Cuando la orquesta sube varios tonos
¿Hasta dónde puede llegar una orquesta en España? ¿Por qué aquí no hay formaciones de referencia? ¿A qué se debe su mala fama entre instrumentistas y directores de prestigio? Estas preguntas nos han acompañado como un mantra durante décadas, temporada tras temporada. Las respuestas, casi siempre, han llegado cargadas de resignación. O de indulgencia: "España no da más de sí. Aquí no hay tradición"; o de conformismo: "Esta vez ha sonado mejor. Han desafinado menos"; o de tremendismo: "¡Que no se pierdan en los primeros compases!". La falta de una educación base desde la escuela -el mal nace en los planes de estudio y de ahí en adelante- ha instalado las medias verdades en el ADN de muchos aficionados y de muchos profesionales: no hay tradición; como no hay tradición no hay buenos intérpretes; y como no hay buenos intérpretes nuestras orquestas no pueden dar más de sí. Esta dinámica ha empujado a bajar más tonos de lo normal el nivel de exigencia. El resultado es de sobra conocido: sin exigencia -por parte de los maestros, directores, intérpretes o público- no hay excelencia.
Mortier: "En ópera, la orquesta funciona mejor con amante que con esposa"
Hengelbrock: "El nivel depende de los directores y de la motivación"
Bychkov: "Consiste en la voluntad de mejorar y en el esfuerzo constante"
Lebrecht: 2Rotar los directores tiene todo el sentido para un teatro de ópera"
Daniel Barenboim suele decir que el nivel real de una orquesta es siempre el de su mejor actuación. Lo demás, considera, forma parte de lo accidental. Si aplicamos esta máxima, la Sinfónica de Madrid ha señalado durante las 10 representaciones de Elektra en el Teatro Real su horizonte, su verdadera dimensión. Lo ha demostrado con un sonido elaborado en los volúmenes y trabajado hasta la más mínima sutileza, un empaste modélico, una respuesta sorprendente de todas las secciones (con una gran disposición del viento y los metales, que tuvieron un ensayo especial), un ataque decidido y valiente, y una interpretación pletórica en emociones y sensaciones. ¿Qué ha sucedido? Esa es la cuestión.
Todas las personas consultadas (músicos, directores, críticos, abonados...) coinciden en señalar las 10 funciones de la ópera de Richard Strauss en la apertura de la temporada del Teatro Real como una cima en la andadura de la Sinfónica. Los miembros de la orquesta lo suscriben en privado y señalan la elección del director Semyon Bychkov como la causa fundamental del éxito. Una imagen ilustra el gran clima de armonía generado por el batuta ruso: los 110 intérpretes que han ocupado el foso han permanecido, todos los días, de pie hasta la caída del telón, entre aplausos y vítores al director, y saludos y abrazos de complicidad entre ellos.
Esta resaca de Elektra abre un nuevo interrogante cargado de esperanza: ¿hasta dónde puede llegar una orquesta en España cuando cada representación está orientada por la sabiduría de un gran maestro, de una experiencia musical infinita, de sesiones de estudio y trabajo llenas de intensidad y meticulosidad, del respeto de unos músicos entregados y de un trabajo en equipo en armonía con todos los estamentos del teatro?
Gerard Mortier, desde su llegada de Nueva York hace dos años, ha intentado ampliar los límites y las posibilidades de la orquesta. Lo primero que hizo fue dejar vacante la figura del director musical del Real. Luego elevó medio metro la altura del foso. Más sonido, más implicación. El director artístico belga, muy preocupado al principio con las prestaciones de la orquesta (hoy solo se le escuchan elogios), asumió personalmente la elección de los directores invitados: figuras de la clase media-alta (si se tratara de fútbol, serían más bien de UEFA que de Champions) destacados por su experiencia en diferentes estilos. Debían conocerse entre ellos, mantener conversaciones y crear un sentimiento de comunidad entorno a la orquesta. La rotación -parece que funciona de momento; aunque habrá que ver la evolución a lo largo de la temporada-, iba a estimular a los músicos. Mortier suele resumirlo con una metáfora: "Las orquestas de ópera funcionan mejor con una amante que con una esposa".
Varios factores explican esta nueva dimensión. Algunos de ellos podrían extrapolarse a otras sinfónicas españolas. Un salto de calidad en una orquesta va ligado a la previsión, el trabajo y el talento del director al mando. Bychkov, al que todo el mundo señala ahora y que volverá a estar en el foso del Teatro Real en próximas temporadas, envió en julio a un asistente a Madrid para preparar la Elektra de octubre. En la música, sostiene, no hay café instantáneo. "Todo consiste en la voluntad de mejorar y en el esfuerzo constante. Cuando llegué a Madrid, me di cuenta de lo que habían estudiado. Existía una base importante para trabajar el detalle, para ver con el microscopio cada nota. Es el mismo principio de comunidad que rige la música de cámara: estamos juntos y cada uno tiene que saber lo que tocan su colegas".
Entre los múltiples compañeros de cama de la sinfónica de Madrid en estos dos años destacan Thomas Hengelbrock (dirigió Tannhäuser en la última inauguración de Bayreuth y la notable Ifigenia en Tauride del Real la pasada temporada), Hartmut Haenchen, Sylvain Cambreling o el español Pablo Heras-Casado (debutó el jueves con la Filarmónica de Berlín). Ellos soportarán musicalmente el edificio Mortier. "Elektra ha sido, quizá, el punto más alto. Para este trabajo has de estar al 200%, si no, se nota. La rotación funciona", señala Vicente Alberola, clarinetista y pieza clave del nuevo empuje de la orquesta.
Coincide con él el crítico inglés Norman Lebrecht: "Mortier ha unido una política sensible de rotación a una elección de los directores adecuados, como Bychkov, un entrenador muy meticuloso. En estos tiempos tan eclécticos, tiene todo el sentido para un teatro de ópera. Espero que sea también el método que escoja el Covent Garden cuando Antonio Pappano termine como director musical en 2014 o 2015".
En los últimos siete años, la formación, una asociación privada de músicos, ha renovado al 20% de su plantilla de 107 miembros. Se han tocado importantes puestos y ha bajado sensiblemente la media de edad (43 años). Pero para mantener una identidad, un ritmo y un sonido propios que eviten "los bruscos altibajos de la formación" -dicho por uno de los violinistas- buscan a un concertino que acompañe al ruso Rafael Khismatulin y que tire de la orquesta (plaza vacante desde la renuncia hace tres años de Ara Malikian). Veintisiete candidatos se presentaron a una audición para el puesto (la primera en sus 108 años de historia) la semana pasada: un jurado presidido por el propio Bychkov la dejó vacante pese a que dos jóvenes españoles (con plaza en Alemania) entusiasmaron al jurado. Un síntoma evidente del nivel de exigencia al que se somete hoy a la formación.
Más allá de las primeras figuras que ahora sí surgen en España -como el talentoso trompetista de la ONE Manuel Blanco, que acaba de ganar el prestigioso premio de la ARD en Múnich-, rige el espíritu de equipo. Thomas Hengelbrock recurre también al fútbol: "Conjuntos pequeños como el Villarreal, sin grandes nombres, consiguen desarrollar un juego fantástico. Mantener ese nivel depende de los directores que vengan y de la motivación", sostiene por teléfono. "Tenemos elementos buenísimos, pero todavía quedan muchos puestos por renovar. Hay momentos cumbre como Elektra, pero también obras que salen mal en casi todas las funciones: el año pasado, por ejemplo, hubo instantes de caos en Las Bodas de Fígaro", señala uno de los más jóvenes de la formación con planes de emigrar. Ese es otro de los males de la música clásica en España: el talento huye. Si no somos capaces de retener a los nuevos valores, ¿sobre qué pilares vamos a construir el futuro? Este es, a juicio de las personas consultadas, el nuevo reto.
En las últimas dos décadas han nacido en España unas 15 nuevas sinfónicas. Una pequeña cultura musical ha surgido en torno a estas formaciones. Un embrión, una semilla. "Necesitaban tiempo para madurar. Ahora empiezan a recoger los frutos. Pero la crisis hace peligrar su futuro. Y acabar con ellas sería liquidar todo lo que hay alrededor: público, el nivel del conservatorio, la música de cámara...", advierte Juan Mendoza, director artístico de la escuela Reina Sofía, referencia española en la formación de talento musical.
El futuro, coinciden todos, depende de lo dispuestos que estén los estamentos del mundo musical español -gobiernos, ministros de Cultura, directores del INAEM, responsables de las autonomías, gerentes de los teatros, sindicatos de las orquestas, los propios músicos- a potenciar la formación, a crear las condiciones adecuadas para retener y ampliar el talento, y a romper una espiral que empieza a enredarse en los procesos de selección de intérpretes.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.