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La catástrofe mexicana

La movilización popular pone en tela de juicio la eficacia del Gobierno

El terremoto sufrido por México ha puesto de manifiesto la solidaridad y capacidad de organización espontánea del pueblo mexicano y, al mismo tiempo, ha dejado al descubierto fallos del Gobierno y del aparato del poder. La movilización popular ha respondido a la catástrofe, y la ciudad parece tomada por miles de jóvenes con brazaletes y toda clase de indicativos que les conceden una autoridad emanada de la elemental necesidad de ayudar y socorrer a los damnificados.

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Carlos Arturo Ceballos tiene 12 años, pero su aire grave y la seriedad con que realiza su tarea impresionan. Carlos Arturo está en medio de una calle de la colonia Roma, una de las zonas más afectadas por el terremoto, y allí, delante de una cuerda que va de esquina a esquina, controla el tráfico e impide el paso de los automóviles. Para Carlos Arturo, es natural lo que hace: "Estoy ayudando para que no pase el tránsito y no les ocurra nada a las personas que están ahí, en el albergue". El niño considera todo normal: "Me parece bien que los mayores me respeten". El caso de este niño es uno entre miles estos días en la capital mexicana.En medio de una de las autopistas de la capital se podía ver la noche del sábado cómo, espontáneamente, un grupo de jóvenes enarbolaba un cartón con un texto pintado que decía: "Se necesita urgentemente comida". Allí cerca está un albergue para la gente que ha perdido sus casas con el terremoto.

Benito, uno de los jóvenes que participan en estos grupos espontáneos de ayuda, comenta: "En medio del desconcierto de la gente, ocupamos un hospital abandonado hace años. Lo limpiamos y lo pusimos en funcionamiento como albergue, con 1.000 camas, y allí se dan comidas para 500 personas. Se organizó de forma espontánea y voluntaria y se utilizaron los sistemas de locatel para localizar personas y teljuve, el teléfono de la juventud, para reunir la gente necesaria para el trabajo".

Estos jóvenes han vivido la experiencia de la solidaridad ante la tragedia sufrida por el pueblo mexicano. "La gente respondió de maravilla. Hubo donaciones inmensas. Fuimos a los supermercados y, por los altavoces, pedimos contribuciones para los albergues. La gente nos sacaba los carritos llenos de comida, que ya habían pagado, y nos los entregaban. Cuando nos dijeron que en un hospital se necesitaban jeringuillas, fuimos a un restaurante y el dueño nos dejó hablar a los que comían allí de la necesidad surgida. Casi todos abandonaron un rato sus mesas y en las farmacias de la zona compraron 1.000 jeringuillas". La disposición de la gente para ayudar se advierte por todas partes. A las puertas del desalojado Hospital General de México, chicas de unos 15 años dan información a los familiares que se acercan para averiguar el paradero de los enfermos trasladados.

En una tienda de campaña de plástico amarillo está fijado un letrero que dice: "Se solicitan bolsas para cadáveres". Al lado se mueven niños que cargan bultos enormes. Uno le grita a otro: "¡Ándale, Juan, y no te quedes parado!". Juan, de unos 15 años, se acerca y carga una enorme caja de cartón, que abulta más que él, y se marcha tambaleante hacia el interior de la tienda de plástico amarillo con su carga.

Al mismo tiempo que se palpa esta solidaridad y organización espontánea, se abre paso la desconfianza sobre la capacidad del Gobierno mexicano para afrontar la situación. El terremoto parece haber puesto al descubierto un sinfín de deficiencias graves. Llama la atención que un gran número de las construcciones destruidas por el terremoto hayan sido precisamente edificios de la Administración pública.

El teniente coronel Aujoulet, que manda los grupos de socorro enviados por Francia, es un especialista en defensa civil y comenta que lo curioso del terremoto de México es que los daños causados se produjeran de forma tan discriminada. No han quedado arrasados barrios enteros, sino edificios aislados. "Unos metros más allá de unas casas destruidas podría decirse que aquí no ha pasado nada", comenta Aujoulet. El oficial no quiere decir que esto se deba a fallos en la construcción: "Puede ser debido a la formación del suelo"

La sospecha que flota en el ambiente es que el elevado número de edificios públicos o construidos con fondos oficiales que quedó destruido podría estar relacionado con la corrupción a la hora de contratar las obras o la tolerancia con la deficiente calidad de construcción. Ante la Prensa extranjera, el subsecretario de Gobernación, Fernando Pérez Correa, rechazó cualquier intento de insinuación en este sentido y explicó que el elevado número de edificios públicos destruidos se debe sencillamente a la concentración de la Administración en el distrito federal.

De forma abierta, el ingeniero José Gustavo Barrera acusa a las autoridades por el hundimiento del edificio Nuevo León, uno de los gigantescos bloques de la plaza de Tlatelolco, donde se calcula que pueden haber quedado sepultadas casi 1.000 personas. El ingeniero sobrevivió al hundimiento de la inmensa mole y, con la cara lesionada y llena de magulladuras, declara al periódico Unomasuno: "Que no se diga que fue una desgracia, porque hace más de cinco años Banobras, Aisa, Fonhapo y Pilotes sabían que el edificio estaba dañado en la estructura y superestructura, pero, a pesar de nuestras quejas y denuncias ante la procuradora federal del Consumidor, nunca hicieron caso". El ingeniero añade, indignado: "Son unos, criminales, unos bandidos. Ahí están las consecuencias; a ver dónde van a meter la cara ahora".

En fuentes gubernamentales y medios de comunicación afines al Gobierno se advierte un claro afán de disminuir las dimensiones de la catástrofe.

La cadena de televisión Televisa, que resultó seriamente dañada y cuenta con un elevado número de víctimas entre sus empleados por la caída de una antena de televisión sobre el edificio, también contribuye en sus informativos a escamotear las dimensiones de los daños de la catástrofe.

Las cifras de muertos y edificios destruidos varían de un periódico a otro. Incluso tras el reconocimiento oficial, el viernes, de que hay más de 2.000 muertos, el diario Excelsior tituló ayer, en primera página, que el número de muertos se eleva a 1.641.

El embajador de Estados Unidos en México, John Gavin, calculó en 10.000 y probablemente 20.000 la cifra de posibles víctimas. Las cifras de Gavin no parecen irreales si se tiene en cuenta que hubo más de 250 edificios destruidos.

El tenor español Plácido Domingo estaba el domingo por la mañana junto a un edificio derruido, a la espera de recuperar a unos familiares sepultados. Allí se encontró, de forma casual, con el presidente de Cruz Roja Internacional, el español Enrique de la Mata, quien comunicó la noticia a los periodistas en el aeropuerto. De la Mata dijo que es difícil evaluar el número de muertos, pero dio la cifra de 1.500 edificios dañados. El presidente de Cruz Roja Internacional comentó que resulta "bastante chocante" el daño producido por el terremoto, que De la Mata comparó con un "bombardeo selectivo de edificios".

A las 21.45 hora peninsular aterrizó ayer en México el Hércules que trae la primera ayuda de España: 15 toneladas de medicamentos y material de primeros auxilios.

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