Hay gente para todo
Este hombre babea con el número de parados como el avaro saliva con el número de monedas. Uno y otro, después de cenar, sacan la llave del baúl en el que esconden sus tesoros y ponen al día la contabilidad que tanto placer les proporciona. La diferencia entre Montoro y el avaro es que éste oculta sus posesiones y disimula su dicha, mientras que aquél las expone públicamente, sin cortarse un pelo. Baila, literalmente hablando, en las ruedas de prensa en las que puede dar malas noticias. Cada parado nuevo le provoca un orgasmo. También le excitan la caída del PIB o el aumento del déficit, seamos justos, pero lo que de verdad le pone hasta extremos difíciles de entender es el aumento de la cola frente a las oficinas del Inem. Observen a la persona que en el segundo plano, a la derecha de la fotografía, se retira sonriendo, como diciendo "este Montoro".
Este Montoro, que durante los años de prosperidad pasaba por un sujeto gris, un funcionario sin gracia, un contable del montón, se ha revelado en el infortunio colectivo como un humorista de primera. Parece que en su propio partido le han recomendado que reprima las manifestaciones de alegría cuando le toque dar malas noticias. Pero no puede, es más fuerte que él, y lo entendemos. Se puede ocultar un grano, una fortuna; se puede disimular una cojera, una gripe, un ardor de estómago, pero no hay forma de encubrir la dicha, que se manifiesta en la mirada, en el cutis, en el modo de andar y de cantar bajo la ducha. La crisis le ha quitado quince años de encima. Hay gente para todo.
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