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Tribuna
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Un alegato (neo) infantil

Tomando pie en un reciente manifiesto contra Tintín, el célebre protagonista de historietas creado por Hergé, el autor de este trabajo ironiza sobre los intelectuales progresistas que argumentan con razones políticas sobre temas estéticos. Y, al defender la estética de ese personaje, califica a los productos de los años sesenta o setenta de anticuados y perfectamente aburridos.

La inminencia del milenio favorece el don profético: apenas han dejado de resonar en tierras manchegas las tronantes palabras de Alfonso Sastre contra la pecaminosa y posmoderna inclinación a entender la cultura como diversión, y no como flagelo o cilicio, cuando se pone en marcha una fervorosa cruzada contra el neoinfantilismo. Este término atroz parece haber sido acuñado por Román Gubern, pero respondiendo a una inquietud que comparte con otras personalidades de la cultura progresista.Al parecer recorre la cultura contemporánea una peligrosa ola de nostalgia de la infancia. El síntoma que habría desencadenado la inquietud general sería la realización en la Fundación Miró de Barcelona de una exposición sobre Tintín y la obra de Hergé. Un manifiesto, de tono aparentemente medido y civilizado, ha puesto en duda la conveniencia de dedicar tal esfuerzo a una historieta infantil, en vez de favorecer los intentos por potenciar entre nosotros un supuesto comic adulto, cuya principal muestra de madurez cabe temer que se reduzca a autocalificarse con un anglicismo y no con el término castizo de historieta.

Tras el manifiesto ha venido una serie de artículos de Gubern, incluyendo su proclama contra el neoinfantilismo en EL PAIS (20 de octubre). La idea parece ser que nos está reblandeciendo el seso, y que en vez de gozar como locos con formas adultas de arte (que Gubern, muy prudentemente, no señala con mayor precisión) nos estamos dejando llevar por "el fenómeno cultural genérico del culto contemporáneo al revival, cuyo origen se halla en las decisiones de los aparatos culturales dominantes".

Recordar las viejas polémicas

Yo esto lo he oído antes, claro. Es imposible, para un lector de cierta edad, no recordar las viejas polémicas entre Nuestro Cine y Film Ideal, y todas esas historias Se trata, una vez más, de resolver una disputa sobre cuestiones de estética mediante el recurso a la política ("los aparatos culturales dominantes"), escasamente legitimado por una referencia ideológica a la naturaleza humana (la contraposición entre un arte adulto y un vergonzoso neoinfantilismo).

Ahora bien, no se entiende por qué Gremlins sea mayor síntoma de demencia infantil que el éxito que en su momento tuvieron otras películas destinadas claramente al público menor. Y no se entiende por qué Indiana Jones debería pintar nada en esta historia: las dos películas basadas en este personaje son lo menos infantil que se pueda imaginar, como no han dejado de subrayar alarmados y bienpensantes pedagogos de ambos lados del Atlántico. Spielberg ha construido la serie con materiales tomados de las viejas películas de episodios, pero su público debe ser forzosamente adulto para apreciar el uso metalingüístico que se hace de aquellos viejos tópicos, aun sin entrar en las cuestiones de sensibilidad y decoro que preocupan a los pedagogos.

Explotación de la nostalgia ¿Revival? Prescindamos del hecho de que una vez más se recurre a un anglicismo innecesario para lo que se podría definir muy bien como pura explotación de la nostalgia. El punto es saber si realmente la cuestión actual en el cine y la historieta pasa por ahí. Y no hay demasiadas razones para pensarlo. La mayor parte de los espectadores de Indiana Jones sólo conocen las películas de serie por referencia de terceros, y quienes celebran las historietas de Tintín no sólo no han vivido en los años treinta, sino que escasamente pueden ser considerados sospechosos de simpatizar con el anticomunismo trivial y el ingenuo colonialismo del primer Hergé.

¿Por qué se plantea entonces la polémica como un debate entre la vuelta al pasado y una supuesta visión de futuro? La desconsoladora razón es que quienes denuncian el

supuesto neoinfantilismo no son capaces de admitir que el gusto pueda evolucionar en un sentido no coincidente con el suyo. Han fija do sus referentes para definir lo que entienden por historieta adulta en unos ejemplos de los años sesenta y primeros setenta, y al ver que estos referentes ya son cosa superada para las nuevas generaciones de guionistas y dibujantes han optado, en vez de replantearse su vigencia, por descalificar las nuevas propuestas como una vuelta al pasado.

Pero nadie puede volver al pasado. Si los profesionales de la historieta redescubren a Hergé y hablan de la línea clara como una estética alternativa no es porque se estén infantilizando, sino porque ven en esa perspectiva una pro puesta capaz de superar los límites de fórmulas que ya no dan más de sí, que ya no son capaces de atraer ni a los dibujantes y guionistas ni a los lectores.

Quizá me pueda permitir una caricatura: se nos quiere remitir a una supuesta cultura adulta que sería el cine de Antonioni y las historietas de Crepax: el infinito aburrimiento de una clase media snob, y razonablemente progresista, que descubrió, hace ya muchos años, que contemplar sus propios tics podía ser materia de innovación en el lenguaje y de reflexión sobre el contenido del arte. Confieso -con cierta vergüenza- haber disfrutado tanto con Antonioni como con Crepax, pero no se me ocurriría nunca recomendar a nadie de una generación más joven que buscara en ellos alguna revelación.

Más aún: me asombra bastante que el nuevo cine alemán tenga suficientes adeptos como para hacer rentables las salas Alphaville, a las que las malas compañías me arrastran periódicamente. Supongo que es ese tipo de cine lo que ahora se considera adulto. Personalmente lo definiría, con algunas muy notables excepciones, como neurótico, como fruto de la autorreflexión masoquista de un sector social educado más o menos en el radicalismo y que no ha sabido asumir el fracaso de sus expectativas revolucionarias, su propia inserción en el sistema dominante, la aparición de condiciones sociales nuevas para las que la vieja ideología progresista no había previsto nada.

Imponer una estética

En otras palabras, no tengo nada que oponer a que las aspiraciones defraudadas de la intelectualidad radical busquen consuelo en el nuevo cine alemán, o en las historietas supuestamente adultas de Crepax, incluso en la pornografía de Manara, a la que los defensores de la madurez parecen tener en gran estima. Lo que me parece peligroso es que intenten imponer esos gustos a todo ciudadano, adjudicándose la posesión de la verdad intelectual y estética. Lo que me parece insoportable, pedante y obsoleto, es que se descuelguen con manifiestos falsamente progresistas para ocultar el hecho de que los productos culturales por los que ellos sienten estima comienzan a matar de aburrimiento a las mismísimas ovejas, y que las revistas que ellos dirigen y orientan quiebran por falta de público y exceso de pretensiones.

No es cosa de recomenzar a estas alturas la guerra de Nuestro Cine y Film Ideal; no es cosa de tratar de saber quién es más listo o quién es más progre. Pero hay que sentar ciertas evidencias: las mejores historietas que se están haciendo en España las hacen, en Valencia, Granada, Barcelona o Madrid, gente que a menudo se identifica con una estética (la línea clara) que ha tomado por referente a Hergé y a su Tintín. Recordar, con citas de sociólogas cretinas, que el público de Hergé era infantil o conservador, tratar de descalificar a toda una forma de entender la narración gráfica en base a prejuicios ideológicos (en el peor sentido de la palabra ideología), puede dar prestigio temporal a unos críticos o momentánea actualidad comercial a las revistas que a ellos les gustan. Pero nada más.

Rigidez ideológica

En cuestiones de estética no existe un progreso acumulativo. Lo que importa es descubrir la fórmula para contar de forma nueva las mismas cosas, para que las comprendan otras generaciones. En la búsqueda de esa fórmula puede ser necesario recuperar narradores, dibujantes o directores de cine supuestamente superados. Ya sabemos por el caso de Ford, Hawks o Hitchcock a dónde conduce la rigidez ideológica a la hora de juzgar la validez de la obra de arte. Parece, sin embargo, que siempre hay quien desea repetir viejos errores y se niega a reconocer la evidencia. Por mi parte, creo que hay un límite para todo: Hergé no es infantil, Tintín no es reaccionario. Son, por el contrario, propuestas estéticas y narrativas ejemplares, y que muchos creadores y lectores reconocen como válidas en este momento: por algo será.

Posdata. La afición de Juan Cueto por el jazz, que me merece el mayor respeto, le ha llevado en el pasado a escribir cosas innecesariamente tajantes sobre el porvenir del rock y, lo que es más grave, sobre su realidad actual en este pequeño país. Todo se lo perdono, pero su firma al pie de ese absurdo manifiesto contra Tintín supera todo lo comprensible. ¿Cómo es posible apostar por la informática, y por la tercera revolución industrial, y defender a la vez la estética de los años sesenta? ¿No será un error? Sólo le ruego a Cueto que relea un álbum de Tintín y lo compare con una de las historietas adultas que defienden sus adversarios. El simple criterio del aburrimiento debería ser decisivo.

es profesor en la Universidad Autónoma y escritor.

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