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Prince, el David Bowie negro de los ochenta

Ambos artistas produjeron cambios inesperados y determinantes para la música pop

Foto: reuters_live | Vídeo: REUTERS LIVE

La década de 1960 fue de los Beatles. La de 1970 fue de Bowie. Y la de 1980 perteneció a Prince. Cada uno de ellos produjo cambios inesperados y determinantes para la música pop, y a través de ella, para el mundo en el que vivimos. Los Beatles murieron con la década que los hizo gloriosos, Bowie falleció el pasado enero y ahora ha muerto Prince, el artista que renovó e hibridó la música negra a través de álbumes repletos de erotismo y de canciones que fueron enormes éxitos.

No acarició el éxito masivo hasta 1999 (1982), doble álbum de funk electrónico que fue una de sus primeras osadías musicales. El sátiro que hablaba a través de las letras lascivas del álbum tenía todo un rodaje previo. En sus dos primeros disocs, For You (1978) y Prince (1979) ya había desarrollado una sensualidad insólita incluso para un artista negro. El funky de I Feel For You, le abrió paso en las listas de éxitos estadounidenses pero todavía no hacía intuir al Prince que estaba por llegar. Porque el libidinoso artista que posaba semidesnudo en la portada de Dirty Mind (1980) introducía en su estilo los sonidos sintéticos que empezaban a filtrarse en el pop, una simbiosis que desarrolló en Controversy (1981) a ritmo de funk robotizado.

1999 supuso el nacimiento de una estrella y Purple Rain (1984) fue su consagración universal. Banda sonora de una película realizada a la medida de ego, convirtió en icono a aquel híbrido entre Little Richard y Sly Stone que emulaba a Jimi Hendrix con su guitarra, autor de baladas canónicas como la que daba título al disco, y a la vez creador de algo completamente nuevo pero comercial con canciones como When Doves Cry. Dos años antes, Michael Jackson había redefinido el buen pop de masas con Thriller; lo de Prince no fue tan descomunal en cuanto a ventas, pero su febril actividad y sus hallazgos resultaron decisivos para el curso que el pop tomaría a partir de entonces.

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Prince experimentó con la psicodelia en 1985 con Around The World In A Day; un año más tarde regresaba al funk desatado y ecléctico, al experimento que, con Kiss, seguiría aumentando su reguero de éxitos. Poco más de un año después llegaría Sign O’ The Times, la cúspide de sus posibilidades, sorprendente, sensual, inagotable. Paralelamente, había creado una familia musical de la que surgieron Morris Day, Jimmy Jam, Terry Lewis, Sheila E, una cantera de talento que se trenzaba con éxitos cosechados por artistas como Chaka Khan o Sheena Easton, que llevaban la firma de Prince. A medida que los ochenta se agotaban, los hallazgos empezaron a escasear, pero no faltaron canciones fabulosas como Alphabet Street (1988). Con Batman (1989), el álbum de canciones para la película de Tim Burton, realizó una de sus últimas piruetas artísticas. La década que nacía se encontró con un genio que comenzaba a dispersarse, pero la obra que había construido para entonces ya era sencillamente colosal.

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