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Muere el pintor Manuel Viola

El artista era una de las principales figuras del expresionismo abstracto

El pintor Manuel Viola falleció ayer, a los 68 años, en San Lorenzo de El Escorial, tras padecer desde hace tiempo un cáncer de pulmón. El artista, que gozaba de gran popularidad entre los habitantes de la localidad madrileña, donde residía desde hace 25 años, recibirá sepultura hoy, a las 12.00, en el cementerio municipal situado cerca del Valle de los Caídos, en la carretera de San Lorenzo de El Escorial a Guadarrama. Viola, una de las principales figuras del expresionismo abstracto español, había nacido en Zaragoza, que le concedió en 1980 la medalla de oro de la ciudad. Estuvo casado dos veces y tenía tres hijos. Fue miliciano en la guerra civil y se exilió en París, donde estuvo vinculado a los pintores y poetas del grupo superrealista. Autor de una obra pictórica alejada de las presiones comerciales, expuso por primera vez en 1945 en muestras colectivas, antes de iniciar en los años cincuenta las exposiciones individuales. Su obra está en museos de Nueva York, París, Lieja, Buenos Aires, Bilbao, Cuenca y Villafamés, entre otras ciudades.

Nacido en Zaragoza en 1919, la incorporación de Manuel Viola a las huestes de vanguardia fue de una precocidad asombrosa: en 1933, sin todavía haber cumplido los 15 años, ya aparece como colaborador habitual en Art, revista que dirigía Enric Crous Vidal en Lérida y que, por forma y contenido, puede considerarse como una de las mejores publicaciones vanguardistas de Cataluña durante la década de los treinta.Basta leer los trabajos que comenzó a publicar en Art el jovencísimo Viola para percatarse de la amplitud de sus intereses intelectuales y artísticos, y, sobre todo, de su enorme vitalidad.

Así, junto a firmas como Lorca, J. V. Foix, Alberti o Cocteau, Viola publicó poemas de claro ascendiente superrealista: "el vino tinto del aire se riza/ en un desnudo esqueleto de caballo". Muy en el espíritu crítico de la vanguardia de los treinta, Viola arremetía contra el éxito de los ballets rusos de Montecarlo en Barcelona, confirmando, de nuevo, la raíz superrealista de sus ideas juveniles, pero de lo que más escribió en Art fue de pintura en un amplio artículo ilustrado que se titulaba Plástica, y, asimismo, de poesía -Notas-, donde estableció sus móviles estéticos: "mostrar los tejidos internos del alma, es el objetivo final del arte".

Militancias

Militante no sólo de las ideas artísticas revolucionarias, sino también de las políticas, Viola, de espíritu anarquista, combatió en la guerra civil española y tuvo que exilarse con la derrota de la República viviendo el calvario de los campos de concentración en las playas francesas y todas las aventuras y desventuras que padecieron miles de españoles por aquel entonces.Regresó a España en 1949 y, tras unos años de silencio creativo, se dedicó a pintar, su ocupación fundamental en los últimos 35 años, de su vida. En 1953, realizó una exposición individual en la galería Estilo, de Madrid, y en ella ya demostraba su vinculación a las nuevas corrientes abstractas de posguerra.

Desde esta perspectiva, es lógico que atendiera a la convocatoria realizada por los fundadores de El Paso, el grupo informalista que se creó en Madrid en 1957, y, ya dentro de él, que se convirtiera en un activista apasionado. Centrado en la luz y el gesto, su pintura era brillante y lírica, de calidades suntuosas, llenas de sugerencias.

Manuel Viola era un fecundo artista que no se limitó a pintar cuadros y a diseñar grandes murales, sino también, muy en consonancia con su multifacética personalidad y su temperamento inquieto, a cultivar otras aficiones, como el toreo y toda suerte de manifestaciones del arte popular por las que se sentía atraído.

Con su característica voz rota, que parecía haberse quebrado a embates de una vitalidad torrencial, que pedía borbotones de palabras, con su estampa de viejo luchador y bohemio, Viola es el mejor testimonio de artista soñador, para el que una obra no es nada sin el derroche de la pasión y la búsqueda de la aventura.

Aparte de su relación con la galería de Claude Bernard, de París, que le llevó su obra desde 1956, Viola tuvo una importante proyección internacional, participando en las muestras sobre el nuevo arte informalista español, entre las que destaca la que tuvo lugar en 1960 en el museo Guggenheim, de Nueva York, con el título Before Picasso, afther Miró.

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