El viaje hacia la adolescencia
El lenguaje del cuerpo es algo imprevisible. Como la espontaneidad. Nada de eso se estudia. Ni se programa. Menos en aquellos que se encuentran a las puertas de la metamorfosis más crucial de sus vidas. Rineke Dijkstra lo sabe. En sus fotografías, esta artista holandesa (Dutch, 1959) quiere captar precisamente ese viaje transformador que nos lleva de la niñez a la adolescencia. El momento largo, prolongado y tormentoso que nos convierte en proyectos de hombres y mujeres.
Dos veranos le costó penetrar con su cámara en las vidas quietas de estos niños y jóvenes que podrán contemplarse a partir del 29 de enero en Madrid en la galería de La Fábrica. Dos años en los que anduvo tranquilamente con sus objetivos por diferentes parques de todo el mundo -entre Europa, Asia y América- buscando secretos y enigmas ocultos tras sus miradas, en la etérea delicadeza de sus gestos huidizos.
Los ojos de todos aquellos que están a punto de decir adiós a su niñez despiden una tristeza nítida. Una nostalgia que rechaza su propio nombre. O que lo ignora. Una pena inconsciente que añora el refugio de la infancia -haya sido feliz o desgraciada- y teme con incertidumbre su nuevo lugar en el mundo.
Aunque sonrían, las niñas y los niños que han desfilado ante el ojo de Dijkstra añoran lo mismo. Da igual que posen en el Amoy Botanical Garden de Xiamen que en Central Park de Manhattan o en el Retiro madrileño. Tanto importa que paseen por la Ciudadela en Barcelona o se tumben sobre la hierba fresca del Vondelpark de Amsterdam y el Prospect Park de Brooklyn...
Toda la serie tiene el mismo escenario: la vegetación de estas zonas verdes que se convierten en auténticos oasis en mitad del caos de las grandes ciudades. Eso y la luz del día. Una luz húmeda y sombría. Pero muy natural al fin y al cabo. "En el parque, todo el mundo se encuentra distendido. Al parque, la gente, niños y jóvenes van a relajarse, a hacer un receso", comenta la fotógrafa.
Además, el parque es el refugio que les mantiene en contacto con la naturaleza. Lejos de otras maneras de emplear el tiempo libre, que en España suelen ser unas 30 horas a la semana -concretamente, 32 los chicos y 29 las chicas-, según datos de una encuesta de Injuve realizada en 2004.
Más que al aire libre, los jóvenes emplean el tiempo en otras cosas menos sanas pero también evasivas entre las que reina el hábito de escuchar música. Un 98,2% de los chicos entre 15 y 19 años afirman que ésa es su principal actividad. Después, salir con los amigos (97,8%) e ir al cine (91,7%). Dominan las salidas en grupo más que el aislamiento marcado por los ordenadores (77,9%) y la televisión, que ven alrededor de 14 horas a la semana. Aunque en este aspecto aparece un dato muy preocupante en el último año: el 40% de los niños la ven solos en su habitación.
En el parque cabe la sorpresa. "Y el misterio. En cualquier momento puede aparecer algo detrás de una planta o un arbusto". Un inofensivo gnomo o una inquietante fiera salvaje. Es un territorio de la infancia que queda eternamente a expensas de la riqueza imaginaria. Un paraíso del que cuesta escapar y al que siempre volvemos para esparcirnos. "El lugar propicio para este trabajo porque multiplica la espontaneidad", comenta Dijkstra.
"Toda la vegetación proporciona una imagen muy uniforme para el proyecto. Lo más difícil es encuadrar a los personajes en ese escenario. Buscarles el lugar perfecto". Dentro de unas reglas fijas. Planos medios, que ofrecen el mismo protagonismo al individuo que al entorno. La búsqueda de una fusión natural, pero inquietante al tiempo.
La elección de los protagonistas fue lo más difícil. Aunque en eso, la fotógrafa se guió en todo momento por el instinto y la empatía. "Paseaba por los parques e invitaba a posar a quien veía hacer un gesto con el que me identificaba. Tiene que existir complicidad entre quien retrata y quien es retratado. Si no, no merece la pena. Deben fascinarme previamente", comenta Dijkstra.
Ella es toda una médium. Posee un auténtico don para que los chicos se le desnuden interiormente ante la cámara. Y eso que no ha tenido hijos. "A los 40 años me di cuenta de que se me había pasado la oportunidad. Me habría gustado tenerlos, pero a lo hecho, pecho".
Por el camino, esta artista ha encontrado niñas en patinete y jóvenes con desaliñados uniformes escolares. Pandillas en plan de merendolas, jóvenes aprendiendo a despertar el juego de sus sexos y muchachitas con combas. También chavales con balones junto a hadas con alas quietas y las manos metidas en los bolsillos.
Fue en verano porque ésa es precisamente la estación en la que explotan todos los cuerpos. Y Rineke Dijkstra buscaba precisamente los contornos de sus metamorfosis. Las anunciadas y las pasadas. Las expectativas del viaje a punto de iniciarse y los restos del naufragio con el trayecto recién terminado. "Desde siempre me ha fascinado el tema de la identidad cambiante. Ese momento de nuestras vidas en que nuestros cuerpos nos convierten en algo nuevo", asegura. En lo que también dejamos de ser. Esa despedida hacia otras esferas, la búsqueda de otros mundos. Lo que trataron, sin ir más lejos, Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas, Frank L. Baum en El mago de Oz o Jonathan Swift en Los viajes de Gulliver...
Su reto era la captura de cualquier explosión espontánea. "No siempre lo conseguía. Era imposible que me repitieran las primeras miradas que observé, muy difícil". Pero no dejó de empeñarse en reproducir aquel ideal que la sedujo de todos ellos. "A veces volvía a saltar y a veces no". En fin, que el oficio de capturar momentos puede llegar a ser muy frustrante.
Lo que sí ha observado es el diferente peso que el tiempo marca en todos ellos. "Todo va demasiado rápido. Les obligamos a madurar muy pronto y luego nos arrepentimos de que se hayan apeado de la infancia", comenta. Todo para desear parar más adelante. "A los niños les arrancamos de ese territorio y luego, nosotros, cada vez queremos entrar en la madurez más tarde. Deseamos que la juventud se prolongue eternamente", asegura. "Tampoco creo que nuestra vida fuese diferente en el pasado. Hoy tienen muchas más facilidades", dice la fotógrafa.
En el caso de los niños, hay cifras que constatan esa madurez precoz evidente. Desde que el 43% de los niños de entre 6 y 11 años disponen de teléfono móvil hasta la inevitable y demoledora sensación de soledad que rodea a muchos de ellos. Ésta se manifiesta en un 27% de los pequeños, según la Encuesta de la Infancia en España 2008, elaborada por la Fundación SM, la Universidad Pontificia de Comillas y el Movimiento Junior. Los sociólogos Fernando Vidal y Rosalía Mota han dirigido este trabajo.
Precisamente, los retratos de Rineke Dijkstra recalcan la fuerza de la soledad en los retratos individuales. Contrastan con fuerza con los de grupo, en los que ha observado fuertes diferencias de género. "Las chicas posan perfectamente y los chicos no saben dónde meterse". Ellas pisan terrenos más firmes, aunque también desde niñas tienen vocaciones más entregadas. Según la encuesta citada, las mujeres prefieren dedicarse a curar, enseñar y crear con trabajos que van desde ser médicas hasta veterinarias, maestras o artistas. Mientras que los niños se inclinan más por pleitear (abogados), defender (policías) o competir (deportistas). ¿A qué pueden deberse tantas diferencias? ¿A la educación, la genética o la sensibilidad? En una medida combinación de todos esos elementos anda la respuesta.
La muestra de Rineke Dijkstra se inaugura el 29 de enero en sala de exposiciones de La Fábrica, en Madrid.
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