La felicidad de Pamuk
Está feliz Orhan Pamuk, el premio Nobel turco de 2006. Su libro último, El Museo de la Inocencia (Mondadori), no es sólo una ficción (y será un museo, verdaderamente, se inaugurará en Estambul dentro de un año), sino que también es el reflejo de su estado de ánimo. Quién iba a pensar, hace años, decía ayer, en Guadalajara, que un día tendría el Nobel, y tantos lectores. "Y ahí están, mis libros se leen en todo el mundo".
Que iba a ganar el Nobel lo pensó, por ejemplo, Rosa Montero, que dialoga hoy con él en la FIL. Rosa escribió en la presentación de una entrevista que publicó El País Semanal a principios de 2006: "Es el escritor turco más famoso, y su nombre suena para el Premio Nobel".
Ha sobrevivido al Nobel que entonces profetizó su entrevistadora, y ha escrito un libro extraño en estos tiempos, una historia de amor en una ciudad que parece hecha para la melancolía de los enamorados que protagonizan la novela. Es, dice Pamuk, "el Estambul que yo vi en los sesenta y setenta, una ciudad melancólica y arruinada que es la base del Estambul de hoy".
La atmósfera que preside la novela es, efectivamente, la felicidad; Leonardo Sciascia decía que "la felicidad es un instante"; para Pamuk "es algo que sucede, el conjunto de logros y satisfacciones que uno siente que le reconcilian con el mundo". Es, por así decirlo, estar de acuerdo con uno mismo. "A mí me gustan mis enojos, y mis momentos malos, ése es mi mundo". "De chico quería ser pintor", dice Pamuk, "y ser conocido; que me elogiaran me producía gozo, y eso produce optimismo".
El personaje de su libro, con el que Pamuk se identifica en gran parte, exclama al final: "Que todo el mundo sepa que he tenido una vida muy feliz". Puede decirse que desde que empieza la lectura de la novela uno piensa que Pamuk lo ha escrito para colocar esa línea. "Es posible. Tengo 57 años, escribo novelas, ¡y soy muy feliz!".
Como su libro sobre Estambul, una de sus obras maestras, esta novela es para Pamuk una carta de amor a su ciudad, "es un consuelo volver a Turquía; y esta novela fue, mientras la escribí, un refugio, el lugar al que volvía para identificar esos sentimientos de felicidad y optimismo que van recorriendo la novela".
El museo no es sólo una ficción en la novela; lo está construyendo, con los objetos que van apareciendo en el libro. La idea surgió hace 10 años, antes de escribir la novela, y ahí estará, en un edificio de una esquina de Estambul que era muy barata cuando la compró y que ahora se ha convertido en una de las zonas más caras de la ciudad. Hasta que no se abra no dirá nada ni de sus dimensiones ni de su contenido, pero la perspectiva de abrirlo se junta con todas las razones que ahora tiene Orhan Pamuk para ser tan feliz como dice ese personaje suyo: "Que todo el mundo sepa que he tenido una vida muy feliz". La está teniendo. Y es muy feliz, se le nota, en Guadalajara.
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