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LA ZONA FANTASMA
Columna
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Contra los malasombras

Javier Marías

Carme es barcelonesa de Gràcia y vive en su ciudad, siempre le ha gustado el fútbol y es del Barça con una pasión que sólo he visto superada por la de mi editor Joan Díaz, que le añade irracionalidad. Como quizá es sabido, yo soy madrileño de Chamberí y vivo en esta capital detestada por quienes son sus peores enemigos, sus propios alcaldes, y soy desde siempre del Real Madrid. A lo largo de cada temporada Carme y yo tenemos varios roces por culpa del fútbol, cuando no directamente una agarrada que incluso nos ha llevado a procurar no hablarnos durante un par de días en alguna ocasión. Tampoco nos quedan ganas de hablarnos cuando vemos por separado -cada uno en su ciudad- un Madrid-Barça o un Barça-Madrid. Aquel cuyo equipo ha perdido se siente demasiado mohíno para asistir a la euforia del otro, o aun para "notarla", si ese otro tiene la delicadeza de fingir que no ha existido ese partido y ahorrarse toda referencia a él. Si ha habido una jugada o decisión polémica, el silencio se hace imposible y acaban saltando chispas en la línea telefónica. Hasta puede que uno u otro cuelgue de mala manera, para disculparse al día siguiente por la brusquedad. Dos o tres veces nos ha tocado ver juntos uno de esos encuentros "sensibles". Como ella es provocadora y tiene sentido del humor, planta sobre la televisión (fuera de la pantalla, claro está) un gran escudo adhesivo del Barça. Yo simulo no haberlo visto, no me inmuto, no digo nada, pero aprovecho cualquier instante en que ella salga del salón para poner el escudo cabeza abajo (kaputt), de lo cual no se suele dar cuenta hasta bastante rato después, con tanta risa como indignación. A los dos nos extraña y molesta que, llevándonos bien en general y estando de acuerdo en bastantes cosas, cada uno celebre los goles que al otro le sientan como una flecha en el pulmón. Intentamos moderar la alegría que supone la tristeza de quien queremos bien, pero resulta imposible no levantar un poco los brazos y musitar "Gol".

"¿Por qué muchos políticos no aprenden a dejar disfrutar a la gente cuando hay motivo?"

La selección española acaba de ganar la Copa del Mundo en Sudáfrica, y durante el mes que ha durado el Campeonato Carme y yo hemos ido con el mismo equipo y hemos sentido cierto alivio al compartir los nervios y las alegrías futboleras, lo que normalmente nos está vedado. No hemos sido tan sentimentales como para comentarlo, pero sospecho que a los dos nos ha encantado ver jugar juntos a "enemigos irreconciliables" como Casillas, Puyol, Ramos, Piqué, Xavi, Alonso, Iniesta, Arbeloa y Busquets. Seguramente se nos ha hecho un poco raro -pero sin duda nos ha agradado- contemplar cómo se abrazaban y bromeaban entre sí, cómo se agradecían una parada o un gol, acompañados por otros jugadores de rivalidad menos sangrante, como Villa -aún no ha vestido la camiseta del Barça-, Navas, Llorente o Torres.

Creo que a la mayoría de la gente le ha ocurrido lo mismo. Los del Madrid o el Athlétic nos hemos sorprendido pensando: "Venga, Xavi, que tú eres genial". Los del Barça o el Atleti han murmurado o gritado: "Bien, Iker, bendito seas". Por eso llama tanto la atención lo malasombras que pueden ser bastantes políticos y periodistas, a los que se ha notado que no iban a permitirse ser como la gente normal. A los españolistas más patrioteros se veía que los éxitos de la selección no les provocaban excesiva felicidad (incluidos dirigentes del PP) por el elevado número de futbolistas catalanes o del Barça a quienes debíamos gratitud, como si los nativos de su territorio fueran menos españoles que otros. Ya se le escapó una vez a Esperanza Aguirre (¿se le escapó?), cuando, ante la posible compra de no recuerdo qué empresa por otra catalana, dijo que aquélla no debía pasar "a manos extranjeras" o algo así, y a continuación mostró su preferencia por otra candidata a adquirirla … alemana. Los nacionalistas catalanes más zafios y malasombras han aprovechado, por su parte, para soltar frases como "Sin nuestros jugadores España sería poca cosa", olvidando que a su frente estaba un viejo castellano como Del Bosque, o para lamentarse sin ambages de los triunfos de la selección … pese a la decisiva contribución catalana, algo en verdad para enorgullecerse. Y el señor Urkullu, del PNV, no osando decir a las claras que le sentaban como un tiro esos triunfos, recurrió a la más gastada bobada: "Yo sólo animo al que juegue mejor. Entre España y Holanda, se verá" … aunque en España hubiera dos futbolistas del Athlétic de Bilbao y un guipuzcoano: claro que, al llamarse Llorente, Martínez y Alonso, quizá no los reconoció.

¿Por qué en este país muchos políticos y periodistas todavía no han aprendido que ellos no son el centro del mundo y que no siempre han de intentar manipular a la gente, sino limitarse a acompañarla las más de las veces y dejarla disfrutar cuando hay motivo? ¿Por qué no saben comportarse como las personas normales, a las que, al menos durante un mes, han traído sin cuidado el lugar de nacimiento de los futbolistas y el equipo en que militan, para dedicarles todo su afecto y manifestarles su agradecimiento enorme, a todos sin distinción? ¿Por qué no han podido ser, sin ir más lejos, como Carme y yo? En estas semanas la he oído decir: "No sabes cuánta confianza me da Ramos". Y ella a mí: "Cada vez que Iniesta coge el balón, tengo la sensación de que la cosa acabará en gol nuestro". ¿"Nuestros", una parada de Casillas o un gol de Puyol? Extrañamente nuestros, sí. Esa es la gracia que demasiados políticos y periodistas, con su imperecedera mala sombra, han sido incapaces de percibir.

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