_
_
_
_
LA LIDIA / GUADALAJARA

Importante corrida de Ibán

Las figuras solían imponer los toros de Ibán, para sus monerías. Ya no los imponen. Ayer se vio por qué. Los toros de Ibán tenían casta, peleaban duro con los caballos, se iban arriba en los siguientes tercios. Los toros de Ibán eran unos tíos. Y no es que pesaran mucho; al contrario, andaban alrededor de los 430 kilitos. Lo cual no desmerecía su trapío, que era importante, y además lucían cornamentas agresivas y astifinas.Los dos primeros toros recibieron en total más varas que la corrida del viernes entera, y los seis, más que toda la feria. Naturalmente, imponían respeto; ahí les duele a las figuras, y por eso los repudian. En cuanto el toro tiene casta, la propia de su especie -no esa aborregada sumisión a la que también llaman casta (los taurinos)- la lidia recobra su emoción esencial y los lidiadores han de emplearse a fondo.

Ibán / L F

Esplá, Palomar, MendesToros de Baltasar Ibán. Luis Francisco Esplá: silencio; oreja. José Luis Palomar: petición y vuelta; pitos. Víctor Mendes: silencio; aplausos. Plaza de Guadalajara, 20 de septiembre. Cuarta de feria.

Así ocurrió ayer en Guadalajara, y así hicieron los tres diestros, que no les perdían la cara a los toros por nada del mundo y tenían el pie ligero para escapar de las furiosas acometidas. Esplá, que brincaba como un gorrión, se tapó mediante un vistoso toreo de recurso, y si no aguantaba lo debido en el derechazo, hermoseaba el epílogo de las series con ayudados, cambios de mano de fantasía, molinetes. Uno que instrumentó con la izquierda fue muy pinturero.

En lo fundamental, Palomar le hizo lo mismo a su primer toro. Pero Palomar, diestro recio, poco amigo de floreos -es de Soria, ya me contarás- no pudo embellecer la seca y destemplada ejecución de los derechazos al encastado toro, que se le echaba encima como un tren. Tren de Renfe, en comparación con el quinto, que ése era el tren bala, aparatoso desde la arbolada máquina al aculatado furgón de cola. Desenfrenado tren bala que salió del túnel echando chispas, se llevó el capote enganchado en la chimenea, y el recio soriano hubo de tirarse precipitadamente al callejón, para que no lo arrollara. Ni con copas era prudente quedarse quieto delante de esa fiera -menos lloviendo- y Palomar trapaceó por la cara como pudo.

El lote de Mendes resultó más manejable y el portugués ligó bien los pases al tercero. El sexto, de un derrote, le fracturó el metacarpiano de la mano izquierda, y trasteaba penosamente, con gestos de dolor. Sus compañeros le ayudaban a recoger los trastos, Palomar le armó la muleta -cosas sencillas-, mientras a la hora de la verdad Mendes hubo de ser, él solito, quien pegara la estocada.

Banderillearon los tres Mendes se asomaba al balcón; Esplá y Palomar miraban a través de los visillos. Los coetáneos de El Gordito jamás imaginaron que este tercio podría convertirse en una pesadilla. Claro que, entonces, aún no se había inventado "la corrida de los banderilleros".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_