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“Supe que jamás me perdonarían lo de ‘Todas putas”

Hernán Migoya, protagonista de uno de los escándalos más sonados de la literatura española, reaparece en Perú

Sergio del Molino
Hernán Migoya en librería La Central, en Madrid a principios de octubre.
Hernán Migoya en librería La Central, en Madrid a principios de octubre.Jaime Villanueva

“No quiero que esto quede muy plañidero”, dice Hernán Migoya (Ponferrada, 1971). Lleva dos horas hablando del mundo literario, de España, de la prensa y de ciertas intimidades que no siempre me deja anotar en la libreta, pero confiesa que es feliz y que no quiere dar la impresión de que vive en la amargura o en el rencor. “No me han ido mal las cosas en estos años. He escrito lo que he querido, nadie me ha metido tijeras y he sido muy libre. Lo único que digo es que se pasaron tres pueblos conmigo”.

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“Estos años” son los trece que han transcurrido desde 2003, cuando apareció un volumen de relatos titulado Todas putas, objeto de uno de los escándalos más ruidosos y persistentes de la literatura española. Algunos de los relatos estaban protagonizados por violadores y pedófilos. Lo que desató el vendaval fue que la editora del libro, Miriam Tey, era directora del Instituto de la Mujer. Tiempo después, Hernán Migoya, un tipo bien conocido en los ambientes comiqueros, erotómanos y literarios de Barcelona, donde fue una figura de referencia (director de la revista El Víbora, guionista de cómic y de cine de ciencia-ficción, autoridad pulp en la ciudad más pulp de España), fue desapareciendo del panorama. “Perdí amigos, la gente me retiraba el saludo, incluso notaba miedo en los periodistas cuando me presentaban. Me daban la mano y se echaban para atrás al descubrir que yo era el de Todas putas”. Hizo un intento de cambiar de registro y de tema con su siguiente libro, Obervamos cómo cae Octavio, que no amortiguó ni un poco el ruido anterior. Más tarde publicó la continuación de Todas putas, y más tarde desapareció (en términos de presencia literaria). Le perdí el rastro hasta 2013, cuando recibí una solicitud de amistad suya en Facebook. La acepté y, de inmediato, me escribió: “Abrazos desde Perú”.

¿Qué hacía Hernán Migoya en Perú? ¿Estaba pasando una temporada o se había ido para siempre? “Mira —dice—, si no fuera por mis padres, creo que no vendría nunca a España. Vengo a verlos de vez en cuando. Ya está”. Estos días aprovecha una de esas visitas para presentar su nuevo libro, Deshacer las Américas, que define como mucho más duro que Todas putas. “Todas putas es el Mujercitas de la literatura satírica española, en comparación”.

Migoya acabó en Perú por huir de la sombra de aquel escándalo. “Tomé la decisión cuando saqué mi novela Una, grande y zombi. Me pidieron una entrevista y el redactor me confesó que le había gustado mucho, hablamos un rato de forma amigable, comentándome el libro, pero, al encender la grabadora, me soltó: ‘Cuánta violencia contra las mujeres, ¿no?’ Ahí dije basta. No pude más. Supe que jamás me iban a perdonar lo de Todas putas”. Se acababa de divorciar de una mujer peruana, con la que había viajado a menudo al país, del que se enamoró, y decidió liarse la manta a la cabeza e irse. “Yo vivía muy bien en Barcelona, pero no era cool. Era el bufón del panorama cultural barcelonés, nunca me iban a tomar en serio en nada de lo que hiciera”.

En 2013 se instaló definitivamente en Lima, donde hace lo mismo que en España: guiones de cómics y de cine, ámbitos donde ha mantenido su prestigio, y escribir novelas como Deshacer las Américas, donde coloca a su alter ego (por más que rechace que la historia sea autobiográfica) en la misma tesitura de exiliado voluntario, inmerso en una orgía de sexo y juergas al otro lado del charco. “Me gusta Perú porque no es sofisticado o no quiere ser sofisticado”.

¿Se arrepiente Hernán Migoya de haber escrito Todas putas? ¿O, al menos, de haberlo titulado así? “Me arrepiento de habérmelo tomado tan en serio. Yo era un ingenuo que no sabía de qué iba esto. No respondí a los ataques, creí que era mejor dejarlo pasar todo, no entendí el juego mediático. Tendría que haber salido a la palestra a divertirme”. En Perú conocen el escándalo. De hecho, el libro se ha reeditado y, según Migoya, se está convirtiendo en una pequeña obra de culto en su género. “Y la mayoría de su público son lectoras, mujeres jóvenes”, apunta. “En Perú se ríen mucho de esto, les hace mucha gracia la historia. Nadie me mira mal ni me reprocha nada. Es fantástico, llevo la vida que no podía hacer en Barcelona, donde solo se atrevían a apoyarme públicamente unos pocos escritores. Hubo quien escribió que debía estar en la cárcel por lo que hice, por escribir unos cuentos de ficción. Se pasaron tres pueblos”.

“Perdono la maldad, entiendo a los monstruos porque yo soy un monstruo, como mis personajes, pero no la hipocresía”, sentencia Migoya, con un acento catalán muy suave (de charnego, diría él) que no ha perdido. Insiste en que no tiene rencor, que es feliz, que no quiere sonar lastimero. Y parece feliz. Y casi consigue no sonar del todo lastimero, aunque también puede deberse al jet lag.

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Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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