La revolución pendiente
La fiesta de los toros vive un momento crucial de su historia. Y no sólo y exclusivamente por el debate político, antes que artístico, que se celebra en el Parlamento de Cataluña, sino por su propia y especial idiosincrasia. La crisis económica, la decadencia del toro bravo, las estructuras caducas y obsoletas del negocio, la desunión e intereses contrapuestos de los distintos sectores profesionales, unos canales representativos propios del sindicato vertical y la presión política y social de antitaurinos y nacionalistas son algunos -no todos- de los síntomas que presagian un futuro problemático para un espectáculo enraizado en la historia de este país.
Pero este arte sublime -una de las manifestaciones culturales más importantes en la historia de nuestro país- corre un serio peligro de desaparición si persiste en una actitud indolente mientras la sociedad se decanta por otras opciones de ocio.
La fiesta de los toros necesita un cambio urgente para sobrevivir
Debe prevalecer la pureza y la defensa del interés del espectador
Puede parecer éste un análisis catastrofista, si bien casi todas las fuentes consultadas por este periódico coinciden en esta apreciación, y ponen de relieve que sólo la ancestral oscuridad del mundo de los toros ha dificultado hasta ahora un análisis real de la situación. Pero todos están de acuerdo en que ha llegado el momento de la unidad, la renovación, -algunos hablan de revolución-, y de la adaptación de la fiesta a la modernidad. De lo contrario, la crisis, la inercia, el desamparo público y la ofensiva política pueden acabar con un espectáculo con más de dos siglos de existencia.
Sobran ganaderías, sobran toreros, sobran empresarios, y sobran, por encima de todo, individualismos y egoísmos sectoriales, de modo que prevalezcan la defensa de la pureza de la fiesta, los intereses de los espectadores y la solidaridad del mundo del toro frente a sus propios fantasmas.
El ganadero debe volver a ser el dueño y señor de su producto y no un fiel y seguro servidor de las imposiciones de la figura de turno como salvoconducto imprescindible para que sus toros no envejezcan en el campo.
El torero deberá olvidar la insolidaridad que lo caracteriza, pensar más en la fiesta y menos en sus intereses particulares, más en los espectadores y menos en su comodidad.
El empresario deberá promover actividades que susciten el interés social y el conocimiento de los misterios de la tauromaquia. Y entre todos deberán erradicar la sensación generalizada de que el fraude se ha instalado definitivamente en las plazas de toros. No son pocos los aficionados y expertos que opinan que todos los toros que salen a los ruedos sufren algún tipo de manipulación. Y la autoridad deberá ofrecer más diálogo, menos dispersión normativa -actualmente, junto al Reglamento nacional están vigentes los de Andalucía, País Vasco, Navarra, y Castilla y León mientras otras comunidades elaboran los suyos-, pliegos más generosos, impuestos menos opresores y, por encima de todo, debe superar sus viejos complejos: si la tauromaquia es un arte y, como tal, el propio Gobierno reconoce y premia a los toreros artistas -el Ministerio de Cultura acaba de conceder la Medalla de Oro de las Bellas Artes a Luis Francisco Esplá-, la fiesta de los toros no puede estar enclavada en el departamento que vela por el orden público y persigue a ladrones y terroristas.
En otras palabras, la fiesta de los toros vive un momento de desconcierto general, atacada desde distintos flancos externos, dividida internamente, agobiada por la crisis, sin ideas claras sobre su presente y futuro, y necesitada de cambios urgentes para sobrevivir. Existe una práctica unanimidad en torno a los perniciosos efectos de la crisis económica. De hecho, según datos de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, en 2009 se han celebrado casi 500 festejos menos que el año anterior, lo que implica que hayan sobrado entre 2.000 y 4.000 toros.
Además, muchos ayuntamientos han disminuido o retirado las subvenciones, se ha incrementado la morosidad y ha descendido el precio de las corridas. A juicio del presidente de la Asociación de Ganaderías de Lidia, Eduardo Martín Peñato, el asunto se agrava porque "el espectáculo taurino es un producto prescindible, cuyo número se disparó durante la época de bonanza económica por razones de conveniencia política, especialmente en las plazas de tercera categoría".
Entiende, asimismo, que la crisis económica obligará a que las plazas de titularidad pública rebajen sus pretensiones económicas, expulsará del mercado a los empresarios no profesionales y desaparecerán muchos ganaderos de nuevo cuño que "han reventado el negocio con precios irrisorios".
De la misma opinión es el ganadero Juan Pedro Domecq, quien no duda en calificar la crisis como "terrible", y espera que los pliegos de condiciones sean más flexibles y permitan menos espectáculos -pero buenos- antes que la ruina del sector.
Sea como fuere, el asunto es muy serio, pues se considera que el sector taurino supone una facturación que asciende a 2.500 millones de euros y ofrece trabajo directo a unas 200.000 personas. La cabaña brava consta de 1.100 ganaderías, que ocupan más de 500.000 hectáreas de dehesa, y las vacas en edad de reproducción ascienden a 135.000 cabezas.
Pero los problemas no acaban aquí. A lo anterior hay que añadir la profunda desunión y mutua desconfianza existente entre los distintos sectores profesionales, una atípica relación laboral, los mecanismos anticuados de la representación empresarial y laboral, y la tradicional apatía de toreros y empresarios ante todo lo que no se refiera a sus intereses particulares.
De hecho, los empresarios están agrupados en tres asociaciones: ANOET, UNETE y ASOJET. Los ganaderos se unen en torno a la Unión de Criadores de Toros de Lidia, la Asociación de Ganaderías de Lidia, la Agrupación Española de Ganaderos de Reses Bravas, y Ganaderos de Lidia Unidos. Los toreros defienden sus derechos bajo el paraguas de dos asociaciones profesionales que no son sindicatos: TAURA y PROTAUNI. Y los hombres de plata forman parte de la Unión Nacional de Picadores y Banderilleros y la Unión Sindical de Mozos de Espadas y Puntilleros.
Crisis económica, ofensiva política, estructuras caducas, espectáculo aburrido, sectores divididos y enfrentados, insolidaridad manifiesta y un porvenir cuajado de interrogantes. Todos estos peligros han hecho que los protagonistas taurinos se sienten en torno a la llamada Mesa del Toro, porque todos ellos saben o deben saber que si no se unen, la fiesta se les va de las manos.
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