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XXV Festival de Cine de San Sebastián

"Novecento", espejo de la vida

Fuera de concurso ha venido hasta las pantallas de San Sebastián Novecento, seguramente el filme más esperado; excepción hecha de Este oscuro objeto de deseo, de Buñuel, que cerrará las jornadas del Festival. Presentado hace ya más de un año en Cannes, causó sensación, no sólo por su inspiración, imaginación y maestría, sino también por los medios puestos a disposición de Bertolucci gracias a la industria americana, muy lejos de lo que acostumbra el europeo y el italiano en concreto. Se habló entonces de influencias de Visconti, pero es preciso anticipar que el paso de tan breve período de tiempo transcurrido desde entonces y una visión más atenta, viene a poner en evidencia que Bertolucci va más allá que su ilustre compatriota recientemente desaparecido.Se ha dicho que este filme nos acerca al hombre en su condición de tal, en el tiempo y en el espacio; así se nos presenta, a finales de siglo, cuando en Italia se enfrentaron utopías e intereses, antiguos amos de la tierra y aquellos que lucharon por acabar con un estado de cosas hasta entonces considerado inmutable. Unos optaron por conservar sus bienes adecuando su vida a los nuevos tiempos, otros creyeron éstos superados para siempre, unos y otros a la postre erraron en cierta medida, tal como el filme nos narra entre ecos populares y alguna que otra pincelada cercana al melodrama. Así, la vieja provincia de Emilia vio amanecer un siglo de duras experiencias trágicas.

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El amigo del hombre

Esta historia, imagen del nacimiento de las nuevas estructuras de un país que muere para renacer otra vez como el curso de las estaciones a lo largo del año, aparece dividido, como nadie ignora, en dos partes muy diferenciadas; la última, recientemente revisada por el realizador, debido a exigencias de metraje. Unidas ambas, su dialéctica alcanza un sentido mayor, una múltiple visión melancólica de anhelo y frustración que viene a resultar amargo espejo de la vida. La atención o, por mejor decirlo, la pasión por el paisaje, la profundidad de los personajes, incluso la forma de presentar la violencia de los medios rurales, no salvan, sin embargo, al filme en su segunda mitad de algún que otro tiempo muerto y las consabidas concesiones eróticas, más notorias aún al dividir la historia.

Canto social de un tiempo que se fue y en cierto modo se halla presente todavía y a la vez honda meditación de un marxista burgués a su manera, la riqueza del Novecento es tal y a tan distintos niveles, que será preciso volver sobre esta obra excepcional, más reposadamente, en ocasión de su estreno en España para un público. menos restringido. Pues su historia, su moraleja, si se quiere, su belleza y la verdad que presenta no escapa a nadie, ni al espectador habitual de las salas de ensayo, ni al que contempla el cine más allá de cualquier prevención o prejuicio. A unos y otros habla el autor. Por encima de sus muchos valores, ese es en definitiva su mérito máximo. La razón de su evidente grandeza.

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