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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Miró, Zóbel y Cristófol, en Barcelona

El ritmo de la producción mironiana es tan acelerado que en ocasiones sobrepasa la capacidad de consignación de los informadores. Pródigo en exposiciones e ilimitado en su creatividad, Miró nos sorprende ahora con un centenar de grabados nuevos acompañados de cuatro esculturas fundidas en bronce y del monumental tapiz que ha presentado en la Fundación de su nombre. Nuestra admiración hacia él aumenta, si tenemos en cuenta que estos grabados, ahora, expuestos en la Galería Maeght, en homenaje a Gaudí, han sido producidos entre 1978 y 1979, período durante el que ha estado seriamente enfermo y convaleciente de sus afecciones en las extremidades inferiores y del accidente que sufrió el último verano en la escalera de su estudio. Miró ha dado respuesta a tales contrariedades recuperando la energía y dando vía libre a sus impulsos para verter sobre la plancha calcográfica su proverbial vehemencia. El mismo Pierre Schneider, comentando una de sus recientes exposiciones parisinas en L`Express, decía que «la abundancia y manifestaciones de Miró en estos últimos tiempos sólo es igualada por su producción, cada vez más copiosa, furibunda y frenética».La superficie del cobre, pulimentada y sin rugosidades, es una permanente provocación que le incita a utilizar técnicas, materiales y herramientas totalmente heterodoxas, pero de mucho más elocuentes resultados que el purismo del buril, las gubias o las tímidas mordidas de ácido. Una temática tan rica y exuberante como la de Gaudí no podía ser resuelta por Miró atendiendo a formalismos inexpresivos o desprovistos de ese «furor» que le es propio. La fantasía de sus colores, la capacidad lúdica de sus líneas y trazos se entrezcruzan rejuvenecidos, lejos de cualquier prejuicio o academicismo, para invadir la superficie de las planchas. En su conjunto es ésta una serie que nos habla de ese ritmo vital con el que Miró desafía sus propias obras: noventa y cuatro aguafuertes y seis litografías, que nada tienen en común, excepción hecha de esa sintaxis y esa morfología que da identidad a todo lo mironiano. Un Miró ensimismado por el grabado que completa su larga carrera calcográfica con este homenaje a Gaudí. En ocasión de esta muestra, y como texto de un espléndido catálogo, Lluís Permanyer nos cuenta una serie de intimidades vividas cerca del artista en su taller de Son Boter, Mallorca, cuando preparaba esta serie.

Miró, Zóbel y Cristófol

Galerías Maeght, Theo y Rayuela. Barcelona.

Otro acontecimiento relevante de este epílogo de temporada es la presentación en Barcelona de la obra de Fernando Zóbel en la Galería Theo. Por paradójica que pueda parecer esta circunstancia, Zóbel resultaba ser un pintor novel en esta ciudad, pese a que su figura y su estilo eran tan conocidos como el Museo de Arte Abstracto de las Casas Colgadas de Cuenca, por él creado y fundado en 1966. Esta entrada la ha hecho el pintor con la conocida Serie blanca, culminación de sus anteriores etapas, que precisamente empezaron en el otro extremo de la escala cromática, el negro. Dentro del panorama catalán era de suma importancia conocer de cerca el quehacer zobeliano, ya que por razones históricas existe una asociación entre la pintura abstracta española y el tremendismo desgarrado de El Paso. Zóbel, con su contención, con su mesura, con su soberbia técnica y con esa exquisita sensibilidad, que no deja ningún cabo suelto, es precisamente la antípoda de la exuberancia abstracta del informalismo. Todo él es meditación, reflexión sobre los medios y los métodos a utilizar dentro de esta variante de la abstracción lírica, que, con el paso del tiempo, ha resultado ser prólogo del «support-surface». La vida de Zóbel, su misma pintura, es consecuencia de ese vivir y ver, de ese pasar por el tamiz del intelecto las sensaciones retinianas, con tranquilidad, con suma pausa, con toda la exigencia que la reflexión y la meditación puedan requerir. En el fondo, su obra nace de un hecho real que se desnuda de la anécdota para presentar esta síntesis kantiana que funde en el acto del conocimiento lo visto y lo sentido. De aquí que los temas sean pocos y tiendan a la simplificación, y que los colores se vayan sumando hasta llegar al blanco, que los integra e ilumina en grado máximo.

Por fin Leandre Cristófol, el escultor leridano que militó como pionero y casi por cuenta propia en la vanguardia de los años treinta, ha sido presentado en Barcelona por la galería Rayuela, en una seleccionada muestra que une a trabajos antiguos realizaciones más modernas. Fiel a sus orígenes, Crist6fol sigue trabajando en ese libérrimo y festivo amasijo o composición de muelles, flejes, matraces, taburetes, cilindros, esferas, telas metálicas, molduras de madera, etcétera, con los que iniciará su carrera, a medio camino entre el surrealismo y el «dada». Luego los historiadores y la crítica local le situarían en la triología surrealista del arte catalán de preguerra, junto a Joan Miró y Salvador Dalí.

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