En los días ingenuos o tontos
Pese a tanto acostumbramiento, no deja de resultar extraño, algunos días sueltos en que uno se abstrae y pierde un poco de vista cómo es hoy el mundo (probablemente no muy distinto de como fue anteayer o hace siglos). Acostumbrados estamos, desde luego. Ha quedado ya como frase "clásica", aunque reciente, la que le dijo alguien, no recuerdo, a un alcalde de Izquierda Unida que se oponía a uno de esos artificiales monstruos de ladrillo que asuelan nuestro territorio y de los que todos los chorizos locales sacan tajada: "Debes de ser el único alcalde tonto que hay en España", y aquí, por "tonto", había que entender "honrado". También hemos tenido ocasión de ver cómo en un pueblo de Cuenca el hermano de una alcaldesa y unos promotores hablaban con desparpajo de comisiones, beneficios y precios inflados –de chalaneos–, con frases del tipo: "Con el dinero, lo mejor es repartirlo" –había que entender "repartírnoslo"– "y todos contentos". Preguntados al respecto algunos vecinos, uno decía: "Bueno, ¿y qué alcalde no se lleva algo?"; y otro: "Ya, siempre hay rumores". Se suponía que había visto la filmación en cuestión, y aun así eran "rumores".
No sólo estamos acostumbrados, sino que damos por descontado que mucha gente robe, estafe, mienta, difame, cometa bajezas, tenga un doble rasero para medir lo de los demás y lo propio o lo de "los suyos", niegue las evidencias, propale infundios, levante falsas acusaciones y tape las verdaderas, y además disimule poco –qué pereza, ¿no? ¿Y es necesario?– en todas estas actividades. Lo que casi todos saben que está "mal" hacerlo, ha pasado a ser normal hacerlo. Y lo más deprimente es que ya no se espere eso solamente de los políticos, sino también de los empresarios, de los periodistas, de muchos artistas (escritores al menos, que es lo que más conozco), de los jefes, los compañeros de trabajo y hasta los vecinos. A la vez que esto sucede y no tiene nada de particular, casi todo el mundo trata de presentarse a sí mismo como "virtuoso", aunque con escasa convicción y poco esfuerzo, como si éstos, al igual que el disimulo, en realidad no hicieran falta y hubiera que cubrir el expediente de manera sólo rutinaria. Está comprobado que los que más gritan, los más histéricos, los más amonestadores y "puros", suelen ser los más hipócritas y sucios. Hay que desconfiar, por sistema, de los que más vociferan y denuncian, porque con frecuencia responden al modelo de John Edgar Hoover, director del FBI durante cuarenta y ocho años, que mandó espiar a todo cristo –hasta a los Presidentes– y persiguió con ahínco a infinidad de gente, incluidos los homosexuales por el mero hecho de serlo, cuando él mismo se pasó media vida conyugalmente unido a su director adjunto, Clyde Tolson, y gustaba disfrazarse de casquivana en sus fiestas privadas. Hoy no deja de ser llamativo que la Iglesia Católica arremeta tanto contra los gays, cuando entre sus sacerdotes hay tantos, y en tan diferentes países –con preferencia por la pederastia–, como para resultar admisible que todos sean "casos sueltos" y de verdadera "mala suerte". Lo raro es que la institución en pleno no esté más bajo sospecha, y que su castidad impuesta no sea objeto de guasa.
Pero otras contradicciones no son tan nítidas, y cabe preguntarse cómo diablos se llevan y se soportan. Todos los periódicos se reclaman defensores a ultranza de la libertad de expresión, pero lo cierto es que la mayoría hace sus excepciones, y no tiene inconveniente en rechazar un artículo de un colaborador habitual si su contenido se sale demasiado de la "línea general" del diario o molesta a sus propietarios. Y uno se pregunta, en los días ingenuos o tontos, con qué inexplicable ufanía podrán sentarse en sus despachos los responsables de ese diario, al día siguiente de haber censurado, porque no se habrá tratado de otra cosa. Uno se pregunta con qué cuajo los dirigentes políticos que se reclaman católicos mienten un día y otro a sabiendas, no ya de que está "mal" hacerlo, sino de que se lo prohíbe la religión que profesan y a la que a menudo defienden con esas mismas falacias. O con qué aplomo hay "paladines de la democracia" que miran con complacencia dictaduras viejas como la de Cuba o pre-dictaduras nuevas como la de Venezuela. O "izquierdistas" que justifican la esclavitud a la que están sometidas gran parte de las mujeres islámicas aduciendo que se trata tan sólo de "civilizaciones distintas" y que hay que respetar el "multiculturalismo". O cómo tantas personas que se tienen por "rectas" apoyan a mentirosos notorios y sin escrúpulos como Bush y Cheney y sus adláteres europeos, y sostienen que Guantánamo es un balneario. O cómo todavía hay decenas de millares de vascos que siguen viendo a ETA como a una organización de gente sacrificada y mártir a la que no le ha quedado más remedio que extorsionar, amedrentar, secuestrar, asesinar a periodistas, concejales de pueblo, trabajadores inmigrantes y meros transeúntes, todos "opresores" de la tierra más próspera y privilegiada de España. Pese a todo el acostumbramiento, y al escaldamiento, hay días ingenuos o tontos en los que todo resulta extraño.
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