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El Festival de Santander diversifica sus objetivos y descentraliza sus actividades

El próximo sábado termina el certamen

El 30º Festival Internacional de Santander ha tenido este año tal diversidad de acontecimientos que cuando acabe, el próximo 29 de agosto, con la actuación en la plaza Porticada del Scottish Ballet, de Escocia, parecerá que ha durado más que el mes y algunos días que se ha mantenido animando las noches de la capital cántabra. El pasado lunes, por ejemplo, mientras la London Symphony Orchestra interpretaba a Schubert y Chopin en la plaza citada, el trío de guitarras acústicas de John McLaughin, Al di Meola y Paco de Lucía terminaba su actuación en la plaza de toros, y la Coral de Cámara de Bratislava y la Orquesta de Cámara de Zilina, ambas de Checoslovaquia, llenaban con su música la iglesia de la Asunción de Torrelavega. En total, más de 10.000 espectadores acudieron a esa triple cita, lo que da idea del poder de convocatoria de este certamen anual, que este año ha diversificado sus objetivos y descentralizado su localización. La repercusión popular que en los más variados ambientes ha tenido ha sido otra de sus características.

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Sorpresa en cuanto a la calidad para quien no hubiera escuchado directamente a esta orquesta. Sorpresa también para quienes la conocemos bien, pues la obra perfecta no agota en una ni cien veces su capacidad de renovado asombro.Un maestro joven, el húngaro Ivan Fischer (1951), ha demostrado las razones de su rápida carrera y las posibilidades inmensas de futuro.

Formado en Budapest y Viena, a los veinticuatro años comienza a dirigir en su patria y en Italia. Obtiene un premio importante -Fundación Rupert- que lo sitúa al frente de la Sinfónica de la BBC y otras formaciones inglesas. Después, Francia, los países nórdicos, América y, de manera continuada, la Sinfónica del Norte del Reino Unido y, como contrapartida de otros géneros y estilos, el Conjunto Barroco de Escocia. Recientemente se incorporó al mundo operístico con Julio César, de Haendel.

Físcher es músico nato: posee una técnica considerable -gesto vivo y nervioso, pero preciso- y una imaginación, colorista que enriquece la excelente arquitectura y continuidad de sus exposiciones.

Quedó bien claro todo ello en las Danzas de Galania, de Kodaly; El pájaro de fuego, de Stravinsky; la primera de Brahms y la colaboración con los solistas en Chopin y Brahms.

El primer concierto del polaco tuvo en Christian Zacharias (1950) el pianista de técnica bellísima y rutilante que el mundo conoció cuando ganó el Premio Internacional Ravel. Formado a medias entre la República Federal de Alemania y Francia, las virtudes del joven Zacharias se inscriben en ese campo de síntesis que tanto juego ha dado en la historia de la creación y la interpretación.

Para el concierto de Brahms tuvimos al que es hoy uno de los dos o tres grandes violinistas de la Unión Soviética: Viktor Tretyakov. Sonido purísimo, afinación precisa, ligado admirable, técnica mecánica asombrosa y un concepto apasionado pero montado sobre la razón. Pentagramas como los de Brahms piden razonadamente buena dosis de tormenta, y Tretyakov la aportó, sin mengua de la claridad expositiva y el buen orden en todo sentido.

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