_
_
_
_

Bajo el extinto volcán del Tibidabo

En su prológo a la primera edición de El callat, Joan Vinyoli ofrece un inicial retrato robot poético de sí mismo, importante en un escritor que tuvo a Rilke como uno de sus modelos humanos de poeta: "...El autor escogió un ejemplo de poeta que justamente le atraía por lo que tenía de tranquilo, de paciente, que lo esperaba todo de una lenta maduración". Uno de los ideales de la promoción intelectual de Vinyoli había sido la serenidad goethiana, la conquista de una posición olímpica en el espacio y el tiempo, desde la cual organizar las palabras y la conducta. Yoismo y clasicismo moral. El segundo como corrector del primero, para hacer imposible y grotesca la llantina subjetiva romántica. Pero...Pero este programa de poesía ensimismada fue alterado por la experiencia vital y su sabiduría. El propio Vinyoli habla de la "intuición sentimental directa" que nos ayuda a descubrir al otro, a salir de nosotros mismos y liberarnos. Ese desensimismamiento le permite a Vinyoli, a partir de El callat, escribir una importantísima obra basada en el descubrimiento sorprendido, inocente y maravillado del ser entre otros. Bajo la reflexión poética de Vinyoli circulan personalismo y existencialismo como filosofías relativizadoras del individuo, afectadas de una genética compasión por la condición humana. Y es que el ideal goethiano de los discípulos de Carles Riba, había pasado por demasiadas pruebas históricas y vitales como para entregar su alma a los dioses sin mancha de pecado original.

La brutalidad histórica del siglo XX se agiganta en relación a la lucidez histórica con la que convive. La frustración como tema poético de Vinyoli no es abstracta, no es una hipótesis poética, sino una terrible sospecha indagatoria, que se traduce en un frenesí creador, porque mientras hay poesía para el poeta hay esperanza. Esta afirmación no sorprenderá a los amigos y conocidos de Joan Vinyoli, sabedores de cuánto prolongó la voluntad de escribir su posibilidad de vivir.

Bajo el extinto volcán del Tibidabo, por las laderas de Vallvidrera, con el corazón y los pies cansados, Vinyoli se había convertido en un constante proyecto poético, consciente de que sólo lo creado sobrevive a la gran frustración definitiva: la muerte. Ni la Vida ni la Historia fueron para Vinyoli y su generación como las habían esperado y la muerte incluso se adelantó despiadada para Valentí Fiol o Joan Petit. Tal vez Vinyoli escribía un poema cada noche y dejaba el último verso en blanco, en la esperanza de que la muerte fuera respetuosa con los poemas inacabados. Pero terminó la paciencia de la bestia, quizá preocupada ante las glorias de este mundo que empezaban a rodear a un Joan Vinyoli septuagenario, por fin reconocido como uno de los grandes poetas catalanes de la contemporaneidad.

Lo tenía escrito. De alguna manera se había apoderado de su propia muerte en relación con su propia vida ... "... que el vent morat apaga amb la seva ombra".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_