Muere el torero Palomo Linares
El diestro llevaba días hospitalizado tras una operación de corazón
Sebastián Palomo Martínez, Palomo Linares en los carteles taurinos (Linares, 1947), fue aprendiz de zapatero, matador de toros, figura de la década de los setenta, actor de cine, ganadero, afamado pintor y personaje de la crónica social.
Ha muerto dos días antes de su septuagésimo cumpleaños, cuando vivía una novedosa historia de amor con una jueza de Valdemoro tras una tormentosa separación de Marina Danko, exmodelo colombiana con la que estuvo casado 35 años y con quien tuvo tres hijos, Sebastián, que intenta seguir sus pasos en los ruedos, Miguel y Andrés. Tras mucho tiempo recluido en su finca El Palomar, cercana a Madrid, saltó a las páginas de la crónica del corazón a raíz de sus problemas matrimoniales que derivaron en trifulcas familiares que salpicaron con acritud las relaciones con sus descendientes. Se conoció, entonces, su faceta como pintor, su presencia se hizo frecuente en actos taurinos, y pronto se supo que el hueco sentimental de su maltrecho corazón había sido ocupado por Concha, la persona que le ha acompañado en los últimos tiempos.
Palomo Linares había sufrido tres infartos y varias anginas de pecho antes de que el pasado viernes fuera sometido a una operación quirúrgica para implantarle un doble baypass aortocoronario que no ha podido superar. Caminaba varias horas al día, jugaba al golf, pintaba y se reunía con sus amigos, pero no han sido razones suficientes para ganarle la partida a un corazón ajado.
Ha muerto un chaval de Linares, que nació en la posguerra en el seno de una familia humilde, encabezada por un padre que trabajaba en la mina. Era todavía un niño cuando aprendió las primeras lecciones de zapatero, pero el destino le tenía preparado otro guión. Fue matador de toros, figura polémica y heterodoxa de la década de los setenta, y se aupó a la cima de la popularidad cuando el 22 de mayo de 1972 cortó un rabo en la plaza de Las Ventas, un trofeo que no se concedía desde hacía 37 años, y que envolvió su figura en la grandeza por la meta alcanzada y la exigencia de quienes consideraron aquella concesión como una inaceptable herejía por la que siempre se le pidió cuentas. Ya entonces era conocido como un torero temperamental, valiente, escaso de calidad y con gran sentido del espectáculo.
Lo cierto es que Sebastián se presentó en la plaza de Vistalegre en la temporada de 1964 -acababa de cumplir los 17 años- para participar en La oportunidad, un ciclo de novilladas nocturnas abierto a todos los maletillas de España. Allí conoció a los organizadores, Pablo, Eduardo y José Luis Lozano, los hermanos Lozano en el mundillo taurino, que lo adoptaron como fenómeno en ciernes y lo lanzaron al estrellato -fue protagonista de varias películas, unas de ellas junto a Marisol- en una estrecha vinculación taurina y personal que ha permanecido en el tiempo.
De la mano de estos influyentes taurinos se convirtió en un novillero arrollador hasta que el 19 de mayo de 1966 tomó la alternativa en Valladolid, con Jaime Ostos como padrino y Juan García Mondeño como testigo.
Pronto debutó en Sevilla como matador de toros, pero razones de despacho nunca bien explicadas dilataron su presentación en Las Ventas.
De hecho, antes de acercarse vestido de luces al coso de la calle de Alcalá se alió con El Cordobés, y ambos protagonizaron uno de los pasajes más oscuros de la tauromaquia. Conocidos como Los guerrilleros, decidieron hacer frente a las grandes empresas, y juntos recorrieron España actuando en plazas de tercer nivel y portátiles. La experiencia aportó escaso beneficio a los dos toreros y ambos perdieron gran parte de su crédito ante los aficionados.
Esta descabellada iniciativa retrasó aún más su anuncio en Madrid, que no se produjo hasta el 19 de mayo de 1970, cuatro años después de su ascenso a la categoría superior, algo inusual entre los toreros. En el ruedo madrileño se encontró con Curro Romero, que lo apadrino en su confirmación de alternativa, y Juan José actuó como testigo.
No sabía entonces Palomo Linares que la plaza de la capital se convertiría en el eje de su vida profesional.
Corría el año 1972, triunfó en la feria de Sevilla y se anunció tres tardes en San Isidro: el 18, 22 y 24 de mayo. Y la noticia, el alboroto, el santo y seña de su vida se produjo el 22, acartelado junto a Andrés Vázquez y Curro Rivera, con toros de Atanasio Fernández.
Cigarrón se llamó el quinto de la tarde, y para entonces, la corrida discurría por cauces triunfales. Cuentan las crónicas de la época que el torero de Linares estuvo a la altura de un gran toro, y pronto desató la pasión en los tendidos. Mató de una gran estocada, y la euforia del público obligó al presidente a mostrar el tercer pañuelo que concedía el rabo.
La controversia que generó la decisión presidencial fue de tal calibre que le costó el puesto al comisario Pangua, que había ocupado el palco de la autoridad, y la polémica acompañó siempre al torero. Lo cierto es que hacía 37 años que no se concedía tal trofeo en Las Ventas y desde entonces no se ha vuelto a pasear ningún otro.
Se retiró en 1982; reapareció al año siguiente, y se fue y volvió en varias ocasiones, hasta que en 1995 firmó su adiós definitivo en Benidorm.
Se retiró del mundo en su finca madrileña, y se refugió en la pintura hasta que su separación matrimonial lo devolvió al escenario de la actualidad. En un reciente acto celebrado en Las Ventas sorprendió a todos con una declaración que parecía tener destinatario familiar: “Quien me hace una faena me la hace para toda la vida, porque no doy segundas oportunidades”. En cambio, la vida le dio varias a él.
¡Ha muerto un torero!
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