"La crisis del cine es cíclica, como la sequía"
Hay algo extraño, y atractivo, en la presencia de Antonio Resines. Ya no es aquel muchacho, pasó hace rato el medio siglo y ha llegado a participar en un centenar de proyectos como actor, en cine y televisión. Es uno y otro al mismo tiempo: el cotidiano y campechano, extravertido, risueño, y es también ese tipo reconcentrado, triste, de películas como Otros días vendrán o La buena estrella. Es los dos, y los dos Resines son auténticos, le ves y le das la mano y sabes que no te está ocultando nada, pero tampoco juzga procedente contarlo todo. Tiene un enigma dentro, y acaso él tampoco sabe de dónde procede, pero parece que un día lo va a conocer y va a contarlo. Ahí reside su misterio, y su encanto. Cuando aparece en el hotel donde le entrevistamos, la gente le saluda como si su presencia fuera cotidiana, y eso no ocurre porque aparezca con frecuencia en televisión y cine, o porque sea uno de los actores más queridos y frecuentes, sino porque es alguien cercano, parece un pariente o un amigo del colegio. Y así los va saludando a todos, como si los conociera de toda la vida. Sin embargo, cuando ya se queda solo con el periodista, ante el magnetófono en el que empezamos a recoger las opiniones que tiene sobre la vida y sobre su oficio, Antonio ya es también Resines, un hombre de 54 años que rejuvenece al menos siete años cada vez que sonríe.
He ido buenas amistades que no han dejado que me descarrilara
No despierto pasiones. en la calle, la gente llega, me saluda y no pasa nada
Una vida dedicada a entretener, obligado a vivir unos horarios de sacrificio.
Una vida parecida a la de cualquier trabajador. Otra cosa es cuando haces una película. Cuando haces una serie, lo normal es levantarse a las siete de la mañana, te recogen, trabajas todo el día, vuelves a las siete a casa, estudias? La gente piensa que uno se inventa las cosas sobre la marcha; no las inventamos, hay que estudiarlo todo. Y después de estudiar, a cenar. También se piensa que estamos de juerga todo el día. Para nada. Nos metemos en la cama prontito, y a madrugar. A veces te cambian de horario, y entonces se produce el descabale, porque has de trabajar las mismas horas durante la noche, y al día siguiente estás totalmente zumbado.
A veces usted se sentirá el personaje que hace?
Y además en todos los sentidos: en los tics, en la manera de hablar. Me preocupa cuando me encuentro hablando como el personaje. A veces me veo en una conversación normal utilizando la manera de expresarse del personaje, sus latiguillos... Se convierte en una paranoia preocupante.
¿Y no encasilla mucho un personaje como los que usted ha hecho en televisión?
Con la serie de Los Serrano, los niños me llamaban Diego por las calles, el padre de los Serrano. Y sí, encasilla. ¡Me han pasado guiones en los que me llaman Diego, y soy padre de familia! ¡Por lo menos que le cambien el nombre al personaje!
No me queda claro. ¿Usted se siente Antonio Resines todo el rato o pierde el actor su identidad actuando?
No, yo no pierdo la identidad. Tengo una forma de trabajar, que será mejor o peor, pero es propia. No me como el coco, para entendernos. Pero si llevas mucho tiempo haciendo un papel, en televisión o en teatro, puede ser que tu identidad se resienta, al menos la gente te identifica con el papel? Pero a estas alturas me la suda que me encasillen.
¿Cómo vive tanta popularidad?
Lo llevo bastante bien porque ha sido algo progresivo; me he ido acostumbrando. Al principio era raro que se te quedaran mirando, pero en general la gente se comporta bastante razonablemente? A veces puede ser más o menos molesto. ¡Tampoco estoy yo para que me persigan las chicas!
En todo caso, no parece que a usted le cueste identificarse con los personajes que le dan.
¡Porque ya me los dan identificados conmigo! La suerte que he tenido es que siempre he trabajado con amigos y con guiones estupendos, ¡si no, de qué! Y piensan en mí porque el personaje se debe parecer en algo a mí. A mí no me piden grandes creaciones. No me piden, por ejemplo, que hable en canario o que haga de asesino.
Pero en ?La caja 507?, de Enrique Urbizu, usted hizo de personaje violento.
Sí, y también en otra de Urbizu, Todo por la pasta. Era un policía demencial. Lo podía hacer, porque era un tipo al que se le había ido la olla; era un tipo muy simple, muy violento, y todo lo que hacía era físico, se podía hacer. El problema es cuando te metes en profundidades psicológicas.
En ?Otros días vendrán?, de Eduard Cortés, usted interpretaba a un hombre al que todo le sale mal, acosado por los azares fatales?
Hay gente a la que esta película le molestó un poco. Y es que la gente piensa que no pasan tantas desgracias juntas. Pero si ahora coges a alguien y le preguntas por su vida, seguramente te llevarás la sorpresa de ver que dramas así hay miles, no sólo pasa en las películas?
Ese hombre se va preguntando: ?¿Por qué a mí??. ¿Se lo ha preguntado usted?
Pues sí, por dos motivos. Tuve un accidente de coche y me quedé con la pierna chunga. Estuve a punto de palmarla; tuvieron que operarme? Salió todo bien, pero a veces sale mal, y entonces la gente se pregunta: ¿por qué a mí? Y si amplías, te preguntas por qué la gente se muere de hambre?
La gente le identifica como un hombre feliz, normal, simpático. ¿Responde a la realidad?
Estoy razonablemente contento, me ha ido bien, aunque haya habido palos. Sí me puedo quejar, porque siempre hay motivos de queja. Pero, comparado con otra gente, el nivel de reclamaciones es muy bajo. Tengo tendencia a no dramatizar.
¿Cuándo se dijo que iba a ser actor?
Fue casualidad. Empezamos a hacer cortos con Fernando Trueba y con otra gente, hice con él Ópera prima, y me di cuenta de que esto era una profesión, que me gustaría formar parte de ella. Tenía también cierta capacidad para crear equipos, para hacer producción, pero me llamó Fernando Colomo y me invitó a ir a Nueva York, a hacer La línea del cielo, y no me lo creí. Fue su mujer [Beatriz de la Gándara] la que me convenció. Y ya después esto fue mi profesión.
Casi jugando.
Siempre fue jugando. Excepto dos o tres que sí tenían claro que querían dirigir películas o escribirlas, los demás no teníamos ni idea de lo que íbamos a hacer. Menos los técnicos: los fotógrafos, los de montaje, los de sonido, toda ese gente sí sabía qué iba a hacer? En cine se dice: el que vale, vale, y el que no, a producción. En este caso, el que vale, vale, y el que no, va para actor. Cuando empezamos no teníamos ni idea, nos poníamos delante de la cámara y ya está. Afortunadamente, a mucha gente le hacía gracia cómo lo hacíamos?
La época de ?Ópera prima??
Veníamos todos de la facultad, de la primera o segunda generación de Ciencias de la Información. Cuando nos juntamos hubo una especie de caldo de cultivo común: la mayoría quería hacer cine. Montamos una productora, hacíamos de todo, íbamos mucho al cine. Cuando hicimos Ópera prima teníamos en torno a los 24 años, fue un exitazo y posibilitó la carrera de mucha gente, como Fernando Trueba, que es uno de los grandes directores de este país. Como dicen los americanos, estuvimos en el sitio adecuado en el momento oportuno.
Ahora ha cumplido más de cien proyectos, entre cine y televisión, e incluso teatro. ¿Es el actor que quiso ser?
Ha habido una especie de evolución. La forma de trabajar ha sido más o menos la misma. He tenido buenas amistades y siempre me han cuidado mucho, no han dejado que me descarrilara. Alguna vez se me ha ido la olla, como a todo el mundo, pero siempre tuve un registro, cuya evolución ha sido marcada por mis características. Yo no me imagino a Paco Martínez Soria haciendo Ricardo III; pues conmigo pasa algo similar, no me veo yo en ciertos papeles. Prefiero moverme en mi sitio.
¿Podría definir ese registro?
Me muevo mejor en la comedia, o en la comedia dramática, que en la tragedia. Y me cuesta mucho hacer personajes que no sean de mi época. Me cuestan muchísimo los clásicos; no es que me den pereza, pero es que creo que no tengo capacidad. Sé que si parto de la normalidad y me adentro en otras cosas, corro el riesgo de tirarme al barro.
Miedo a correr riesgos?
Sí, es más cómodo así. La gente te reconoce en lo que haces, y cuando te sales, a la gente le cuesta identificarte. Es un registro en el que yo me siento más eficaz, sobre todo en televisión: te piden que hagas de buena persona permanentemente cabreada por los pequeños desastres que pasan alrededor, como en Los Serrano? Lo he hecho otras veces, y es cierto que te vuelves más cómodo. No es que ponga el piloto automático, pero es verdad que te exige menos esfuerzo.
¿No le aturde que la gente le exija que sea como sus personajes más famosos?
No, porque no te lo piden; mi familia o la gente que me conoce ya saben cómo soy. Y con la gente de la calle que te lo reclama, si estás de buenas, les haces caso, y si estás de malas, pasas y no ocurre nada. Además, yo nunca he despertado pasiones. La gente llega, te saluda y no pasa nada? De lo poco que he hecho bien en la vida es dejar clarísimo que esto es un trabajo, una obra ajena. Siempre he distinguido lo que es la profesión de lo que es mi vida privada. Una cosa es que yo trabaje cara al público y otra que al público le interese lo que yo haga en casa.
Debe de ser difícil en este mundo en el que todo se transparenta mantener una actitud distante con los medios.
Si lo contienes desde el principio, no es difícil. Si no das pie, no se meten contigo.
Pero sucede que cada vez más, en su ámbito, la vida privada es una moneda de cambio.
A la mayor parte de la gente que conozco no se le ocurre enseñar su cuarto de baño. Pero si entras en ese juego y cobras, te llevas tu merecido. En algún momento, algunos pueden hacer ciertas concesiones, pero eso tampoco da derecho a hacer fotos con nocturnidad y alevosía. No confundamos la libertad de expresión con la libertad de cada uno. Lo que pasa es que eso no está bien legislado y el conflicto de intereses es tremendo.
Alude usted a un clima cada vez más banal en torno al mundo del espectáculo tal como lo cubren los medios?
No hay derecho a que a la gente la quieran exhibir íntimamente por el hecho de que se exhiba públicamente en función de su trabajo? La obligación de promover tu espectáculo no conlleva que te saquen cuando vas al cuarto de baño, eso no está puesto en ningún contrato. Y hay personas que disfrutan metiendo el dedo en el ojo a personajes que son más o menos populares. Pero, si se fija, el porcentaje de actores y actrices que son objeto de estas persecuciones es muy pequeño.
Mi mundo es muy normal, como el de cualquier persona. Nos gusta lo que hacemos, nos lo pasamos bien. Vamos a donde va la gente normal; comemos, cenamos, tomamos copas, hacemos el tonto o sufrimos. Lo único que pasa es que te conocen donde vas, qué le vas a hacer.
¿Cree que el cine va perdiendo ?glamour??
La gente reclama, creo que por una mala educación, que todos seamos maravillosos y distantes, y piensan que tenemos unas casas maravillosas. Eso es mentira; cada uno tiene sus circunstancias, y atosiga que te estén pidiendo que seas como los medios mandan que seas? Por poner un ejemplo: Clint Eastwood es un gran actor, y un gran director, y de ese señor no se sabe ni siquiera si está casado, qué mujer tiene? Hace su trabajo, y lo hace muy bien. La proyección mundial que tienen los actores norteamericanos hace que la gente crea que están todo el día pisando sobre alfombras rojas. Y me imagino que son gente normal.
¿Ha habido paradigmas para usted? ¿Se ha planteado ser como alguno de los compañeros que le han precedido?
Siempre me gustaron los actores secundarios y muchas películas de los años cincuenta y sesenta. Cuando trabajé en Los ladrones? estaban en el plató Agustín González, Fernando Fernán-Gómez, José Luis López Vázquez, Manuel Aleixandre? Era como asistir a un máster de los de verdad. Esa generación siempre me gustó mucho. Gente como ellos, como Alfredo Landa. Siempre me gustaron.
Lo cierto es que a Landa y a usted, por poner dos ejemplos, siempre les proponen un marco del que no los dejan salir, mientras que a gente como Jack Lemmon, Mastroianni o Gassman, y otros grandes del mundo, les ofrecen registros más variados?
Todos los que ha dicho son monstruos, y una cosa es ser un buen actor y otra ser un monstruo de la escena. De los 600.000 actores que ha habido en 40 años han salido cinco extraordinarios. En cuanto a lo del encasillamiento, es verdad que existe. Pero he tenido oportunidades de incursión que no han salido mal, así que mi registro se ha ampliado un poco.
Llega un momento en que los actores alcanzan un grado especial de respetabilidad?
Suele coincidir con el cambio de edad. A partir de ese cambio de registro se produce un reconocimiento público. La veteranía es un grado.
Un cambio que también le está llegando a usted?
Los años te sirven para que te propongan cosas más serias, y eso te hace más responsable, echas el resto, sabes que ya no te puedes tomar casi nada a broma. La buena estrella o La niña de tus ojos no habría podido hacerlas más joven. La experiencia te permite abordar cosas que a cierta edad no eres capaz de asumir.
Curioso que el éxito de las series coincida con la crisis de la gran pantalla.
No tiene relación. La crisis del cine siempre ha existido. Lo que sí ha habido es un cambio de actitud ante las series de ficción. La crisis de la gran pantalla es cíclica, como la sequía. Cuanto más viejo te haces, más claro lo ves. La industria está poco apoyada, y no me refiero a las subvenciones, por Dios; se trata de una industria que da trabajo a mucha gente, que factura mucho dinero, y que no está apoyada de acuerdo con sus méritos. Tendría que haber más apoyo para vender en el extranjero, para que se invierta en cine, para que se racionalice la industria.
¿En qué momento de su vida se siente?
En la mitad del camino. Profesionalmente estoy encantado, hago lo que me gusta, y de cuando en cuando te toca un regalo en forma de película. ¿Y personalmente? Siempre se puede mejorar, me he acostumbrado a la vida que llevo.
¿Se sigue divirtiendo?
Lo que llevo mal son las cuestiones físicas, las películas de acción. Ahora soy de subir un bordillo o bajar una escalera.
Y ahora, productor de teatro y otra vez actor?
Sí, en Fuga de cerebros; pero sólo hago una escena. Ahora, es una buena cosa volver a actuar en el cine. Con Jesús Bonilla de director voy a hacer La daga de Rasputín, que sigue a El oro de Moscú, qué títulos, eh. Es bueno volver al cine, cómo no, una felicidad. Y en cuanto a la producción de teatro, hacemos Noviembre, de David Mamet, que ahora gira por España. Es muy emocionante ver cómo se monta una compañía, cómo se levanta una obra. A nivel personal, una experiencia fantástica, pero a nivel económico, ya sabe cómo va la cosa.
La cara simpática del bigote
Nació en el verano
de 1954 en Torrelavega (Cantabria) y lleva metiéndose en la carne de otros personajes desde finales de los años setenta.
En la década de los ochenta alcanzó rápidamente la fama con los papeles que le ofrecieron Fernando Trueba (Ópera prima, Sal gorda) y Fernando Colomo (La línea del cielo, La vida alegre). En los noventa siguió componiendo papeles parecidos en filmes como Todos los hombres sois iguales y Boca a boca, de Manuel Gómez Pereira. Pero en 1997 pudo demostrar de lo que es capaz al cambiar de registro en La buena estrella, de Ricardo Franco. Por este trabajo ganó un Goya.
Gracias a la televisión, se ha metido en casa de millones de españoles con series como Los Serrano, A las once en casa, Los ladrones van a la oficina y Eva y Adán: agencia matrimonial.
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