Esplendor en el barro
La queja de Rilke: "Allí donde muere un hombre, muere la humanidad." se encoge sobre sí misma para entrar en el ligero equipaje de El viaje a ninguna parte, hermosa, conmovedora, inerme y desconsolada película: "Allí donde muere un cómico muere el teatro".El viaje a ninguna parte es la representación de la agonía de un cómico vista desde dentro, por lo que es también la representacíón de la agonía del teatro, es decir de una forma del mundo.
Este filme, amargo como todo monumento de amor a una belleza que se extingue, será por ello ininteligible para quien no acepte su aceptación de la teatralidad como materia cinematográfica.
Película trágica -eso quiere decir agónica-, dura cómo el lóbrego suelo sobre el que transcurre, El viaje a ninguna parte tiene el inmenso coraje de ir contra corriente, de espaldas a la rentable trivialidad vestida de modernez o travestida de posmodernez, y de ser, no seudocine de ahora, sino genuino cine de antes, que cierra una historia de la mirada española, lo que le da dolor de obra testamentaria.
El viaje a ninguna parte
Dirección y guión: Fernando Fernán-Gómez. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Pedro Iturralde. Producción: Julián Mateos y Maribel Martín. Española, 1986. Intérpretes: José Sacristán, Juan Diego, Fernando Fernán-Gómez, Laura del Sol, María-Luisa Ponte, Nuria Gallardo, Gabino Diego, Queta Claver, Agustín González, Simón Andreu, Antonio Gamero, Emma Cohen, Carlos Lemos, Miguel Rellán. Estreno en Madrid: cine Gran Vía.
Arranca esta obra de cómicos sobre cómicos del esplendor en el barro, el milagro del crecimiento de la flor en el estercolero: la comicidad primordial, la gracia de la horda cómica. Y despierta las raíces de la risa no aprendida, que duerme en la memoria de la lúgubre edad media que persiste bajo el espejismo del asfalto español, ese polvo aldeano que ocultan los detergentes con que aseamos nuestros escaparates.
Contra corriente
Y reímos con El viaje a ninguna parte, hasta que caemos en la cuenta de que la película no tiene gracia alguna y la risa se nos hiela sobre los dientes apretados. Eso es ir contra corriente, ofrecer la cara graciosa de unos prototipos españoles del universo y acto seguido su revés amargo, de tal manera que nuestra compra de bienestar se disuelva en un progresivo y envolvente malestar.Se representa la lenta extinción de un grupo. La vida se vuelve muerte, la agilidad inicial se estanca en morosidad, su caricia se torna ofensa, su humor se torna dolor, su, solidez se deshace en desmembramiento. Tal es su sencilla unidad entre contenido y continente, entre narración y formalización: el fin de un mundo visualizado en los últimos instantes de luz de la conciencia de su último poblador. Y todo ello sin mediaciones, a través de un estilo directo, abrupto, casi tosco, enamorado, incluso fascinado por los hombres que hay al otro lado de la cámara.
El filme lo ha escrito y dirigido un actor, lo han interpretado una veintena de actores, lo han producido dos actores, lo ha musicalizado un noctámbulo actor del saxo y lo ha fotografiado un maestro indagador de rostros de actores. No podía ser de otra manera. Sólo el actor puede llorar así su apagamiento, decir cómo lamento que allí donde él muere, muere el teatro. Esa es la triste, oscura condición testamentaria de está bellísima obra.
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