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50 AÑOS DESPUÉS

El pasado es más grande

El congreso de intelectuales termina mañana -Paz y Spender leerán poemas de la guerra- y, a juicio de algunos, no ha sabido aliviarse de la inercia de la historia y sólo ocasionalmente se ha enfrentado al presente y el futuro. "No hemos sabido matar a nuestros padres", dijo la crítica Fanny Rubio.Del cartel del encuentro se cayeron no pocos invitados, y algunos a ultimísima hora -así ocurre en los toros-, como si se hubieran arrepentido de un sí apresurado, o como si las primeras deserciones hubieran iniciado una bola de nieve. Otros que hubieran tenido qué decir quedaron silenciados por ser convocantes o moderadores. Vargas Llosa añoró un sistema de mayor diálogo entre los invitados. Según un moderador, el debate estuvo condicionado por la gran atención de los medios informativos, de forma que muchos hablaron para la historia.

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Como en otros de estos encuentros, sugerentes en Valencia fueron las tertulias alrededor de whiskies o cafés -de trasnochadores y madrugadores según Caballero Bonald-, pero aún así se vieron más bandos que en reuniones menos numerosas. "Recelamos unos de otros", bromeó un asistente. Y entre los bandos más o menos claros, el de los escritores españoles jóvenes, el de los árabes, el de los cubanos disidentes y el de los despistados, aparte de los grandes nombres, quizá un tanto aislados.

El circuito del congreso, salvo alguna excursión turística, tampoco fue muy amplio: de uno de esos hoteles con boutiques en la planta baja, al Palau de la música, auditorio nuevo hasta el punto de que los albañiles se mezclan con los congresistas y los guardias aplican aún horarios de cuartel. Las exposiciones montadas con niotivo del congreso, y entre ellas una sobre el poeta chileno Huidobro, fueron sobre todo salones para buscar silencio y soledad. Los congresistas se encontraban a mediodía en un gran buffet y hacían cola frente a la fuente de paella. Por las noches, cenas oficiosas, algún restaurante local, y más tarde o más temprano, el ambiente creado por un murciano en una casa antigua, con retratos de santos, frutas del día y palomas vivas, perfumado hasta el mareo con incienso, tan kitsch que ha superado el adjetivo.

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