Olympia Carrera de Luxe
Este es el artículo número 409 que publico en El País Semanal. Para ustedes carecerá de toda importancia y además les parecerá que ese número ni siquiera es redondo, pero para mí tiene un significado especial, ya que fueron 409 las columnas, asimismo dominicales, que escribí para otro suplemento, entre diciembre de 1994 y diciembre de 2002, antes de recalar aquí. Eso quiere decir que llevo dándoles la murga a ustedes más de ocho años (en EPS libro en agosto o durante parte de él, mientras que en el otro sitio no había respiro). Cuando empecé a dársela, en febrero de 2003, no podía imaginar que fuera a durar tanto como había durado allí. Con esta pieza de hoy ya he durado, de hecho, un poquito más, ya que para el ahora llamado XL Semanal escribí esos 409 artículos, pero sólo se me publicaron 408. Como conté en su momento, uno me lo censuraron y, tras prometer que lo sacarían "más adelante", no cumplieron con la palabra dada. Ese fue el motivo por el que me marché de aquel lugar, en el que hasta entonces se me había tratado muy bien, y les guardo agradecimiento por ello. Luego ... Que el rencor español es duradero siempre, lo prueba que en los más de ocho años transcurridos desde mi adiós -en los que he sacado unas cuantas novelas y no he estado precisamente inactivo-, mi nombre no ha aparecido jamás en XL Semanal excepto en las menciones con que de vez en cuando me honra mi antiguo vecino de página, Arturo Pérez-Reverte, que allí continúa. Le doy especiales gracias por haberse negado a participar en el "castigo" o "represalia" o "veto". Sus responsables, eso sí, son muy dueños de aplicármelos, faltaría más. No tengo queja, sólo "me limito a constatar un hecho", como decía uno de mis ídolos de infancia, Guillermo el Travieso o Guillermo Brown.
"Aferrarme a mi máquina equivale a lamentar que las plumas no sean ya de ave, sino estilográficas"
Ocho años largos es mucho tiempo, y cada pocos meses me pregunto, por variados motivos, si no debería parar. Hace poco la carta de un lector sostenía que mis opiniones y las de los demás columnistas-novelistas de este suplemento (todos somos eso: Torres y Loriga y Cercas, Montero y Millás y Grandes y el arriba firmante), al sólo tratar rara vez de nuestra "especialidad", no valían más que las de cualquier lector, y pedía la supresión de nuestras colaboraciones, con explícita mención de la mía. No le faltaba razón, aunque no explicaba cuál sería exactamente la "especialidad" a la que monótonamente nos deberíamos ceñir (¿la literatura? ¿solamente la novela?), y acaso olvidaba que si ocupamos estas páginas es porque se nos supone una capacidad de expresión (no me atrevo a presumir que de observación, ni de argumentación, ni de reflexión, ni de osadía) levemente por encima de la media. Pero sí, a veces se pregunta uno qué diablos hace opinando sin cesar durante más de dieciséis años (si sumo mi periodo de El Semanal), un domingo tras otro. Hay semanas en que encontrar un tema que no esté demasiado trillado -por uno mismo o por los demás- se hace en verdad arduo, y la sensación de que por fuerza está uno cansando o exasperando a los lectores es inevitable. El día que EPS me censure un artículo o decida prescindir de mi concurso, haciendo caso a ese señor que solicitaba la total eliminación, les aseguro que me retiraré tan tranquilo o acataré el veredicto con humildad.
En mi caso se añade un problema, tanto para mis columnas como para mis novelas: como algunos saben, escribo aún a máquina, con una Olimpia modelo Carrera de Luxe. Antes Julia Luzán, ahora Virginia Solans, han tenido la bondad y la paciencia de picar o escanear estos textos, que envío por antediluviano fax. Hace poco apareció la noticia de que Gondrej & Boyce, de Bombay, la última compañía del mundo que fabricaba máquinas de escribir, clausuraba su planta dedicada a eso, por falta de demanda. Yo corrijo mucho y repito cada página cuantas veces juzgue necesario, lo cual significa que con cada novela que escribo les doy tal paliza a mis máquinas (una en Madrid y otra en mi piso alquilado de una pequeña ciudad), que quedan casi inservibles tras la terminación. La última la logré escribir gracias a la gentileza de Juan Iriarte, hermano de mi amigo Antonio, que tuvo a bien regalarme una Olympia Carrera de Luxe (es a la que estoy acostumbrado, y se me hace cuesta arriba cambiar) que tenía arrumbada y apenas había usado. Por desgracia murió hace algo más de un año y no ha podido leer "su" novela, pero vaya aquí mi gratitud eterna a su generosidad.
Supongo que aferrarme a mi máquina equivale a lamentar que las plumas no sean ya de ave, sino estilográficas. No es la única razón por la que me siento un arcaísmo. Pero si otro Juan Iriarte no me consigue pronto (las compraría de buen grado, claro está) otras dos Olympias Carrera de Luxe, me temo que habré de renunciar tanto a estas columnas como a cualquier novela futura. Lo cual, no me hago ilusiones, sería una alegría para bastantes. Pero, qué quieren, me gusta escribir sobre papel. Sacar luego la hoja y corregirla a mano, con tachaduras, flechas y cambios, y volverla a teclear, una y otra vez. Pierdo mucho tiempo, me dicen, pero yo no escribo para ganarlo ni ahorrármelo, sino para aprovecharlo y sentirlo pasar, o incluso para eso, para perderlo, y pensar mejor. Y cada vez que tecleo de nuevo la página la voy asumiendo, aprobando, le voy dando el visto bueno y me voy acostumbrando a ella. Porque a todo tiene uno que acostumbrarse, hasta a lo que sale de su imaginación.
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