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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Zambombas y semáforos

Poppers

Director: José Maria Castellví. Intérpretes: Gianina Facio, Miguel Ortiz, Conrado San Martín, Alfredo Mayo, Agustín González, Manuel de Blas, José Luis de Vilallonga. Guión: J. M. Castellví, Luis Infante. Fotografía: Federic Ribes. Española, 1984. Estreno en cines Aquitania, Pelayo y Waldorf.

Estreno en Princesa, Roxy A, Velázquez, Windsor B y Vergara.

Desde que Eloy de la Iglesia acabara La mujer del ministro, el cine español no había vuelto a producir un filme tan disparatado y reprimido a la vez, un filme en el que se mezclaran la fantasía más desaforada con tanta timidez para llevarla hasta el final. El resultado es que a Alfredo Mayo lo matan con una navaja cuando debiera haber fallecido víctima de un consolador gigante; que a Miguel Ortiz lo tiran por diversos barrancos, pero su martirologio es breve y poco sangriento; que a Agustín González le cortan las manos frente al vídeo cuando su destino era ser convertido en un émulo de los personajes de Tron. En realidad, José Maria Castellví ha renunciado a rodar un remake con el malvado Zaroff y con el paródico doctor Fhibes poniendo humor donde mejor estaría la seriedad, y viceversa.

Poppers es un filme hecho para lanzar cinematográficamente a Gianina Facio y convertirla de heroína de las peluquerías en diva de la pantalla. El vehículo es equivocado. Tal y como está planteado Poppers, ella resultaría más creíble si fuera él. En un mundo estrictamente masculino, de esa masculinidad que niega la existencia de la mujer, como no sea a través del travestismo, la Facio es una presencia absurda. Claro que no es ese el defecto básico de Poppers, sino la ya mencionada falta de atrevimiento y humor. Si "en la música joven faltan zambombas" -la frase es de Gracita Morales-, en una película como la de Castellví falta la decisión para no aceptar como sensato que la gente deje de masturbarse en plena Gran Vía porque el coche ha llegado a un semáforo.

Es curioso que Castellví, que es un fotógrafo de prestigio, haya elegido para iniciarse como director una historia repleta de elementos sadomasoquistas. Leopoldo Pomés, en Ensalada Baudelaire; Carlos Suárez, en El jardín secreto; Raúl Artigot, con Cabo de Varas, y Teo Escamilla, con Tú sólo, por citar sólo a los fotógrafos o directores de fotografía que han debutado, en un plazo relativamente reciente, como cineastas, coinciden con Castellví -en grados y formas muy distintas- en ciertas preferencias temáticas. Si no resultara demasiado transparente, habría que teorizar un poco sobre el voyeurismo, las miradas perversas y sus connotaciones de sexualidad no satisfecha para explicar ese eritusiasmo compartido de la gente que se pone detrás de la cámara por dedicarse a torturar y a contemplar torturas.

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