Mira más allá de la muerte

Pocos escritores clásicos españoles viven más allá de los libros. Para mí sólo tres alcanzan una presencia poderosa, la que hay que tomar muy en cuenta, no sólo a la hora de leer sino de escribir. El primero de ellos, por supuesto, es Cervantes. El tercero es un poeta, aquel que elevó una concepción barroca de la poesía a necesidad espiritual, el gongorismo. El segundo, que no es segundo de nadie, es Francisco Gómez de Quevedo y Villegas. Construido a medias para ser un grandioso poeta inglés: casi ciego como Milton, patituerto como Byron, Quevedo comparte con ellos su valor físico, su gusto por la polémica personal y política y un conocimiento erudito de los idiomas clásicos.Pero si el Quevedo poeta es importante, es Quevedo el prosista, aun el novelista, el infatigable constructor de paronomasias, el jugador no sólo con conceptos sino con palabras, el intraducible constructor de edificios verbales, el que me parece más imperecedero. Es bueno celebrar su aniversario, aunque es mejor leerlo: cada lectura de Quevedo es no sólo una celebración del autor, sino la fiesta del lector. Quevedo es, creo, junto con el doctor Johnson, el único escritor que ha continuado escribiendo después de muerto.