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SEGUNDA CORRIDA

Demasiado caballo en la segunda corrida

De la paliza vengo. Echamos el día a rejoneadores, que es como decir que nos pasamos las dos horas y media largas que duró aquello escuchando el Bolero de Ravel -todo igual, todo igual- además, pocas veces con gran orquesta y casi siempre con charanga.Tanto caballo y tanto caballazo es excesivo, aun aceptándolo con tanta resignación. Alguien me dirá: Pues aguántese usted, que, para algo es crítico taurino, o dedíquese a otro oficio! Y no es eso, no es eso. Al rejoneo. por muy bueno que sea, le falta un tiempo, precisamente el fundamental de la lidia: el tercio de varas. La Fiesta gira en torno a este tercio, en él es donde se ve al toro, donde se fragua el espectáculo, donde se plantea el argumento de la corrida.

Plaza de Valencia

Segundo festejo fallero (lunes). Toros de Luis Albarrán, para rejones, mansos, con genio. Manuel Vidrié, dos orejas. Antonio Ignacio Vargas, palmas y pitos y saludos. Joao Moura, vuelta al ruedo. Paulo Caetano, oreja. Vidrié y Moura, oreja. Vargas y Caetano, un aviso. Resultó cogido el peón Máximo González, de pronóstico reservado.

De manera que crítico de toros, sí pero a salvo caballos hasta el empacho. Y al público le pasa igual. Cuando terminó la actuación de Moura, aunque fue muy buena, las posaderas se les hacían huéspedes al personal. Y eso que una brillante banda de música amenizaba el espectáculo interpretando (hasta el agotamiento. por cierto) escogidas piezas de su variado repertorio. Bueno, la verdad: no había tal brillante banda, ni repertorio variado, ni escogidas piezas. Claro que con los rejoneadores ocurría casi lo mismo. Quitamos a Vidrié. seguro, torero, buen jinete. quitamos a Moura, arrebatador y en algunos momentos genial, y nos queda el séptimo de caballería.

Cada vez que Vargas y Caetano cambiaban de montura nos parecía una lamentable pérdida de tiempo, pues lo que pedía cambio no era lo de abajo, sino lo de arriba. En el número final de las colleras, como suele ocurrir, los caballeros volvieron locos a sus respectivos toros. Con brillantez, todo hay que decirlo. Vidrié y Moura, con desacato al arte de torear, no sería justo ocultarlo, Vargas y Caetano. Vino a continuación el más grande acontecimiento del festejo: que se acabó. Anochecidos ya, el público escapaba de la plaza: ¡La calle!, ¿dónde está la calle?

Un toro para rejones es un espléndido regalo en cualquier corrida, que se agradece mucho. Seis toros para rejones, uno detrás de otro, sin parar, es la desconcatenación de los exorcismos.

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