicidio en combate, en imitación del martirio en Karbala del imam Hussein. En tercer lugar, el aplastante poder de los sacerdotes.

Jomeini ha muerto, y sólo ahora puede llegarle su termidor a la República Islámica de Irán. Pero el impacto de la personalidad y de la obra del teólogo de Qom va a prolongarse durante años y va a alcanzar, ha alcanzado ya, no sólo al 10% de los 800 millones de musulmanes que constituyen la minoritaria rama shií. De modo febril, el mensaje de Jomeini está hoy presente en Argelia, Túnez, Egipto, Gaza, Afganistán y en otros países de mayoría suní, donde los partidarios de la estricta aplicación de la Charia (legislación tradicional islámica) constituyen la principal fuerza de oposición al poder.

El islam, la religión más joven del mundo y la única en franca expansión, atraviesa una crisis. En una de sus interpretaciones se reivindica su larga tradición de tolerancia y se le intenta incorporar los valores democráticos de Occidente. En otra rigorista se afirma que en el Corán está todo lo que el hombre puede necesitar, incluyendo la justificación de su anhelo por una vida mejor.

Jomeini, líder universal durante una década de esa segunda interpretación, declaró impíos todos los partidos inspirados en el liberalismo, el marxismo, el nacionalismo o cualquier otra creación de la mente humana. Para el teólogo iraní, un creyente sólo podía militar en el Partido de Dios. Los dirigentes musulmanes, según Jomeini, sólo eran legítimos si gobernaban en nombre del Todopoderoso, del mismo modo que los occidentales lo hacen en nombre de sus respectivos pueblos soberanos.El que muchos llaman integrismo o fundamentalismo musulmán, y otros, en una versión menos peyorativa, islamismo radical, será por mucho tiempo un polo de referencia tan imprescindible en muchos países como el marxismo lo ha sido en Occidente durante un siglo. Ben Alí, Mubarak, Sadam Hussein, Benazir Bhutto, Chadli Benyedid, todos líderes laicos, están obligados a demostrar constantemente que son gentes piadosas, tal cual los gobernantes europeos enfrentados al comunismo tuvieron que mostrarse preocupados por las condiciones de vida de las masas trabajadoras.

Un triunfador

Jomeini fue un triunfador. En las vísperas del segundo centenario de la Declaración de los Derechos del Hombre, que consagró en Europa el principio de la separación del poder temporal y espiritual, destronó al Rey de Reyes, humilló muchas veces al gran satán norteamericano y levantó un Estado teocrático. Desde Teherán iluminó las almas de muchos musulmanes que ahora le lloran amargamente. Lo sensato es intentar descubrir las razones de su éxito. No fue un terrorista ni un fanático. Tampoco fue inexcrutable. Como dijo de él Peter Scholl Latour, estaba hecho con la pasta de los patriarcas del Antiguo Testamento.

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