_
_
_
_
_

La ópera domina la intensa actividad musical de la primavera de Viena

La vida musical vienesa es de tanta intensidad que la celebración de los Festivales de Primavera supone una mera acentuación de lo habitual. Entonces la llegada del festival no sólo pierde brillo, sino que cobra significación. No se trata de hacer flotar brillantes islotes en un mar de relativo interés, sino de coronar con ciertos acontecimientos singulares el exigente festival de toda la temporada.

Ahí están las repetidas actuaciones de la Filarmónica bajo la dirección de Lorin Maazel. Sus versiones de la Sinfonía Escocesa, de Mendelssohn, y del Concierto para orquesta han mostrado hasta dónde alcanza la versatilidad y los varios teclados dominados por quien, a partir de otoño, será director general musical de la Opera. Los conceptos más refinados de una poética que, sin traicionar su espíritu romántico, junta en el sinfonismo mendelssohniano elegancia, tenues coloraciones y medido lirismo. Como los filarmónicos responden con perfección a cuanto les pida el maestro más exigente y Maazel ha arribado a un espléndido estadio de madurez, los resultados apenas precisan de comentario.De pronto, tras la pausa, el ideal sonoro se transmuta y surge avallasador el Concerto, de Bartok, la obra más feliz de sus últimos tiempos infelices, una suerte de mirada serena al pasado y al entorno para recoger y filtrar en su propia ánima evocaciones y presencias. El hungarismo está vivo, sí, pero en el fondo, a modo de enorme raíz de la que nace un gran árbol, hasta que en el tiempo final estalla en claros ritmos popularistas. La imaginación orquestal de Bartok, tan formidablemente rica, fue asimilada por Maazel y la Filarmónica en un alarde de doble virtuosismo: virtuosismo de técnica y virtuosismo de musicalidad.

El combate por la libertad

Fidelio fue, por propia declaración de Beethoven, el hijo del alma entre todas sus obras. Le costó mucho trabajo, volvió una vez y otra sobre los pentagramas hasta dar una versión definitiva que, con todo y constituir una obra maestra, tardó en ser reconocida y asimilada por el público. (Recordemos que el Real la estrena, cantada en italiano, el año 1893 y no la pone en escena nada más que dos veces hasta su cierre en 1925).Se ha insistido mucho en lo que está claro: la significación de Fidelio como lucha, esta vez triunfante, de la libertad contra la opresión, como defensa de la justicia, la fidelidad y el amor que enlaza perfectamente con la ideología de la sinfonía con coros. Incluso algunas palabras de la oda de Schiller aparecen ya en el final de Fidelio.

Con menos frecuencia se analiza la perfección de estructura de la única ópera beethoveniana, el equilibrio entre los dos actos, tan contrastados y, a su vez, entre los cuadros de cada acto en un juego de luces y sombras que la orquesta sostiene e ilumina, pero que las voces defienden con gran belleza.

La primera versión de Fidelio se estrena en 1805, el año del cuarto concierto y del triple para piano, violín y cello. La Heroica y las sonatas en do mayor (Waldstein) y en fa menor (Appassionata). En la ópera, cuya versión definitiva data de 1814, encontramos con frecuencia la sombra de Mozart y hasta, si se quiere la de Cherubini, tan admirado por Beethoven, pero no menos el anticipo de Wagner. Estamos, pues, ante una verdadera suma cuya continuidad dramática se ve interrumpida por la costumbre de incluir antes del último cuadro la obertura Leonora 3, tan excelente, sí, pero perturbadora en una concepción teatral tantas veces revisada por el autor. No han faltado voces que se hayan alzado contra ese error estético monumental (Jean Orpustán), aunque quienes piensan que en la ópera manda exclusivamente la música aprueben la medida, como el mismo André Jolivet.

Lo mejor en un teatro de la categoría de la ópera vienesa es, siempre, la altura de nivel general, defendida aún sin reparto de grandes estrellas. No le negaría yo ese título, sin embargo, a Gwyneth Jones, Leonora-Fidelio admirable de estilo, dominadora de técnica y dueña de la bella voz que le conocemos en tan diversos cometidos operísticos y oratoriales. Ni le faltó nobleza y pasión al Florestan de Han Beirer, dura gravedad al tirano gobernador de la prisión (Franz Ferdinad Nentwig) o suficiencia de méritos y dominio musical y teatral a Roccol y Marcelina (Tugomir Franc y Olivera Miljakovic). Excelente la regie, de Otto Schenk; expresivos y grandiosos, dentro de una concepción directa, los escenarios de Schneider-Siemssen y sencillamente perfectas las luces.

De coros, dirigidos por Balatsch, y orquesta, sólo puede emplearse un término: excelentes. El mismo que aplicaría al director musical, el joven Christof Prick. Su mando, su criterio dramático que evidencia la teatralidad de las mismas intervenciones orquestales, su agilidad para los contrastes expresivos y dinámicos, su construcción global, le valieron grandes ovaciones. Es nombre a retener, pues, con ocupar ya un puesto considerable, veremos a Prick ascender de manera vertiginosa.

El verismo de Giordano

Andre Chenier, es título del gran repertorio, como muestra significativa de la corriente verista. El libreto de Illica desarrolla con libertad y sin la profundidad de Fidelio el problema de la libertad, en la biografía del poeta revolucionario francés; Giordano sirve una partitura de gran efecto muy al gusto burgués, óptica que domina la visión del conflicto. Bellas melodías, tan amables como la experta orquestación y buen sentido teatral si referimos el término al melodrama italiano. Dirigida escénicamente por el mismo Otto Schenk, sobre espléndidos decorados de Rolf Glittenberg, la parte musical corrió a cargo de Oliviero de Fabritis, veterano practicón, capaz de rebajar varios grados la calidad de la orquesta vienesa. Del reparto -siempre con el nivel que el mismo escenario exige- destaco Ilona Tokody en una Madeleine llena de matices musicales y dramáticos, a lo largo de una línea especialmente atractiva.

El gran teatro del mundo contemporáneo

Así ha definido Frederich Cerha su nueva ópera La red, encargo del festival, cuyo estreno en el teatro An der Wien, ha despertado no pocas polémicas. La obra desarrolla ideas expuestas en Ejercicios, de 1967 y presenta, en masa, al mundo angustiado de hoy, que alternativamente busca el orden o la libertad a través del poder o la revolución, para caer al final preso en la red sin escape ni posibilidad de liberación.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_