El escribidor en los periódicos
En la figura de Mario Vargas Llosa la Academia Sueca no solo ha premiado a un extraordinario novelista, sino también al autor de un formidable proyecto intelectual. Quizá el tránsito desde la izquierda revolucionaria que abrazó en sus años juveniles hacia las posiciones conservadoras de madurez, luego matizadas por un liberalismo cada vez mejor definido, haya contribuido a desdibujar sus dos rasgos principales. Como Raymond Aron, Vargas Llosa ha querido fundamentar sus posiciones políticas en un conocimiento lo más directo posible de la realidad. Por otra parte, y siempre al igual que el pensador francés, ha buscado en la prensa escrita uno de los vehículos privilegiados para hacerlas públicas. El resultado ha sido una obra ensayística estrechamente vinculada al periodismo, a excepción de aquellos trabajos que, como La orgía perpetua u otras obras consagradas a García Márquez, Arguedas, Víctor Hugo o Juan Carlos Onetti, le han servido de contraste y a la vez de indagación para la creación de sus propias ficciones.
Ha sido en la prensa escrita donde Vargas Llosa ha dirimido algunas polémicas que han ampliado el espacio de la democracia y, en definitiva, de los derechos civiles y las libertades políticas. No hace tanto tiempo que estaba vigente en Europa una idea letal para buena parte del mundo, según la cual la democracia solo era viable en los países desarrollados mientras que, en los más pobres, la violencia revolucionaria constituía el mejor camino para la realización de los individuos. La dictadura cubana se benefició de este argumento cuando ya era patente su naturaleza liberticida y su fracaso, como también lo hicieron los movimientos guerrilleros que, inspirados por el castrismo, proliferaron en América Latina. Frente a ellos, la crítica de Vargas Llosa desempeñó un papel equivalente al del exiguo puñado de intelectuales que, en la estela de André Gide, denunciaron el totalitarismo de la Unión Soviética.
La voluntad de acceder a un conocimiento de la realidad lo más directo posible ha impulsado otra de las líneas seguidas por Vargas Llosa como escritor en los periódicos, la del reportaje. Viajero impenitente, no ha dudado en recorrer las zonas donde se desarrollan conflictos sobre los que le urge tomar partido. Su actitud en estos casos está siempre abierta a revisar los conceptos con los que llega, como sucedió en uno de sus viajes tal vez más comprometidos, el que realizó a los territorios ocupados por Israel. El Vargas Llosa que regresa está en una posición diferente del que marchó, distanciado de las políticas que lleva a cabo el Gobierno israelí y mucho más sensible al sufrimiento de los palestinos. Tras un viaje a Irak, pasa de una inicial oposición a la invasión norteamericana a un apoyo basado en los signos de apertura que observa tras la caída de Sadam; si en algo cabe disentir de este cambio de opinión es que, en último extremo, Vargas Llosa parece aceptar en Irak el recurso a la violencia para lograr la libertad que había rechazado en América Latina. Haití y Congo serán otros dos de sus destinos más recientes, en los que ha tomado conciencia de las tragedias provocadas por el colonialismo.
Raymond Aron confesó al final de su vida la soledad que le reportó seguir fiel a una actitud en tantos aspectos semejante a la de Vargas Llosa. Si el destino de este ha sido diferente es, sin duda, por su indisociable condición de extraordinario novelista. Pero esa condición no justifica que, como sucede en tantas ocasiones, se ensalce al fabulador solo para rechazar al autor del formidable proyecto intelectual que también ha premiado la Academia Sueca. Incluso para disentir es imprescindible, por su independencia y su compromiso.
Babelia
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