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Crónica de un equívoco

La novela de Juan Marsé 'Últimas tardes con Teresa', llevada al cine por Gonzalo Herralde

Tomàs Delclós

Juan Marsé y Gonzalo Herralde definen la historia de Últimas tardes con Teresa como la crónica de un equívoco. Manolo, un paria desarraigado, enamora a Teresa niña progre de familia bien. En realidad, Teresa está enamorada de una idea. "Lo sabía", dice la novela, "lo había sospechado siempre: el Monte Carmelo no era el Monte Carmelo, el hermano de Manolo no se dedicaba a la compraventa de coches, sino que era mecánico, aquí no había ninguna conciencia obrera, Bernardo era un producto de su propia fantasía revolucionaria, y el mismo Manolo...". Ese mismo Manolo se engañó pensando que, al lado de Teresa, llegaría a la lujuria de los ricachones.Y entre ambos, entre los dos errores, Maruja, la criada de Teresa y la novia de Manolo. Su muerte romperá el embuste, pondrá fin al equívoco. Marsé manifestó a este diario que el personaje de Maruja tuvo una concepción instrumental, era el nexo entre Manolo y Teresa. "Pero el personaje creció y pidió una entidad propia, más allá del servicio mecánico que me prestaba". Y no es que Marsé rehúya los trucos del oficio -"si necesito matar un personaje, pues lo mato, y si necesito casarlo, lo caso"-. El novelista tiene todos los derechos sobre sus criaturas y les puede imponer las casualidades que quiera. Marsé recuerda, por ejemplo, la brutal estadística de azares que encontramos en Dickens. Sin embargo, el cariño que hay en Maruja no lo tiene Marsé por otros personajes como, un caso, el señorito Luis Trias de Giralt.

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Para la elaboración de los diálogos del filme, Marsé ha evitado releer la novela y ha preferido la evocación de sus imágenes. En su nota a la séptima edición, de 1975, Marsé cuenta las sorpresas que arrastra una relectura nostálgica y cómo meros cosidos y repliegues de la trama no le parecen, luego, tan desvalidos como temía. Herralde, por su parte, procura no perder su primer encuentro con la novela, "en la que se me hablaba de una generación anterior a la mía que no conocía, de una Barcelona que no sabía y que me llevó a la creación de un mito sentimental". Claro que hay otras lecturas, como la que hizo Carlos Robles Piquer cuando entendía en asuntos de la censura. "Levantó la prohibición de publicar la novela y me dio consejos que parecían de preceptiva literaria. Que quitara una vez la palabra muslo, que no le pusiera bigotito al doctor Serrat. Apenas le preocuparon los aspectos políticos".

En la charla entre Marsé y Herralde sobre las mañas que debe tener un novelista sale, de rebote, las habilidades del buen cineasta "El problema no está en el realismo de la ficción, sino en saber contar algo de manera verosímil. Una anécdota banal, mal explicada puede resultar increíble. En cambio, Kafka te convence de que un hombre tiene manos de escarabajo, lo ves. En cine, por ejemplo, hay que saber administrair el plano-contraplano. Si un personaje está diciendo algo que le resulta dificil creérselo, lo mejor es evitar su rostro y dejar ver la reacción de quien lo escucha", comenta Marsé, quien añade una serie de recomendaciones cinéfilas para Herralde: "Fíjate en la escena de seducción al teléfono de Encadenados. Ves a ver Al filo de la navaja...".

Gonzalo Herralde explica que el filme se reducirá a la historia de un verano, el del 57. "La novela se prolonga durante año y medio. En el cine, esa historia de equívocos no puede durar tanto tiempo". Hay varias razones para escoger únicamente el verano. La ciudad vacía es una ilustración nítida de otras abstracciones menos físicas, las que mueven a sus escasos vecinos, a los personajes de Últimas tardes con Teresa. Manolo sale de su hibernación por tascas y timbas del Carmelo y Teresa se afinca en esa tierra de nadie que es su casa en la playa.

Cine y literatura trabajan con materiales distintos y tienen distintas necesidades. "Habría que hacer otra película para contar la génesis de los personajes", comenta Marsé. "Son personajes sacados de la literatura decimonónica, que se hacen a sí mismos, como Jean Sorel o el Gran Gatsby. Cuando a Manolo le preguntan por su familia, sólo recuerda que en su casa, cuando llovía, se iba la luz. Apenas tiene pasado".

Marsé no está especialmente convencido del cine que ha resultado de sus novelas. "La mejor película es La muchacha de las bragas de oro, aunque Vicente Aranda atiende más al personaje de la chica, a su erotismo, que al verdadero protagonista de la novela". Con Roberto Bodegas escribió el guión de Libertad provisional. "Éramos viejos amigos. Bodegas me había hablado de rodar Encerrados con un solo juguete. No lo vi claro y, años después, hicimos Libertad provisional".

Hay una tópica prevención entre la gente del cine contra la literatura. El propio Hitchcock pontificaba que lo más seguro para conseguir una buena película era coger una mala novela. "Algunos identifican el mal cine y las películas con mucho diálogo. Es absurdo. En el excelente cine norteamericano de los años treinta y cuarenta, los personajes no paraban de hablar. Eso sí, eran unos diálogos cuidadísimos. Hay que darles algo a los personajes, sino... se quedan desarmados".

Sociedad sin épica

Marsé repasa películas y directores de ese ciñe de antes que añora por su inteligencia en las elipsis, por su aparentemente simple sabiduría narrativa y cita a John Ford, a Raoul Walsh.... "El neorrealismo italiano empezó a deshacerlo todo. Respeto alguna películas, pero su aparición resultó fatal para el cine. Desde entonces, todo está en manos de intelectuales como Ingmar Bergman. Ya no encuentras ni cines de barrio ni aquellas películas en blanco y negro de luces míticas que nadie pretendía que fueran la vida misma".

Lamentablemente, según Marsé, son filmes irrepetibles porque la sociedad ha perdido la épica que los sustentaba. "Los westems elaboraron una gran mitología. A mí no me importa que los indios sean siempre malos. Yo sé que hay indios buenos, pero el cine no está obligado a mostrarlos. España tuvo su épica en el Siglo de Oro, con la figura del pícaro... pero la perdió. Sólo esa España de ahora, sin épica, puede explicar, por ejemplo, que un país con grandes pintores no tenga grandes cineastas. Da la sensación de que es casi tan imposible como que existan toreros gallegos o nadadores negros".

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