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La Malibrán de nuestro tiempo

A lo largo de la historia, España dio al mundo cantantes que no sólo triunfaron, enloquecieron, literalmente, a los auditorios y a los adustos jueces de la crítica; inquietaron a los más razonables y movieron la inspiración de los poetas. Por ejemplo, María Malibrán; por ejemplo, Victoria de los Ángeles; una admirable García, una increible López.«Posee una inflexión de infinita dulzura, un aire juvenil entre ingenuo y travieso. Y una autentica modestia, que hace más admirable su valor artístico. Quienes la conocen gustan definirla con una palabra: cautivadora. De su persona emana un fluido que entusiasma, exalta y deslumbra.» Estas palabras, escritas por el italiano Arnaldo Fraccaroli sobre María Malibrán, podrían aplicarse puntualmente a Victoria de los Ángeles. Y las de Lamartine. Y las de Musset.

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Victoria de los Ángeles, premio Nacional de Música

La tentación va por otros caminos: los de buscar explicación al arte purísimo -sin ripio, timo y truco, por decirlo al modo juanromaniano- de Victoria. En primer lugar y sobre todo, está el don. O sea, la voz y su fácil correr en el aire. Esto lo tenía Victoria, todavía niña, cuando tarareaba por los claustros de la Universidad de Ciencias de Barcelona. Tenía también, en la sangre, la doble ascendencia -zamorana, malagueña- de sus padres, afincados e integrados al mundo y la cultura barceloneses como tantos altres catalanes. Poseía, en fin, una firme vocación, la seguridad de un destino presentido.

En la capital de Cataluña encontró ejemplos, maestros y ambiente. Su gusto natural por la música sencilla y popular se vio enriquecido con la práctica de la vieja música española en el conjunto Ars Musicae, pensado y animado por José Luis Lamaña, mentor máximo de Victoria desde los preludios de su carrera. Una de las primeras actuaciones de la cantante, todavía alumna en el Conservatorio, es en Orfeo, de Monteverdi.

A partir de 1944, después de la formidable sorpresa dada al público barcelonés y madrileño en sus primeros conciertos de la Cultural, la biografía de Victoria consiste en una sucesión de triunfos memorables. Da lecciones de interpretación en el lied, la melodie y la canción española, y encarna las grandes heroínas de la ópera: Mimí, Margarita, Salud, Melisande, Nedda, Santuzza, Carlota, la condesa de Almaviva, Ana, Serpina, Rossina, Cio-cio-San, Lauretta, Sor Angélica, Dido, Ariadna, Desdémona, Amelia, Violeta, Susana, Agata, Elsa, Eva, Elisabeth. Para cada una encuentra carácter y dicción; en las arias luce prodigios de técnica que parece congénita. Eleva los recitativos a su máxima significación musical y aparece siempre tocada por la gracia. Otra gran cantante europea, Kirsten Flagstad, escucha a Victoria en Fausto. Al día siguiente le escribe una carta de la que son estos párrafos: «Le escuché ayer en la Margarita, de Fausto, y quedé entusiasmada. Es muy raro encontrarse con una voz tan bella y utilizada con tanta perfección. ¡Qué placer se experimenta cuando se conoce el papel palabra por palabra: cuanto hizo es verdaderamente musical, en el más exacto sentido del término, y sin el menor esfuerzo superfluo. Con mi admiración más sincera, le deseo todo lo que usted misma puede llegar a desear.»

Muchas veces hemos insistido en el protagonismo del compositor como primer actor de la historia musical. Lo que no impide que, en ocasiones, la labor de un intérprete suponga extraordinario servicio a la música, pues, como en el caso de Victoria, nos ayuda a comprender lo que la misma música es en su esencia, Las lecciones de Victoria fueron, por eso, válidas no sólo para cantantes, sino también para instrumentistas, críticos y compositores. Enseñaban la verdad y la naturalidad puestas al servicio de las últimas exigencias de perfección.

Arte de tan raras cualidades, personalidad tan singular son, en verdad, difíciles de explicar, se resisten a cualquier análisis. Están ahí, como pura evidencia y se explican por sí mismos. Sí queda sobradamente justificada la concesión del Premio Nacional de Música. Victoria marca una época en la historia de la lírica española. Es la Malibrán de nuestros tiempos. Gracias a las modernas técnicas de grabación sonora, lo que de una ha quedado como leyenda, de la otra quedará como testimonio.

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