El final del sueño norteamericano

En la escena más dramática y sincera de la nueva generación, Peter, que acaba de dejar su trabajo, le dice a su esposa Katherine que ha perdido su mejor cliente, y para subsistir han abierto una tienda que no funciona, que ambos son productos de unos tiempos de prosperidad, no tienen sitio en esta nueva era marcada por la crisis económica y lo mejor que pueden hacer es suicidarse.Más conocido como guionista que como director, Michael Tolkin trata de desarrollar esta cruda idea en la nueva generación a través de una comedia con rasgos de farsa, más sexo del habitual que en el cine norteamericano actual y algunas ráfagas de humor negro. Para ello elige a una pareja de ricos y liberales ejecutivos que viven en una fastuosa mansión en Los Ángeles, pero comienza a interesarse por sus vidas desde el momento en que, al contrario de lo que suele ocurrir en las películas de Hollywood, todo comienza a irles mal.

Intenciones y resultados

Sin embargo, los resultados obtenidos quedan bastante lejos de sus brillantes intenciones. En primer lugar porque, obsesionado por el fanatismo religioso que invade Estados Unidos, tal como demuestra en su primera película, The rupture (1993), dedica demasiado tiempo a narrar cómo sus protagonistas acuden a ceremonias de diferentes sectas. Y, sobre todo, porque no se atreve a llegar hasta el final de su puro planteamiento.Bien rodada, con una excelente fotografía en nítidos colores de John J. Campbell, la nueva generación muestra a Michael Tolkin mejor director que guionista. Mientras desde un punto de vista estrictamente de lenguaje cinematográfico todo funciona bien, no ocurre lo mismo en cuanto a la estructura del guión y su desarrollo dramático.

Tras su brillante planteamiento, la historia se estanca, la parte dedicada a la tienda que abren los protagonistas para salir de la crisis resulta demasiado larga, repetitiva y sin atractivo alguno, mientras no puede evitar llegar al más convencional y feliz de los finales, tras un intento fallido por ser sincero con sus planteamientos iniciales.

Entre medias de esta interesante producción, pero tratada de una manera en exceso convencional, los actores apatecen manejados con una gran sobriedad. Mucho mejor la madura Judy Davis, una gran actriz no demasiado conocida, que el siempre extraño Peter Weller, cuya imagen permanece ligada a la del policía de ciencia-ficción Robocop, su más famoso personaje.