El diplomático Ronaldo
Es uno de los mejores futbolistas del mundo. Rico, famoso y también generoso. Como embajador de Buena Voluntad de la ONU viajó a Israel y Palestina. Convertido en uno de los personajes de su Proyecto Sombra, el autor del reportaje no se separó de él.
Si eres un niño pobre y un poco paleto, y Ronaldo te invita a viajar con él en un avión de tan sólo seis plazas lleno de curiosidades y de lujos, lo lógico es que te quedes deslumbrado. Y eso es lo que me ocurrió a mí, como niño pobre y paleto que soy. Tenía que hacerle una sombra, pero cuando puse el pie en el avión me olvidé del trabajo y me puse a tocar todos los botones y a abrir todas las puertas. Estamos hablando de un birreactor pequeño, un insecto de acero que surcaba los cielos con la agilidad y el zumbido de un mosquito. Dentro de él, además de los dos pilotos, íbamos Ronaldo, un par de amigos suyos, su director de comunicación, el fotógrafo y yo. No habíamos tenido que facturar ni hacer colas ni llegar con cuatro horas de adelanto por miedo al overbooking. Despegamos de la base aérea de Torrejón de Ardoz de Madrid a eso de las siete de la mañana. En vez de asientos, el aparato tenía unas enormes butacas de piel que se adaptaban a todos los caprichos de tu cuerpo. La grifería del cuarto de baño, situado en la cola, era dorada. Para ir de un extremo a otro tenías que caminar un poco encorvado, pues no daba la altura. Pero ésa es la posición que se adopta en el útero materno y aquello estaba concebido como un espacio blando en el que todas tus necesidades estaban cubiertas.
En la parte más ancha del tubo, junto a la puerta de embarque, había un mueble mágico del que salía todo lo que eras capaz de desear. Si se te pasaba por la cabeza la idea de tomarte un sándwich de salmón, abrías una puerta y aparecía el sándwich de salmón; si una cerveza, una cerveza; si un pastel de nata, un pastel de nata. Los líquidos calientes como el café o el té se manifestaban por sendos agujeros, tras acariciar una palanca. Estuve abriendo y cerrando puertas un buen rato (el mueble tenía 14 o 15) y detrás de cada una había una sorpresa distinta. Daba pena no comerse ni beberse todo lo que aquella especie de placenta era capaz de segregar, pero pensé que me vengaría en el viaje de vuelta. Por otro lado, una vez satisfechas las necesidades más primarias, también resultaba muy entretenido mirar por la ventanilla, desde la que el borde de los continentes y las islas, quizá porque volábamos a menor altura que un avión de pasajeros normal, parecían maquetas, mapas, representaciones de la realidad en vez de la realidad misma. El mundo era un juguete.
El avión había sido puesto a disposición de Ronaldo por la ONU para que viajara a Palestina e Israel en calidad de embajador de Buena Voluntad. Era lunes, su día de descanso, y el martes debía entrenar a las 11.00, por lo que regresaríamos de aquellas tierras lejanas el mismo lunes por la noche para aterrizar a lo largo de la madrugada del martes en Barajas.
Durante las cuatro horas que duró el viaje de ida, el jugador durmió a pierna suelta en un sofá que formaba parte del mobiliario del avión y que no he mencionado antes por miedo a que no me creyeran. Ello permitió al fotógrafo obtener imágenes inéditas del jugador y a mí observar su rostro con detenimiento sin resultar impertinente. He de decir que si antes de conocerle me hubieran mostrado una réplica de esa cabeza asegurándome que procedía de una excavación arqueológica del antiguo Egipto, me lo habría creído. Tal es la sensación que producen su cráneo y sus facciones en reposo. Cuando sonríe, en cambio, regresa a la actualidad desde los dominios abisales de la historia antigua. Tiene dos sonrisas (una tímida y otra agresiva), además de una risa. Utiliza las sonrisas para seducir, y la risa, para descargarse de las tensiones emocionales excesivas. En la risa, que rara vez utiliza fuera de la intimidad o del campo de fútbol (para celebrar un gol), muestra, además de los dientes, las encías, que remiten también a algo ancestral, anclado en los orígenes del hombre. Para expresar seriedad, frunce un poco los labios y fija la mirada en el interlocutor. Naturalmente, todo esto es un resumen. El rostro tiene decenas de músculos que, manejados con habilidad, proporcionan miles de matices. Un arma secreta de Ronaldo para desconcertar (que es su modo de seducir) consiste en hacer con la boca lo que otros hacemos con los ojos: sabe hacer guiños con los labios y producir sonrisas con los párpados.
El caso es que al llegar a Tel Aviv fue recibido con honores de jefe de Estado.
-No te puedes hacer una idea -le dijo la representante de la ONU que le dio la bienvenida- lo que simbólicamente representa tu estancia aquí.
Y debía representar algo importante si tenemos en cuenta que pasó la mañana en Palestina y la tarde en Israel, siendo recibido con idéntico entusiasmo a uno y otro lado del conflicto. Ningún político, ningún intelectual, ningún líder religioso, ningún científico, habría concitado tal acuerdo.
Abandonamos el aeropuerto de Tel Aviv repartidos en un séquito de siete u ocho automóviles bajo bandera de la ONU. Al llegar al puesto fronterizo de Betunia, nos esperaba una delegación de la Autoridad Nacional Palestina que le ofreció el Mercedes blindado del primer ministro para continuar el viaje hasta Ramala, la capital administrativa de Cisjordania. El paisaje era una cicatriz polvorienta formada por un muro de hormigón y un conjunto de alambradas que separaban un territorio de otro. Pero la cicatriz estaba llena aquel día de una multitud que había ido a dar la bienvenida al jugador. Los cables de las cámaras de televisión serpenteaban por la tierra provocando nubes de polvo; los fotógrafos disparaban a ciegas, levantando sus objetivos sobre el mar de cabezas, como si fueran periscopios; los niños se colaban entre las piernas de los adultos para intentar alcanzar al héroe. Los servicios de seguridad palestinos, recién incorporados a la comitiva, repartían a diestro y siniestro, pero entre torta y torta miraban o tocaban a Ronaldo para volver a casa con algo de él. Los gigantescos bloques de hormigón y los alambres proporcionaban al entorno un aire carcelario del que, más que salir, nos fugamos perseguidos por las cámaras, por los jóvenes, por los adultos que gritaban ¡Ronaldo!, ¡Ronaldo!, ¡Ronaldo!, esperando que el jugador se volviera y les dedicara una sonrisa. Me pareció un suceso pintoresco, excepcional, sin saber que no era más que un adelanto de la norma.
Así, cuando llegamos a la residencia de Ahmad Qurai, el primer ministro de la Autoridad Palestina, casi no podíamos bajarnos de los coches. La multitud se agolpaba a los lados rompiendo el cerco de seguridad. El propio séquito del jugador se partió en varios pedazos, quedando algunas partes separadas de la cabeza. Entre las partes separadas me encontraba yo, a quien el pánico a quedarme abandonado en medio de Ramala, con dificultades para justificar mi presencia en uno de los lugares más conflictivos del universo, me llevó a bracear con desesperación en el océano de cuerpos. Tengo recuerdos confusos de aquellos instantes. Un guardaespaldas, al ver que lograba progresar en dirección al jugador, me arrinconó contra una verja y me dio dos tortas (¿cómo explicarle, y en qué idioma, que yo era la sombra de Ronaldo?). Cuando iba a darme la tercera, se acercó otro que me había reconocido y le dijo algo al oído. Entonces, con la misma violencia empleada en la agresión, me estrechó entre sus brazos y comenzó a darme besos en las mejillas al tiempo que decía sorry, sorry, sorry. Antes de que la puerta del primer ministro se cerrara a mis espaldas, volví la vista y vi a Gorka, el fotógrafo, hundiéndose en la multitud con la cámara en alto, como si respirara por ella.
Podría añadir que tras el encuentro con el primer ministro empleamos el resto de la mañana en visitar instalaciones y en inaugurar centros (uno de ellos con el nombre de Ronaldo), pero lo cierto es que mientras el jugador visitaba, inauguraba, daba ruedas de prensa y pronunciaba discursos, un servidor se limitó a sobrevivir al desvarío que provocaba su presencia entre las multitudes. A veces, entre desplazamiento y desplazamiento, el fotógrafo y yo coincidíamos en el mismo automóvil y nos mirábamos con extrañeza, como preguntándonos el uno al otro si estábamos viviendo lo que estábamos viviendo o era un sueño. Nos habían pedido que viajáramos con traje, puesto que teníamos varios actos protocolarios, pero a las dos horas de encontrarnos en Palestina, los trajes eran un trapo de cocina. Cuando dejamos de sudar nosotros, porque la deshidratación era brutal, comenzó a sudar nuestra ropa. Estábamos secos por dentro y empapados por fuera.
En cuanto a Ronaldo, con el que lograba tomar de vez en cuando un contacto visual, tampoco se libraba de algunos zarandeos que sobrellevaba con la dignidad de un jefe de Estado. Decía en todas partes las palabras precisas; respondía a las preguntas con corrección, sensatez y distancia; firmaba autógrafos y soportaba las agresiones de los admiradores y del servicio de seguridad con una cortesía sin límites. Comparada su actitud con la que días más tarde, en un viaje oficial a Israel, mantendrían Maragall y Carod Rovira, el jugador quedaba como un diplomático internacional de altísimo nivel frente a dos gamberros sin límites ni sentido común.
Por la tarde regresamos a Israel para atender una invitación del Centro Simon Peres para la Paz. Se trataba de visitar un estadio situado en las afueras de la ciudad en el que se llevaba a cabo el experimento conocido como Escuelas de Fútbol Hermanadas por la Paz, consistente en la formación de equipos de fútbol en los que convivían niños palestinos e israelíes. Y allí estaba, esperando al joven Ronaldo, el anciano Peres. Los veías abrazarse y pensabas que no podía haber en el mundo dos personas más distintas, pero tampoco más unidas por un interés filantrópico común. Alguien de Naciones Unidas dijo detrás de mí: "Aquí estamos, en uno de los rincones más calientes del planeta, y miren la naturalidad con la que se mueve Ronaldo". Qué raro era todo.
Por la noche, tras una breve incursión privada en Jerusalén, pues Ronaldo había pedido visitar los Santos Lugares, y ya de regreso al aeropuerto, el jugador provocó una de las situaciones más curiosas del día: como no quería partir sin agradecer al personal de Naciones Unidas su dedicación, pidió que nos detuviéramos en un centro comercial para cenar y firmar autógrafos a quienes los quisieran. Pero como la idea de entrar en un centro comercial con Ronaldo (la tercera persona más famosa del mundo después del Papa y Bush) era un disparate, pues a los diez minutos habríamos estado completamente rodeados, la caravana se detuvo en el parking del centro comercial, desde donde se encargó al McDonald's de arriba que bajaran hamburguesas y coca-colas para todos. Y en aquel lugar infernal, entre los coches aparcados y los humos de los que entraban y salían, Ronaldo firmó amablemente todo lo que le pusieron por delante (camisetas, corbatas, periódicos) y se fotografió con quien se lo solicitó. Yo, como no estaba dispuesto a quitarme el hambre con una hamburguesa sabiendo lo que nos esperaba en el avión, me retiré unos instantes del grupo, para contemplar las cosas con cierta perspectiva, y vi cinco o seis coches con bandera de Naciones Unidas aparcados en batería, vi a un fotógrafo de El PAÍS disponiendo sobre el capó de uno de los automóviles sus viandas, vi al mejor jugador de fútbol del mundo departiendo alegremente con varios funcionarios de Naciones Unidas, vi a los chóferes de las caravanas de automóviles fotografiándose una y otra vez junto a la estrella, me vi a mí mismo, me dije que estaba, en efecto, en un parking de un centro comercial de Israel, a miles de kilómetros de casa, y comprendí oscuramente que me encontraba ante una dimensión de la fama completamente desconocida hasta ese instante para mí. La fama, en efecto, pero la fama de verdad, la de Ronaldo, y no esos sucedáneos baratos que aquejan a políticos y artistas, nos había conducido a aquella situación delirante. ¿Era entonces buena o mala la fama? Estaba a punto de decidir que era mala cuando al observar la naturalidad y la cercanía con que Ronaldo hablaba con la gente, después de haberse sabido comportar todo el día como un jefe de Estado, suspendí mi juicio.
Ya en el interior de la furgoneta que rodaba por la pista del aeropuerto en dirección al avión, nos miramos con expresión de agotamiento, pero también de felicidad por haber sobrevivido y por encontrarnos tan cerca del útero que nos devolvería a Madrid. Entonces, Ronaldo hizo un comentario curioso:
-Cuando estuve en Kosovo, también con una misión de Naciones Unidas, subí a un helicóptero militar y vi las casas desde arriba. No tenían tejado, pero la gente continuaba viviendo en su interior. Me costó mucho desconectar de esa visión. Me recupero antes del cansancio físico que del mental. Cuando salgo de lugares así y veo mis energías, me siento un privilegiado.
Fuimos recibidos a pie de útero por dos pilotos amabilísimos, distintos a los de la mañana, que nos informaron de que el vuelo duraría seis horas, pues navegaríamos en contra del viento, por lo que quizá tuviéramos que repostar en Palma de Mallorca. La perspectiva era llegar a Madrid a las seis de la mañana. Pero todo me dio igual cuando vi que el mueble mágico continuaba en su sitio, y repleto de las viandas más exóticas que uno pudiera imaginar. Así que una vez que alcanzamos la altura de crucero, me dirigí a él e hice una selección de delicadezas que acompañé de una botella de Moët & Chandon. Cuando terminé esa botella, regresé al mueble, abrí el cajón del que la había sacado y encontré otra. No importaba cuántas botellas extrajeras, porque siempre se renovaban de manera mágica, y siempre estaban frías. Se lo hice saber a mis acompañantes, pero no me creyeron.
Tras comer y beber hasta saciarnos mientras comentábamos los acontecimientos de la jornada, alguien atenuó las luces y nos quedamos todos dormidos como en el interior del claustro materno mientras el avión se deslizaba suavemente bajo las estrellas. Antes de dormirme, tuve un momento de gran excitación al imaginar el armario mágico del avión privado de Emilio Botín, que, al ser más grande, tendría por lo menos tres cuerpos. ¿Qué no saldría de detrás de sus puertas?
A los pocos días de la aventura palestino-israelí, de la que la prensa se ocupó como de un suceso de primer orden, Ronaldo me invitó a pasar una jornada con él, así que me presenté en su casa a las ocho y media de la mañana y llevamos a su hijo, de cinco años, al colegio.
-Siempre que duerme conmigo -dijo llevándose las manos a los riñones con expresión de dolor, tras haber dejado al crío en el aula- me deja hecho polvo porque da patadas en sueños.
Desde el colegio, continuamos hacia las instalaciones de la Federación de Fútbol, en Las Rozas, donde entrena el Real Madrid. El jugador llevaba unos pantalones vaqueros, una camiseta amarilla y un Audi que tenía también algo de útero y que se deslizaba perezosamente por las calles de La Moraleja, en Madrid, la urbanización de chalets en la que vive (el tercer útero). Era una de esas mañanas soleadas de mayo en las que uno tiene la impresión de estrenar el universo. Ronaldo conducía despacio, con indolencia. Al observar el panorama exterior, sentenció que era una hora excelente para pasear con el perro y ver a las madres llevando a los niños al colegio.
En la carretera de salida había atasco, así que matamos el tiempo hablando de la vida. Creo que le pregunté cómo le explicaba a su hijo lo de la fama.
-Cuando me pregunta por qué me sacan tantas fotos, le digo que porque soy jugador de fútbol y meto muchos goles, pero también porque tengo un hijo muy guapo.
El paisaje, una vez dejada atrás la urbanización, se llenó de grúas y de edificios en construcción. Entonces hice un comentario tópico sobre la fiebre del ladrillo, al que Ronaldo respondió como un entendido en la materia. Hablaba de Entrecanales, de Dragados o de Fomento de Construcciones y Contratas con la autoridad con la que un filósofo se habría referido a Sócrates, a Platón o Aristóteles. Metí un poco el dedo en ese asunto y resultó que la sección que más le interesaba del periódico, después de la de Deportes, era la de Economía.
-Me interesan muchas cosas, pero hay que saber a fondo de una. Quizá cuando deje el fútbol estudie economía y marketing. No me veo el resto de mi vida de entrenador ni metido en la dinámica de viajes de un equipo.
La conversación sobre la vida continuó en una cafetería cercana a la Ciudad del Fútbol, donde nos detuvimos a hacer tiempo. Allí, también de manera casual, averigüé que ha construido en Río de Janeiro un complejo universitario.
-Yo no tenía inversiones -dice-, y me asocié con Nilton Petrone, el fisio que me curó la lesión. Nuestro campus tiene 12 carreras, todas relacionadas con el ámbito de la salud. Mi hermana es fisioterapeuta y dirige uno de los departamentos.
La lesión a la que se refiere estuvo a punto de apartarle del fútbol cuando tenía 24 años y jugaba en el Inter de Milán. Es uno de los momentos más misteriosos de la carrera de Ronaldo, no porque haya cosas que no se sepan, sino por lo que se sabe. Y lo que se sabe es que un día, jugando un partido, se rompió el tendón rotuliano, cuya función es esencial en la articulación de la rodilla. Se lo había roto, además, longitudinalmente, lo cual constituía una rareza sin precedentes en la medicina deportiva. Tras el diagnóstico y la intervención, fue sometido a un tratamiento de rehabilitación que lo tuvo apartado del césped durante seis meses, al cabo de los cuales regresó para jugar contra el Lazio, en el estadio Olímpico de Roma. A los 20 minutos de iniciarse el partido, el tendón saltó de nuevo por los aires. Quienes vieron las imágenes de aquel encuentro todavía recuerdan a Ronaldo sujetándose la rodilla con un gesto de dolor que no presagiaba nada bueno. Era el día 12 de abril de 2000.
En esta ocasión estuvo retirado de los campos de fútbol un año y tres meses, durante los que se sucedieron los peores augurios. Todo el que tenía oportunidad de hablar, aun sin haber visto la rodilla, se mostraba escéptico frente a las posibilidades de recuperación. Ronaldo confiaba en el doctor Sayant y en Nilton Petrone. El primero era un médico francés, con consulta en París; el segundo, un conocido fisioterapeuta especializado en lesiones deportivas. No obstante, buscando una segunda opinión, Nike lo llevó a Estados Unidos para consultar con un famoso médico que se mostró dispuesto a operarle, aunque sin garantizar los resultados, ya que la rodilla del jugador, según dijo, nunca recuperaría una flexión del 100%. A Ronaldo no le gustó el médico y regresó a París, con Sayant. Había perdido, en efecto, un 30% de su capacidad de flexión, pero después de la operación, y con el tratamiento de rehabilitación adecuado, podría recuperar parte de esa pérdida. En todo caso, Sayant le aseguró que no necesitaba el 100% para jugar. Ronaldo se puso en sus manos y, tras la intervención, se encerró cuatro meses en una clínica con Nilton Petrone, recuperando un 15% de de la capacidad perdida: lo suficiente para regresar al césped y ganar la Copa del Mundo con la selección de Brasil (fue el máximo goleador). Tras ese mundial, recibió el título de Mejor Jugador del Mundo.
Esto es lo que se sabe, decíamos. La pregunta es de dónde sacó fuerzas un chaval de 24 años para hacer frente a aquel cúmulo de malos augurios, para escoger la mejor solución, que quizá no era la más espectacular, y, finalmente, para someterse a la disciplina que requería una rehabilitación de esa naturaleza. Talento emocional, tal vez ahí se encuentre la respuesta.
-El 12 de abril -dice- hizo cinco años de mi lesión y no vi una sola declaración de quienes entonces aseguraron que no volvería a jugar.
-¿Tuviste muchos momentos de pánico?
-De pánico, no. Pero sí de gran tristeza. Pasaba días y días sin hablar.
La conversación sobre la vida deriva hacia los padres, divorciados desde que él tenía 13 o 14 años, y con los que mantiene excelentes relaciones.
-Siempre aprendí mucho de mi padre -dice-. Era mi ídolo. Todo el mundo me decía qué inteligente es tu padre, así que mi padre se convirtió en mi héroe. Mi madre es muy distinta. Tiene menos formación que mi padre, es más intuitiva, pero los dos son idénticos: tranquilos a la hora de tomar decisiones.
Utiliza con una frecuencia curiosa el término "tranquilo", como si la tranquilidad fuera una aspiración moral de primer orden. Así, cuando le pregunté cómo se veía dentro de ocho o diez años, cuando se haya retirado del fútbol, me dijo que se veía tranquilo. Y de su hijo aseguró que iba a ser tranquilo y educado, como él.
Es cierto, Ronaldo es un hombre tranquilo y educado. Conduce tranquilo, habla tranquilo, juega tranquilo. Pero su tranquilidad, que a veces se disfraza de auténtica indolencia, es la del felino que pasa en cuestión de segundos del estado de reposo al de ataque. Lo que desconcierta de este jugador a los defensas son sus cambios de ritmo, que aplica también a la vida y a las conversaciones. Da la impresión de estar hecho de contrarios, pues es a la vez lento y rápido; perezoso y activo; joven y viejo; ingenuo y avisado; prudente y atrevido; tímido e insolente; serio y bromista; distante y cercano; cobarde y audaz.
Quizá su secreto para el fútbol y para la vida consista en moverse siempre entre los dos extremos de una dicotomía. Lo diabólico es la velocidad con la que pasa de un extremo al otro. Sus manifestaciones públicas son políticamente correctas. Procura no dañar a nadie ni darse importancia, pero en el momento más inesperado hace un quiebro irónico que desconcierta al interlocutor. Cuando le pregunté por las declaraciones de Eto'o respecto al Real Madrid al día siguiente de que el Barcelona ganara la liga, dijo que estaban hechas desde la mentalidad de un equipo pequeño.
-Si has ganado -añadió-, disfruta del éxito y no te metas con nadie.
A esa misma cuestión, en rueda de prensa, respondió que Eto'o había dicho una tontería a la que no había que dar demasiada importancia porque no estaba acostumbrado a ganar títulos.
-¿Has felicitado a Ronaldinho? -le preguntó alguien.
-Sí -dijo-, le puse un mensaje. Pero corto.
Ronaldo dice que no le convienen entrenamientos muy intensos. Estuve observándolo desde las gradas y me pareció que mostraba, en general, la actitud perezosa del felino que reserva sus energías para la caza. De todos modos, fue un entrenamiento flojo para todos: el Madrid ya había perdido la liga, y la temporada estaba prácticamente liquidada.
Tras el entrenamiento, lo acompañé a una reunión de trabajo con gente de Nike. Querían mostrarle los diseños de las botas para la nueva temporada, así como las estrategias de comunicación de la casa. Todo era muy confidencial, pero me dejaron entrar cuando les aseguré que sólo me interesaba ver cómo se movía el jugador en una reunión de negocios. Y se movió como en el campo, como en la vida: tranquilo. De vez en cuando bostezaba y se pasaba la mano perezosamente por el cráneo, como si sus intereses estuvieran a miles de kilómetros del lugar en el que nos encontrábamos, pero cuando el otro bajaba la guardia, realizaba una observación sorprendente o le metía un gol. Por lo demás, fue hermoso verle manipular las botas cuyos diseños sometían a su aprobación. Las cogía entre sus manos y las palpaba con el cuidado con el que un veterinario palparía a un animal pequeño y delicado antes de emitir el diagnóstico. La mesa se llenó de parejas de estos pequeños animales que el ejecutivo de Nike iba sacando de una bolsa. Cada pareja tenía un color. No era necesario ser un fetichista del calzado para gemir de gusto frente al espectáculo.
Tras la reunión con los de Nike, nos fuimos a comer. La comida era mi última oportunidad para averiguar lo único que me interesaba. Y lo único que me interesaba era saber cómo se puede llegar a ser la tercera persona más famosa del mundo, el mejor jugador del mundo, uno de los deportistas más ricos del mundo (y todo ello a los 29 años), sin enloquecer. Los jugadores del fútbol saben, además, que las cosas nunca irán a mejor. Empiezan a perder la fama, y quizá el dinero, a la misma edad en la que la gente normal comienza a salir adelante. Lo tienen todo cuando quizá les falta la madurez precisa para disfrutarlo. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que, en tal situación, lo normal es que te ocurra lo que a Maradona. Así que fui directo al grano:-¿De dónde obtienes los recursos emocionales para no volverte loco?
-Bueno -dijo-, hace falta tener buena cabeza, pero también buena gente que te rodee.
No logré sacarle nada más, aunque me habló de la importancia de la familia ("yo siempre estoy disponible para formar una familia") y me contó que su madre, nada más enterarse de su separación, que coincidió con el final de una liga que, más que ganar el Barcelona, perdió el Madrid, cogió el avión y se presentó en su casa. Me contó la historia de Renatiño, un joven que fue a buscarle al aeropuerto el día que volvimos de Palestina e Israel y al que también había visto en el entrenamiento, muy pendiente de las necesidades de Ronaldo. Era un amigo de la infancia al que se había traído de Brasil, donde tenía problemas para salir adelante.
-¿Qué hace para ti?
-Ser mi amigo. No tiene ninguna obligación, no tenemos ninguna relación jefe / empleado. Le ayudo porque es mi amigo. Vive en Getafe y tiene dos hijos gemelos.
Me contó también que hacía unos días había cenado, en el restaurante en el que nos encontrábamos, con Maradona y que el jugador argentino le hizo llorar.
-¿Y eso?
-Yo había observado durante toda la cena que llevaba dos relojes. Estuve varias veces a punto de preguntarle sobre ellos porque me llamaban mucho la atención, pero no lo hice. Al final, a punto de despedirnos, me llevó a un sitio aparte y me dijo que aquellos relojes se los habían regalado sus hijas. Entonces se quitó uno y me dijo: "Toma, Roni, te regalo éste por lo bien que me recibiste y por lo buena persona que eres".
Y bien, quizá no hubiera ningún secreto para evitar la locura, quizá es la locura la que te evita a ti, aunque lleves todas las cartas para perder el seso. Disfruta de la comida y de la conversación, me dije; después de todo, te sobra material para la sombra. Y en esas estaba, disfrutando de la conversación y la comida, cuando Ronaldo hizo un comentario casual sobre el vino que nos acababan de servir. Dijo que le interesaba mucho la cultura del vino, de la que apenas sabía nada, aunque estaba dispuesto a aprender. Le recomendé que viera Entre copas, una comedia de éxito que cuenta la historia de dos amigos que recorren California de bodega en bodega. Le dije que los personajes de esta película hablaban de sí mismos al describir los vinos que cataban. Así, cuando uno de ellos dice de un caldo que es hermético, está describiendo sus propias dificultades para comunicarse con el mundo. Le conté una de las escenas más conmovedoras de la película, en la que el protagonista da, a una mujer de la que se acaba de enamorar, una conferencia sobre el pinot noire, una variedad de uva procedente de Francia. Lo bueno es que todo lo que dice de esta uva (que es solitaria, frágil, que necesita cuidados especiales) es lo que habría dicho de sí mismo si se hubiera atrevido.
Ronaldo escuchaba con la atención o la falta de atención que ponía en todo, es decir, con pereza. Mencionó el Vega Sicilia y le dije que eso eran palabras mayores, que yo nunca había tenido entre las manos una botella de ese vino. La comida fue larga y agradable, y ajustada a la prescripción de la dietista del Real Madrid excepto por las patatas y el helado. Cuando estábamos a punto de despedirnos (Ronaldo duerme la siesta siempre que le es posible), me preguntó qué iba a hacer.
-Cogeré un taxi. ¿Por qué?
-Me habría gustado que pasaras por casa, para hacerte un regalo.
Le dije que podría tomar el taxi en su casa, así que lo acompañé y me pidió que le esperara un momento. Al poco, salió con una botella de vino: un Vega Sicilia del 91. No lloré porque no tengo esa condición, pero creo que me sentí como cuando Maradona le regaló el reloj a él. Ronaldo había comido con pereza, había bromeado con pereza, había conversado con pereza, pero de repente cambió de ritmo y me regaló una botella de vino. Quizá me metió un gol. Estoy esperando una ocasión especial para abrirla, aunque en la película Entre copas dicen que la ocasión especial es el hecho mismo de abrirla.
(Por cierto, se me había olvidado decir que el Ronaldo del que vengo hablando a lo largo de todas estas páginas es Ronaldo Luiz Nazario de Lima, pero creo que ustedes ya se habían dado cuenta).
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