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Reportaje:

El gran salto de El Ojo Cojo

Con pocos medios, un festival que promueve la integración cultural despliega 160 películas en Madrid

Una pequeña ONG con pocos medios dedicada a promover el diálogo intercultural, un proyecto bien definido, una administración creativa de recursos escasos y el trabajo gratuito de voluntarios con muchas ganas, empeño e imaginación. Son los mimbres de la cuarta edición del Festival El Ojo Cojo, que comienza hoy en Madrid, un gran abanico de miradas desplegadas a través de 160 películas de 42 países.

La oferta intenta abarcar el máximo posible de puntos de vista, a través de películas de ficción, documentales y de animación. Entre los 120 filmes a concurso hay 47 largometrajes y 73 cortometrajes, candidatos a los premios Guiño, que se darán a conocer el 17 de octubre. Además, hay tres monográficos: México rumbo al bicentenario, Una mirada al cine rumano y Fronteras.

"El disfrute estético baja las barreras intelectuales", señala la directora
Los inmigrantes pueden "descansar el oído" con filmes en su idioma

Una mirada parcial

El nombre El Ojo Cojo hace referencia a "la mirada parcial de los medios de comunicación, aunque también nos gustaba la cacofonía: un ojo no puede ser cojo", explica su directora, la uruguaya Amparo Gea. El certamen "trata de promover la mayor cantidad de miradas posibles sobre una cosa, y que el espectador tome posición, que no seamos nosotros los que lo hacemos por él".

El festival nació de un grupo de personas de diferentes disciplinas artísticas llegadas desde distintos países al barrio madrileño de Lavapiés. "Coincidimos en la idea de cómo la inmigración acaba haciendo quebrar tu proyecto de vida", cuenta Gea, y en la idea de que el arte es un muy buen instrumento de sensibilización.

Eligieron el cine porque "era un nicho que no estaba ocupado y nosotros ya teníamos la metodología y los contactos". Gea, que en su país fue asesora del Instituto Nacional del Audiovisual, acabó al frente del festival.

"El disfrute estético te permite bajar las barreras intelectuales. Por ejemplo, cuando era muy joven, en la época de la dictadura en Uruguay, fui a ver Brubaker. Yo iba a ver la película por Robert Redford, pero me hizo ver lo que estaba pasando en mi país. Acabé trabajando tres años después en un programa de reforma carcelaria", relata Gea.

Festival en crecimiento

En cuatro años, el festival ha crecido de forma exponencial: comenzó con tres salas, en la edición de 2007 eran ya 10, y este año se proyecta en 20 salas y dos plazas públicas.

Al principio sólo se proyectaban en salas alternativas, pero enseguida el apoyo del Centro Cultural Conde Duque, que dio acogida al festival. Pronto entraron en salas institucionales. "Tuvimos la suerte de coincidir con la entrada de una nueva generación de programadores, que buscaban algo fresco", afirma la directora del certamen.

Uno de los secretos de esta expansión es que, a pesar de ser un festival pequeño, ha conseguido llamar la atención de las instituciones. Recibe ayudas del Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad de Madrid, la Secretaría General Iberoamericana (Segib) y la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), entre otras instituciones. "Tenemos mucho apoyo porque ofrecemos calidad, cumplimos los tiempos y no nos comprometemos a nada que no podamos cumplir", explica Gea.

Las subvenciones han crecido, pero también el festival, que devora todos los fondos: todos son voluntarios, que trabajan sin cobrar un mínimo de seis horas diarias. En esta edición del festival han trabajado 30 colaboradores de siete países diferentes.

Colaboración vecinal

Además, todavía carecen de un local propio. Esperan poder pagar uno este año, pero hasta ahora, la "oficina" es la casa de Gea, que ha tenido que establecer un riguroso horario. "Por la mañana funciona como oficina; a partir de las dos, se recoge todo y vuelve a ser mi casa". Además, cuentan con la colaboración de la Asociación de Vecinos La Corrala, también de Lavapiés.

Parece increíble que con medios tan precarios este festival haya logrado extenderse a lo largo de Madrid y proyectar sus películas en todo tipo de salas para todo tipo de público: desde espacios institucionales como el Conde Duque o el Reina Sofía, a salas alternativas como la asociación cultural Yemayá o La Casa de los Jacintos, pasando por cafés y locales de copas, además de dos plazas del centro de Madrid, la de La Paja y la de Agustín Lara.

Eso permite que el certamen se dirija a tres tipos de público muy diferentes: "Uno culto, que va a las salas de prestigio, otro que va a un local a tomarse un café o una copa y, de paso, ve un documental, y la gente que sale de trabajar y tiene ganas de ver una película de su país", enumera Gea. La directora destaca que "los inmigrantes están acostumbrados a que no haya cosas para ellos. Pero sólo escuchar una película en tu idioma o con tu mismo acento hace que te descanse el oído".

Fotograma de la película de Eduardo Duwe.
Fotograma de la película de Eduardo Duwe.ELPAÍS.com
Fotograma de la película de la española Almudena Carracedo, ganadora de un premio Emmy.
Fotograma de la película de la española Almudena Carracedo, ganadora de un premio Emmy.ELPAÍS.com

Historias de lucha y diferencia

Entre las 160 películas que podrán verse hasta el próximo día 19 en el festival El Ojo Cojo destaca Made in L. A. (EE UU, 2007), de la española Almudena Carracedo, que relata la lucha de tres inmigrantes latinas que trabajan como costureras en la ciudad estadounidense de Los Ángeles para conseguir que se les reconozcan derechos laborales. Entre otros reconocimientos, este documental ha recibido un premio Emmy y la mención especial del jurado en la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci).

La lucha por los derechos de los indígenas está presente en dos documentales brasileños que se podrán ver en el certamen. Pirinop, mi primer contacto (2007), de Mari Corrêa y Karané Ikpeng, relata la historia de los indios Ikpeng, que tuvieron su primer contacto con el hombre blanco en 1964 y ahora, exiliados de sus tierras ancestrales, intentan recuperarlas.

Por su parte, Yvy Katu, tierra sagrada (2007), de Eduardo Duwe, narra el conflicto entre dos visiones del mundo antagónicas: una sostiene que el mundo no es de nadie y todos pueden disfrutarlo, mientras en la otra el mundo es de todos y cada uno tiene derecho a su parcela.

El cortometraje de ficción Olas (Rumania, 2002), de Adrian Sitaru, también ha sido premiado en varios festivales. Relata situaciones extremas en una playa: una mujer extranjera pide a un niño gitano que vigile a su hijo de cuatro años mientras se baña en el mar y recibe una improvisada clase de natación de un hombre casado. La historia se complica cuando la madre desaparece entre las olas.

En Los Ángeles de Satán (Marruecos, 2007), una ficción basada en hechos reales, 14 jóvenes de Casablanca que forman un grupo de rock duro son condenados a penas de prisión por "socavar la fe musulmana" y "satanismo".

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