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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pesimismo de ayer, optimismo de hoy

Frank VFriedrich Dúrrenmatt (1959). Música de Paul Buckhard. Versión de Feliu

Formosa. Arreglo y músicas nuevas de Manuel Gas. Intérpretes: Juanjo

Puigcorbé, Vicente Díez, Luis

Méndez, Pepe Soriano, Félix Rotaeta, Emma Penella, Mercedes Sampietro,

Alfonso Goda, Lorenzo Valverde, Carlos Lucena, Tony Cruz, Walter Vidarte

Juan José Otegui, María Luisa Ponce, Luis Reina, Maruchi León, Luis

Escobar. Escenograría y vestuario de Marcelo Grande. Dirección: Mario

Gas. Centro Dramático Nacional, teatro María Guerrero, 31 de enero.

Moralista a la manera suiza, grotesco a la de algunos alemanes, coetáneo de una gran tragedia -la guerra mundial, el hundimiento de la conciencia alemana a la que pertenece por su idioma-, anti-Brecht en el sentido en que es seguidor de Brecht y trata de corregirle, Dürrenmatt ha sido uno de los primeros pesimistas de la Europa contemporánea. Hoy, retocando sus antiguos textos, no sale de esa angustia que le hacía decir que "en este mundo no se puede creer en nada", que somos todos "demasiado culpables colectivamente, demasiado colectivamente encerrados en los pecados de nuestros padres y nuestros antepasados", pero que en el mundo "todo se desarrolla sin intervención individual". Brota aquí el antiBrecht, el contrario de aquel que decía que cada uno debe estimularse para ayudar a los demás y que de cada uno depende el porvenir de la sociedad. Sin embargo, desde que Dürrenmatt comenzó a escribir -la posguerra-, desde que estrenó esta obra (1959), se han volcado sobre la vida y sobre el escenario tales horrores, desesperanzas, absurdos y miedos que ahora aparece como infantil, un poco tosco, consabido. Lo que es peor, se ha desarrollado un instinto de costumbre, de resignación, de mansedumbre y de reconocimiento de las mismas tesis de Dürrenmatt que éste parece obvio. Hemos llegado a otras utopías negativas -Orwell, Huxley, Wells.-, sonrientes y paternales, afectivas; podemos decir a Dürrenmatt que no nos moleste con simbolismos, con caricaturas, con apócopes de la sociedad, que nos deje en paz, que todo es en la realidad más cruel.

Dureza

Sobre todo, que no sea aburrido. En 1959 era violento, fuerte -hay escenas de enorme dureza: la muerte de Bockinarin es teatralmente ejemplar y admirablemente resuelta por el director y los intérpretes-. Hoy, consabido y tópico, se le traslucen la plúmbea obviedad moral suiza y la reiteración inagotable alemana. La ilustración con cancioncillas se quedó en su tiempo y ya no hace más que alargar lo que pesa y preocupar a los actores. El primer acto se arrastra fría y lentamente, hablando a convencidos, a un público para quien esta ironía antigua es indiferente e insuficiente; el segundo se anima más a base de la acumulación de cadáveres, y el desenlace -los hijos de Frank V perpetúan, en efecto, la labor de sus antepasados, presos de la continuación y condenación genética- no produce ninguna sorpresa, incluso está anunciado en una escena anterior.

El director Mario Gas -a quien vimos en otra ocasión un Brecht inolvidable- lo trata todo con maestría. Puede incidir en la pesadez por la vía de servicio al autor, con un decorado de Marcelo Grande que abruma a los actores y al público, que se mueve lentamente y actúa como dotado de vida propia -la banca es ese edificio- y gira con grandeza y fastuosidad. Sus actrices y actores están minuciosamente ensayados y bien elegidos a partir de Juanjo Puigcorbé, que es el explicador -implicado, cargado por el destino del que no se puede desprender- de ese tipo de teatro y de esa época, hasta el coro y los comparsas, con gente que mantiene su buen nombre -habría que citar a todos, no hay fallas- y a quienes el milagro de la orquestación y de los micrófonos y la cinta grabada consiguen hacer cantar coherentemente -aunque inútilmente- Todo ello requiere el aplauso a un trabajo de todos muy bien hecho, y lo tuvo, y fue justamente repartido. Pero la obra es de otros tiempos, otros lugares, otros pensamientos, otra humanidad. El pesimismo de Dürrenmatt es ahora más bien optimista. El mal ya no puede exponerse en el teatro: ha conseguido todas las complicidades.

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