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El adiós de Lago Carballo

El hasta ahora director general del Patrimonio Artístico y Cultural nos dice adiós, y de forma, al parecer, irrevocable. Antonio Lago Carballo, titular del departamento en los dos primeros Gobiernos de la Monarquía, ha solicitado del nuevo ministro de Cultura ser relevado de un empleo en el que dio sobradas pruebas d e iniciativa, capacidad de diálogo y libre admisión de critica, por adversa que fuere. En estos o parecidos términos ofrecían, el pasado martes, las páginas de EL PAIS la noticia que, por creerlo de justicia, voy a ampliar en aquellos tres puntos que hacen más ostensible el merecimiento del cesante y más de razón la gratitud ajena (la nuestra, si se nos permite, a la cabeza).Hombre de iniciativa, Antonio Lago Carballo ha recorrido de punta a cabo el suelo de nuestro deteriorado patrimonio para conocer in situ, informar, demandar, corregir y prever lo que escapó a la previsión de otros muchos. Por lo que hace, concretamente, a Madrid, su esmerada gestión en las llamadas salas de la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural, sitas en el paseo de Calvo Sotelo, y en aquellos otros locales que, dependientes de ella, se diseminan por el parque del Retiro o por el campus de la Ciudad Universitaria..., ha venido a satisfacer más de una apetencia o exigencia del público en general.

Rara, en efecto, ha sido la ocasión en que no se han visto al completo, y con estricta simultaneidad, las ependencias del paseo de Calvo Sotelo, del palacio de Cristal, del de Velázquez y del Museo de Arte Contemporáneo, Merced a su atenta solicitud, exposiciones antológicas, rigurosamente programadas (Bores, Cerdá, Juan de Juni, fotografía fantástica ... ), han venido a compaginarse con otras, cogidas al vuelo, o en tránsito a otros países (Alberto Burri, Colección Terfade ... ), y oportunamente retenidas, por efimera que pareciese la exhibición, para conocimiento y deleite de los verdaderamente interesados.

Prestó atención Antonio Lago Carballo a lo viejo y a lo nuevo, a la retrospección de maestros del ayer y a la presentación de las másjóvenes hornadas. Algunas de las exposiciones antedichas corrieron feliz pareja con otras de la nueva vanguardia, y en locales contiguos (tal, el caso de Alberto Burri, en el palacio de Velázquez, y el de los promotores de un arte renovado, simultáneamente dado a la luz, bajo el significativo título En la pintura, en el vecino palacio de Cristal). Al tiempo, por más señas, que se celebra la antológica de Juan de Juni, tiene lugar, por estos mismos días, la colectiva de Nueva Generación.

De su apertura al diálogo no es mal testimonio la sistemática consulta (y lo digo como quien fue una y otra vez consultado) en torno a la viabilidad o inconveniencia de algunos proyectos que, en manos ajenas, hubieran pasado, sin más, del dicho al hecho y para auge del curriculum personal. Recuerdo, por ejemplo, que, ante la inminencia del cincuentenario de la muerte de Juan Gris, tuvo a bien convocar a profesores, informadores y críticos, con el ánimo de recabar pareceres, antes que imponer doctrina, de cara a un proyecto de homenaje al genial pintor madrileño, cuya intrínseca dificultad de organización y montaje, lejos de ocultar, expuso con todo pormenor, y que si hasta hoy no se ha celebrado, no habrá sido, precisamente, por su falta de propósito.

Lo que de su ponderada actividad, de su temple, más me ha llamado la atención, desde el concreto lugar de la crítica, ha sido su admirable capacidad de encaje ante las más duras, frontales y adversas. A la serie de denuncias que en torno a la política museística expuse en esta sección, respondió Lago Carballo, inequivocamente, y una por una, con una inmediata llama da al diálogo, a la reconsideración y a la propuesta (en el caso de haberlos) de pertinentes y perentórios remedios. Mis invectivas a la exposición de Goya en Barcelona fueron atendidas, a vuelta de correo, con una invitación personal a visitarla..., y, así, un larguísimo etcétera.

Hablo de lo que conozco, en evitación de tópicos y panegíricos circunstanciales que, de otro lado, suele ser costumbre, mala costumbre, dedicar al que viene, no al que se despide. Sin entrar ni salir (las ignoro) en las razones que inducen a Lago Carballo a abandonar un empleo en que dejó constancia de un buen hacer y un afable comportarse, quiero únicamente dar fe de los hechos reseñados y otros cuantos por reseñar, muy al margen, por supuesto, de que sea yo quien lo diga; «que la eminencia de los hechos dura -concluiré con Gracián-, y en los dichos pasa».

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