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Reportaje:TEATRO / 'TITO ANDRÓNICO'

Lo que le han hecho a Shakespeare

Vittorio Gasmann decía, no hace mucho, que no es posible un mal espectáculo sobre una obra de Shakespeare, porque el genio original trasciende en cualquier caso. Sería interesante que conociera la versión de Tito Andrónico hecha por el autor Manuel Martínez Mediero y el director Antonio Corencia. Rompe por primera vez en el mundo esa ley universal.La interminable parodia se representa, eso sí, en condiciones especialmente malas. El conjunto monumental del templo de Debod, con sus láminas de agua, sus largos espacios como pistas, parece ofrecer un lugar singular para una representación teatral de gran estilo; pero sobra el público. Mal acomodado, distante, alcanzado por los ruidos de un sistema acústico deficiente, con el sonido en un solo punto de referencia y las figuras distanciadas unas de otras, sin visibilidad. Los más jóvenes trepan a los respaldos de las sillas. Son metálicas, y el choque de unas contra otras aumenta la confusión sonora; sobre todo cuando, bajo ellas, ruedan las botellas de refrescos.

Tito Andrónico, de Manuel Martínez Mediero

Basada en la obra de Shakespeare. Intérpretes: José Cela, Andrés Mejuto, Daniel Oliván, Juan Troya, Ana Latorre, Alfonso Castizo, Marucio Lapeña, Paco Bernal, Ángel González, Antonio Suances, Paco Olmo, Pedro Valentín, Juan Gea, Aurora Bautista, Carlos Piñeiro, Carlos Cabezas, José María Rueda, Tomás Gayo, Miguel Caiceo, Manuel de Benito, Chema Vivas, José Luis Martínez, María José Carrasco, Achero Mañas, Maruchi Fresno, Victoria Hernán, Alberto Alonso, Mario Rojo, Concha Rabal, Amelia del Valle, Juan Navas. Dirección: Antonio Corencia. Estreno, Templo de Debod. Madrid, 12 de julio.

Hay, por tanto, un beneficio de duda acerca de sí este mismo texto, recogido en un espacio escénico más adecuado, podría llegar a ser más eficaz. Y con algunos cortes largos. Cuanto más se aproximen los cortes a la totalidad del espectáculo, mejor.

Una parodia sin gracia

Por el momento, queda una parodia sin gracia. Tito Andrónico -original- es una tragedia cuajada de cadáveres y atrocidades. El gusto del público isabelino y una tendencia de Shakespeare. Recogía algunas cuestiones temáticas en boga -el amor del moro por la casta doncella blanca-, algunas atrocidades de fuente antigua -el canibalismo, el sacrificio- y tenía la tendencia de su autor a demostrar hasta la exageración la inhumanidad del poder absoluto y la lucha por conquistarlo. Más lógicamente, la inmensa belleza del lenguaje y pensamiento, la agudeza de humor triste y punzante que hacen que Shakespeare sea quien es.Todo ello, indudablemente, se puede convertir en parodia, y el género siempre es lícito. Con las condiciones conocidas, Martínez Mediero no parece en este caso tocado por esa virtud. No ha elegido la parodia pura, sinó la que trae a la vieja acción alguna actualidad: y la actualidad es tan veloz en nuestro país que lo escrito hace algo de tiempo -y todo parece indicar que en este caso es así- pierde esa virtud regocijante que a veces reside solamente en la mención del vocablo nuevo político en otro contexto.

Curiosamente, en este texto parece mucho más viejo lo escrito por Martínez Mediero que lo que queda de Shakespeare. La idea expresada por Corencia (EL PAIS, 13 de julio) de que este espectáculo "muestra la vida real de todos los españoles que han vivido por una causa y con el paso del tiempo se han visto defraudados por las injusticias que se han cometido con ellos" no aparece en ningún momento. Es más bien asombrosa, después de haber visto la obra.

Confesión de incapacidad

Más próxima a la realidad parece la declaración de Martínez Mediero en el programa de mano sobre "cómo vaciarse un autor", la confesión de su incapacidad ante una obra que le parece "inaccesible" tras varias decenas de lecturas, hasta llegar a la idea de que Shakespeare no sabía qué hacer con tanta violencia, "no sabía si reírse o llorar". Ha vaciado a Shakespeare. El vacío no lo ha rellenado con nada. Porque Martínez Mediero, en este caso concreto, es nada.La representación

No es posible hacer recaer sobre los actores, algunos de gran nombre y esforzados todos, la responsabilidad del triste suceso. Las figurillas lejanas y gangosas, cuyas voces se mezclaban con saturaciones de altavoces y ruidos extraños, estaban simplemente ganando su vida como podían. Sus famas quedan intactas, como la de Shakespeare, a pesar de lo que le han hecho. La aparición de un globo -torpe, privado también él de la gracia aérea de su especie-, de una leona, de un cohete o de unas renqueantes barquichuelas no pueden consíderarse como espectáculo, aunque sí como un aumento de presupuesto.

La dirección de escena de Antonio Corencia resuelve -lo intenta- a base de enormes carreras de una punta a otra del largo espacio, de aspavientos para aumentar la visibilidad y el carácter de parodia, y se encuentra perpleja ante lo que queda de Shakespeare y el amontonamiento verbal de Martínez Mediero.

El público fue respetuoso durante la representación; simplemente se fue deslizando de sus sillas, lo más discretamente que le permitía su tintineo, y al final del espectáculo -hacia las 2.15 horas de la madrugada- aún quedaba, probablemente, más de la mitad, de la cual sólo una minoría silbó y gritó "¡Fuera, fuera!", sobre todo ante la presencia de Martínez Mediero y de Antonio Corencia.

Probado así con tan mala fortuna en Madrid, es posible que Tito Andrónico de Martínez Mediero, retocado, cortado, corregido, en mejores ámbitos, pueda seguir representándose por el verano español.

Le espera los festivales de ciudades como Mérida, Sagunto, la Plaza Porticada de Santander...

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