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Reportaje:

Las epístolas infernales de Céline

Las cartas a su secretaria reflejan el antisemitismo y la angustia del escritor francés

"¡No!, ¡no! No se pueden dejar ni los más pequeños detalles. ¡Los quiero todos! La más ínfima coma me apasiona". Así comienza una de las primeras cartas que Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) dirigió a Maria Canavaggia (1876-1976), la que fuera su fiel secretaria personal desde 1936 hasta poco antes de la muerte del polémico y extraordinario autor de Viaje al final de la noche. "Desconozco el capricho y odio el acomodamiento beato. Basta".

Cuando Canavaggia recibió esta carta, fechada el 12 de abril de 1936, empezaba a trabajar para Céline y leía las pruebas de la edición de Muerte a crédito. No sabemos qué le había sugerido, pero la respuesta del escritor es un tratado literario. Las últimas páginas, le cuenta, "las terminales", "son siempre las más rebeldes, hay que estrangularlas una tras otra". Y añade: "El lenguaje escrito estaba seco, soy yo quien le ha dado emoción". La editorial Gallimard acaba de publicar el libro Céline. Lettres à Marie Canavaggia 1936-1960, que recoge esa correspondencia infernal del autor, en parte escrita desde la cárcel.

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Es todavía el Céline vital, que no permite la compasión, ni el rencor. La ocupación nazi le permitirá convertirse en el rey de Montparnasse. Escribirá panfletos antisemitas y se burlará de sus compatriotas, beneficiándose de la protección no sólo del régimen de Vichy, sino también de los jerarcas del Reich.

Escribe poco entre 1940 y 1944. Hay que esperar a la derrota de la Alemania nazi y a la salida apresurada del doctor Destouches, pues ése es el nombre de pila del escritor, para que reanude la correspondencia.

El libro recién editado corresponde al período entre 1945 y 1950 que Céline pasa en Dinamarca, adonde ha llegado huyendo de las represalias. En esas cartas se muestra sin máscara. No hay ni un gramo de locura en las cartas que envía desde su prisión, cuando la Francia triunfante de la Resistencia quiere extraditarlo para ponerlo frente a un pelotón de ejecución. "La verdad ya no se lleva", dice.

En Francia, el Comité Nacional de Escritores, con Jean-Paul Sartre a la cabeza, pasa cuentas y empieza la depuración. Céline mantiene un perfil bajo en la capital danesa. Utiliza un seudónimo, el de Lucien Courtal, uno de los personajes de su novela Muerte a crédito, con el que firma las cartas a Canavaggia.

Su editor, Robert Denoël, acusado de colaboracionista, es finalmente asesinado en París. La noticia derrumba a Céline, que escribe: "Tengo la sensación de que he dejado en Francia a un doble al que despellejan a placer (...). Nadie me ha escrito (...) la verdad, en mi caso, es el frío y el abandono, y el olvido, ni siquiera el olvido".

Dos días después del asesinato de Denoël, France Soir desvela que Céline, el más conspicuo de los intelectuales colaboracionistas, se esconde en Dinamarca. El Gobierno francés pide la extradición y el escritor, su mujer Lucette y su gato Béber son detenidos el 15 de diciembre. Él se quedará en la cárcel casi dos años. Frente a la extradición, su táctica es, literalmente, hacerse el loco, negar la evidencia. "Nunca he sido colaboracionista ni antisemita, todo lo más un patriota folclórico", asegura. Y odia a los alemanes, añade.

Conforme se pudre en prisión, su dinero se acaba y ve cómo sus libros no sólo no se reeditan, sino que cuando consigue que lo sean, por ejemplo en Bélgica, tampoco se venden. Céline da rienda suelta a su amargura: "No vivo más que para joder a los que me han jodido... Buenos consejos de aquellos a quienes no han ni quemado, ni arruinado, ni lanzado bajo las ruedas, que tienen todos sus derechos, sus medios de subsistencia, yo ya no tengo nada; sí, 54 años y el cuerpo hecho migas".

Las autoridades francesas no encuentran pruebas concretas para conseguir la extradición. El embajador consigue incluso molestar a los daneses, que se toman el caso como una prueba de que respetan las garantías legales. Céline lucha por su vida. Su extradición, sin duda, le hubiera llevado frente al pelotón de ejecución. Pero conforme pasan los meses, su caso se va desvaneciendo, gracias en parte a su abogado danés Throvald Mikkelsen. Finalmente es juzgado en ausencia en París en 1950 y poco después, en un episodio rocambolesco, amnistiado casi en secreto bajo su verdadero nombre de Destouches. Vivirá todavía una década, que utilizará con éxito para reivindicarse.

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