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Tribuna:Cultura marxista / 1
Tribuna
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La ciencia social

El autor expone en este artículo lo que tiene de actual y de perecedera la ciencia social de Marx, que se limita exclusiva mente a la economía. Sólo tres ideas básicas conservan su validez: la teoría de la plusvalía, la importancia de lo económico y la lucha de clases.

El marxismo se presenta como ciencia social y, más precisamente, como la verdadera ciencia de la sociedad, en contraposición con la que denomina burguesa u oficial. A 100 años de la muerte del fundador del marxismo, tiene interés averiguar si dicha pretensión fue justificada en su tiempo y si lo es hoy. En este breve artículo intentaré demostrar que la obra de Marx fue en parte científica, pero que esa parte ha envejecido a punto tal que quien pretenda hacerla pasar por ciencia actual confunde ciencia con seudociencia.La ciencia social marxista se limita a la economía. Nunca existieron ni existen en la actualidad una antropología, una sociología, una politología o una historia marxistas. Lo que hay son científicos sociales, tales como los historiadores cuantitativos, sociales y económicos que han sido fuertemente influidos por el marxismo.

Ahora bien, la obra de Marx en el terreno de la economía puede calificarse en tres partes: histórica (tanto de la economía y de la técnica como de las teorías económicas), descriptiva (del capitalismo más avanzado de su tiempo), y teórica (del valor y de la plusvalía). Nadie niega el gran valor de la dos primeras. Lo que está en tela de juicio es si la teoría marxista de la economía, que se centra en lo conceptos de valor y de plusvalía es científica o lo fue en su momento.

Variedad de industrias

Marx tomó de Ricardo la idea de que el valor de una mercancía está determinado exclusivamente por el trabajo necesario para producirla. (Piénsese en la variedad de industrias y ocupaciones que intervienen en la fabricación de esta publicación.) Esta idea es falsa por diversos motivos. Primero, según ella, el valor de uso de una mercancía dependería del nivel tecnológico, lo que no es verdad: al consumidor no le interesa si lo que adquiere ha sido producido por una persona o por 100, en un minuto o en un día, sino solamente si le sirve y el precio le conviene. Segundo, Marx no nos da una fórmula que relacione el valor de uso con el valor de cambio o precio. Por tanto, si no se acepta que el reloj mida el primero, no hay modo de medirlo, con lo cual queda reducido a una de esas cualidades ocultas con que los filósofos medievales pretendían explicar la realidad perceptible. Tercero, al medir, el valor por la cantidad de trabajo socialmente necesaria se hace caso omiso de la escasez y de la abundancia, de la oferta y la demanda, lo cual contradice a la experiencia. Cuarto, la concepción ricardiana y marxista del valor implica que el comercio no agrega valor, lo que lleva a menospreciarlo. Consecuencia práctica: en los países socialistas la distribución está tan mal organizada que la población pierde muchas horas de trabajo haciendo colas para adquirir artículos de consumo básicos, lo que encarece la producción y causa descontento. ¡Resultado trágico de aferrarse a un dogma caduco!

Otros dos dogmas de la ciencia social marxista son que la economía lo determina todo, y que la lucha de clases es el motor de la historia. Es obvio que la afirmación de ambas proposiciones es contradictoria: o bien la economía es el primer motor, o lo es la lucha de clases. Sin duda, ambas son importantes, pero las dos no pueden privar al mismo tiempo. El análisis de la historia y de la sociedad actual nos enseña que no hay tal primer motor social: que unas veces la chispa ocurre en la economía otras en la política, y finalmente otras en la economía.

Por este motivo, la sociedad puede considerarse como un sistema compuesto por tres subsiste mas que interactúan fuertemente entre sí: la economía, la política y la cultura. Este modelo sistémico es más realista que el modelo marxista de las dos capas: la infraestructura material o económica, y la superestructura ideal o político-cultural.

Además de contener contradicciones y oscuridades como las que acabamos de señalar, la ciencia social marxista se refería al mercado libre o competitivo del siglo XIX. El capital, obra formidable en su tiempo, no sólo por el detalle de sus descripciones, sino también por su condena de la explotación capitalista de la era victoriana, no describe el capitalismo contemporáneo. En efecto, éste se distingue por el poder de tres componentes que eran débiles en tiempos de Marx: el oligopolio, el Estado y el movimiento sindical. Este trío ha acabado con el libre mercado a que se referían tanto Marx como los economistas neoclásicos. Tampoco se ocupó Marx, ni podría haberlo hecho, de un fenómeno de nuestro siglo como es la economía socialista. Ni se ocupó de las economías semicapitalistas dominadas por los países centrales.

Por estos motivos, la ciencia social de Marx no ayuda a explicar la realidad económica actual, ni la de los países industrializados, ni la de los países en desarrollo. Ya no es una ciencia. Es una curiosidad histórica.

¿Cómo es posible que una letra casi muerta siga inspirando a millones de seres humanos, sobre todo en aquellas partes del mundo que nunca conocieron el capitalismo de libre empresa anatematizado por Marx? ¿Acaso este éxito práctico no confirma, como creía Lenin, la verdad de la doctrina marxista? De ninguna manera Los oprimidos del Tercer Mundo no son atraídos por las obras de Marx, en gran parte escritas en lenguaje esotérico. Son movilizados por consignas prácticas básicas, tales como la lucha contra los terratenientes y las dictaduras militares. En otro orden de cosas, la central sindical polaca Solidaridad no se inspiró en la ideología tomista, sino que luchó contra una burocracia dictatorial y en favor de condiciones de trabajo y de un nivel de vida comparables con los de las naciones capitalistas.

Con todo, las obras de Marx y Engels contienen ideas que fueron correctas en su tiempo y, en ocasiones, también en el nuestro. Entre ellas figuran la noción (aún oscura) de plusvalía y la correlativa de explotación; la idea de la enorme (aunque no todopoderosa) importancia de lo económico, y la idea de que (a veces) la lucha de clases se da y es decisiva. Sin embargo, estas ideas no han sido sistematizadas en una teoría clara, coherente y conforme a la realidad actual. En particular los marxistas (y tampoco los neoclásicos) no nos han propuesto teorías adecuadas del precio, del oligopolio y de la inflación. Ni siquiera nos han propuesto teoría de la economía socialista (y menos aún de la economía mixta) que permitan planearla efectivamente para vencer la baja productividad, el despilfarro y la desorganización que las caracteriza.

Los rápidos cambios de la realidad social en todo el mundo exigen una actitud teórica crítica, objetiva y dinámica; requieren capacidad de innovación conceptual y disposición a experimentar nuevas formas de organización social, así como nuevas estrategias políticas para alcanzarlas. Desgraciadamente, esa actitud crítica, objetiva y dinámica, es ajena a la mayoría de los pensadores marxistas, quienes creen que la sabiduría reside en un montón de textos canónicos. Esta actitud escolástica está condicionada por una filosofía, el materialismo dialéctico, que no ha avanzado un paso en el curso de un siglo.

Mario Bunge físico de formación, es autor de más de 300 publicaciones en ciencia y filosofía, entre ellas La investigación científica, Filosofía de la física, Epistemología, Materialismo y ciencia y Economía y filosofía. Ha enseñado en la universidad de Buenos Aires, así como en diversas universidades americanas y europeas. Actualmente es profesor de filosofía y director de la Fondations and Philosophy of Science Unit de McGill University, Montreal.

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