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Reportaje:CINE

Así suena Japón

Gregorio Belinchón

Los mochis son unos pasteles japoneses de pasta de arroz glutinoso. Redondos, esponjosos, bastante pegajosos, de múltiples rellenos. Ryu, la asesina profesional de aspecto frágil que protagoniza la última película de Isabel Coixet, Mapa de los sonidos de Tokio, se alimenta de ellos. Le gustan los rellenos de fresa. Los mete en el microondas 20 segundos y los deglute con absoluta indiferencia, aunque en su interior parece bullir un pequeño placer. Por eso, cuando más cerca está de David, el español al que Ryu debería matar y del que sin embargo se enamora, es cuando comparte un mochi, cuya masa, alargada en un hilillo chicloso, une sus bocas. Un momento turbador, mágico, de esos que descubren la química entre dos actores (Rinko Kikuchi y Sergi López). "Son cosas así las que me turban y erotizan", concede Isabel Coixet (Barcelona, 1960). Ya ha pasado el rodaje vertiginoso -antes de las navidades- en Japón, el montaje urgente para llegar a Cannes, y la presentación a concurso en el certamen francés, donde ganó el premio al mejor sonido; más aún, Coixet ya está metida en sus nuevos proyectos (crear parte del pabellón español en la Exposición de Shanghai 2010 y rematar un documental sobre la inanición del mar de Aral). Justo antes de coger unos días de vacaciones, necesarios para afrontar el achuchón final antes del estreno comercial el próximo viernes de su nuevo filme -el séptimo de su carrera-, charla un poco sobre su Mapa de los sonidos de Tokio.

Es una película Coixet: sentimientos, drama, imagen cuidada, gusto en el encuadre y en la música
"El único momento luminoso de la vida de ambos protagonistas ocurre cuando se enrollan"
"Ferran Adrià ha dicho que es una de las películas en las que mejor se muestra el mundo de la comida"

Por supuesto, es una película Coixet: sentimientos, drama, cuidado por las imágenes, gusto en el encuadre y en la elección de los temas musicales. Pero hay nuevos elementos: algunos se iban anunciando con el tiempo (su amor por Japón), otros estallan de improviso en la pantalla, como las secuencias sexuales. "La gente me pregunta mucho por ellas. Creo que nos hemos acostumbrado a que en el cine el sexo empiece a saco, por ejemplo con una mamada, y cuando arrancas de otra manera, como en la vida, parece extraño". David -un vendedor de vinos en Tokio- y Ryu -una asesina a sueldo que ocupa sus horas trabajando en el mercado de pescado Tsukiji, que abastece a la capital japonesa- se cruzan porque la anterior novia del español se ha suicidado por amor y su padre clama venganza. "El único momento luminoso de las existencias de ambos ocurre cuando se enrollan". David parece marcado por la tragedia, pero Ryu le supera. Y entre medias camina el narrador, un ingeniero de sonido que graba los ruidos de la ciudad y los murmullos y los actos de sus habitantes, y cae rendido ante Ryu. Coixet ya ha contado infinidad de veces cómo la idea surgió un día en que visitaba la mítica lonja, y en uno de los puestos de Tsukiji una joven pescadera se negó a posar para una foto. Tanto misterio encendió en la mente de la catalana una chispa: ¿y si esa chica llevara una doble existencia? Lo que no ha contado tanto fueron sus miedos después del arranque. "Me costó mucho vencer la idea de que yo podía escribir un guión sobre Japón. Conozco el país, pero no soy una experta. Ahora me parece un milagro. Ahí está mi Japón imaginario, construido con lo que he visto allí: los bares del barrio Golden Gai, las tribus juveniles que recorren Koenji, las chicas melancólicas que leen en el metro a Murakami...".

Coixet tiene una imagen pública de eterna tímida, de tropezarse en busca de la palabra exacta y acelerarse al hablar. En muchos momentos sí es así, pero en otros deja muy claro lo que quiere y se crece en su carácter. Por ejemplo, cuando habla de Cannes. "Me gustó que Tarantino me abrazara... aunque luego se enamorara de Rinko. O que vieran 1.500 películas para escoger las 20 que concursaran y una fuera la mía. O la fiesta después de la proyección en el festival, con gran sushi y estupendo karaoke [ella cantó Like a virgin]. Pero no me gustó que la prensa española se olvidara del premio que nos llevamos al mejor sonido, o que nos proyectaran el último día. En fin, Cannes es como Benidorm, aunque con más caniches".

También es muy defensora de los suyos. Por ejemplo, de Rinko Kikuchi, candidata al Oscar por su adolescente sordomuda en Babel, de Alejandro González Iñárritu. Es difícil saber quién es o qué piensa Kikuchi. "Me cuesta el inglés, aunque me gustaría rodar más en este idioma". Prefiere charlar en japonés y acaba frustrando a su traductor. Confiesa que construyó su personaje visualizando "una serpiente". "A veces sí doy importancia en imaginar un animal para asentar un papel. Yo nunca he matado a nadie, y para creerme una asesina visualicé en qué situación mataría a alguien". Poco más. "Me gustó conducir las carretillas que llevan el pescado en el mercado".

Japón es un país con marcados tabúes sexuales -nunca se ve en la pantalla un pubis femenino- y sin embargo posee curiosas espitas que liberan esa tensión -como las máquinas automáticas, recientemente prohibidas, en las que se podían adquirir bragas usadas-. O los love hotels de Tokio, en la colina de Shibuya, pequeños establecimientos anónimos de delirantes decoraciones en los que las habitaciones se alquilan por horas. El lugar perfecto para que Ryu y David disfruten su amor a salvo de mirones. ¿Cómo creó Kikuchi los momentos más intensos? "Mi personaje lleva un ritmo regular. Conoce a David y activa su sexualidad. Para mí no es raro, yo estoy de acuerdo con los pensamientos de ella. Yo no soy divertida en el día a día, y adquiero madurez como persona a través de las vivencias de mis papeles".

Coixet, presente en la segunda conversación, acabará defendiéndola. "Rinko se protege mucho. No está cómoda delante de los periodistas. Sin embargo, cuando se entrega, se entrega. Sergi me ayudó muchísimo a que Rinko tuviera confianza en el plató. Nos costó arrancar el primer día, y les puse una canción que me parece muy romántica, Estate, de Aldo Romano, para que entraran en ambiente. Después, todo fue fácil".

Si Rinko Kikuchi charla agazapada, el volcán Sergi López despliega toda su energía esté donde esté. En Tokio hablaba a los visitantes del popular pachinko, un juego en el que los pescaderos pierden sus salarios, o lideraba a los cantantes en el pequeño karaoke de Nobuyoshi Araki, fotógrafo de obra relacionada con la muerte y el sexo, y que ha colaborado en la imagen del filme. Tras pasar por Cannes y ver en la pantalla el resultado, López explota feliz. "Es una película turbadora, en la que ves que hay un autor detrás. Me gusta cómo cuenta lo del sexo. Mira, en los guiones esas secuencias se escriben fatal, iguales y muy mecanizadas. Todos follamos diferente, así que el sexo debería ser distinto según el personaje. A Rinko le agradezco que estuviera siempre conmigo. Me refiero a que en el plató se arriesgó tanto como yo, con una brutal intensidad. ¿Qué me sorprendió de Isabel? Verla en el rodaje moviendo ella misma la cámara. En la pantalla, la potencia visual del resultado". Sergi López comenta su buena suerte. "Cada día me cuesta más engañarme, no oír mi propia voz y aceptar un guión regular sólo por el dinero o porque el director es bueno. Me gusta mi carrera y me reconozco en ella. No puedo ser indiferente al discurso que salga de una película en la que yo haya trabajado. Me importa que cambien el mundo un poco. Vaya, otra frase rimbombante: luego me leo y soy un bocazas".

Entre carcajadas y estallidos gesticulares, López habla de su restaurante en su pueblo, en Vilanova i la Geltrú, una apuesta por el slow food. La comida es fundamental en el filme. A Coixet se le escapa el orgullo: "Ferran Adrià me ha dicho que es una de las películas donde mejor se muestra el mundo de la comida". Ahora, la realizadora descansa después de una dura filmación en el mar de Aral, entre Kazajistán y Uzbekistán. "En el documental muestro las consecuencias de los errores humanos. Las autoridades dicen que el mar se seca [ha desaparecido el 80% de su volumen y el 60% de su superficie] como producto del calentamiento global, pero en realidad no reaccionaron a tiempo a los desastres locales. Los vecinos no se atreven a quejarse, probablemente por la herencia soviética de silencio, y la contaminación se ha agravado con los restos de los laboratorios secretos del antiguo imperio, que ahora salen a la luz con la desecación. No veo salidas. La vida de un cineasta es ser también testigo de lo que le rodea". Carácter Coixet. 

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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