Y no estaba muerto...
... que estaba de parranda. Varias generaciones de españoles juerguistas sonreirán y pondrán inmediatamente música a esa letra. Es El muerto vivo, adaptación rumbera de un tema del colombiano Guillermo González, descubierto por Peret en un disco del cubano Rolando Laserie.
No piensen que ahora ejerzo de experto en ritmos fiesteros. Sencillamente, me he sumergido en Peret. Biografía íntima de la rumba catalana (Global Rhythm). En Wikipedia y similares, destacan 2011 como el año en que Peret fue nombrado hijo predilecto de Mataró y Juan Carlos I le entregó la medalla de las Bellas Artes. Puros brindis al sol: para los apasionados por Peret, lo importante es que finalmente tenemos un texto revelador, más de 400 páginas apretadas que acoplan su música y sus pasmosas vivencias.
Peret se sulfura con razón. Pese a su éxito, la rumba catalana fue tratada como un subproducto
Asunto clave determinar qué es exactamente la rumba catalana -el ventilador, las palmas, ese espíritu tan alejado de la dramática rumba mesetaria- e identificar a su inventor, si no se trata de una creación colectiva. En España somos tan chulos que no patentamos nuestras innovaciones (y luego llegan los Gipsy Kings y se comen el pastel entero). Lo intenta enmendar un amigo, Juan Puchades, que se transformó en la sombra de Peret durante año y medio. El rumbero es un entrevistado resbaladizo, amable y sentencioso. Solo pierde los papeles cuando se discute su paternidad de la rumba catalana, construida -insiste- a partir de rock and roll y mambo, Elvis más Pérez Prado.
Puchades detona las teorías alternativas que circulan. Son insistentes las que atribuyen el hallazgo al gran Antonio González, El Pescadilla, algo que se desmonta escuchando sus grabaciones, pero también se invoca a gitanos diletantes de la calle de la Cera, como El Orelles o Toqui, que no dejaron discos.
En el esfuerzo por deslegitimar a Peret, se producen desplazamientos del lugar de incubación de la rumba, hacia el barrio de Gracia o los enclaves gitanos de Lleida.
Y luego están las versiones atlantistas: el mítico encuentro entre músicos gitanos y cubanos; se recurre también a aquellos discos caribeños que supuestamente trajeron de América los emigrantes que se dedicaban a la venta ambulante.
Puchades ha estudiado incluso el tráfico de barcos de pasajeros entre Barcelona y América, buscando rastros del legendario percusionista antillano que enseñó sus secretos a un gitano curioso, en una escena que quedará guapa en un futura película (niebla portuaria opcional). Nada.
Respecto a los discos mágicos, contrabando maravilloso que supuestamente abrió las orejas a los gitanos barceloneses, Puchades argumenta que no eran necesarios: casi todos los (abundantes) temas del otro lado del charco que grabó Peret se publicaron en el mercado español, en pizarras o microsurcos.
Peret se sulfura con motivo. Consternado, vio que su rumba catalana era amontonada junto a la rumba flamenca, palo menor poco valorado. De hecho, la rumba catalana fue grabada como un subproducto: hoy podemos sonrojarnos ante sus portadas e indignarnos ante la ausencia de datos (músicos, arregladores, ¡autores!) hasta entrados los años setenta.
Ahora sucede lo contrario: hay cola para apuntarse en el registro de rumberos catalanes. Para Peret, una aberración: se está desvirtuando su ocurrencia, al servir como paraguas para bandas que hacen salsa o mestizaje. Es una confusión deliberada, nada inocente: presentada como movimiento nutrido, con acento en la catalanidad, esta rumba híbrida aspira a reconocimiento oficial... y subvenciones del nacionalismo.
Peret clama en el desierto. Las etiquetas tienen dinámica propia y tienden a ampliar sus fronteras, irritando a sus animadores iniciales. Batalla perdida, por tanto, pero celebremos la existencia de Peret. Biografía íntima de la rumba catalana: foco sobre una maravillosa subcultura de vividores que no eran conscientes de su genialidad.
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