Y después de Tomás, ¿qué?
Tras la decisión de José Tomás de dar por finalizada su temporada en Barcelona, graves interrogantes se ciernen sobre el inminente futuro de la fiesta de los toros. El clamoroso éxito alcanzado por el torero en la Monumental no puede ocultar los negros nubarrones que se avecinan.
Para empezar, la del domingo 27 de septiembre ha podido ser la última corrida que se celebre en el viejo coso catalán. Antes de que suenen los villancicos, el Parlamento votará la Iniciativa Legislativa Popular que pretende prohibir los toros en Cataluña. De momento, tres grupos parlamentarios tienen decidido el sentido de su voto: ERC e ICV apoyarán la prohibición; el PP se opondrá; persiste la duda sobre lo que harán los diputados de CIU y PSC, aunque parece que tendrán libertad en una votación que se presume secreta. Si la propuesta prospera, y parece que ésa es la impresión más verosímil, se abriría un camino sin retorno para la pervivencia del espectáculo en otras comunidades autónomas.
Los ganaderos, con los toreros, son responsables de la decadencia actual
Pero, ¿por qué hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué han disminuido tan drásticamente este año el número de festejos, y pocas han sido las tardes que se ha colgado el cartel de "No hay billetes" en ferias de postín? (¡Ojo! Ni siquiera se llenó el domingo la Monumental barcelonesa...).
Las razones son complejas y algunas de ellas están directamente relacionadas, ciertamente, con la positiva evolución social, más proclive al cuidado de los animales, y, también, con la grave crisis económica actual. Pero hay otras, fundamentales, que dirigen su mirada hacia los protagonistas de la fiesta. Esta fiesta lleva años viviendo de una inercia positiva que acusa signos de agotamiento. Sigue siendo un negocio obsoleto, manejado por empresarios del pasado. Es el mundo de la picaresca, donde casi nada de lo que se ve es verdad; donde imperan el fraude y la manipulación. Un grupo de taurinos actuales es lo más parecido -con excepciones- a unos tertulianos de los años del estraperlo.
La fiesta necesita un revulsivo regeneracionista que la vuelva del revés. Necesita empresarios jóvenes, bien formados e imaginativos, con ideas claras y novedosas; con ganas, cómo no, de ganar dinero, pero también de ofrecer un producto digno. La fiesta, además, carece de un líder, figura imprescindible en estos tiempos. José Tomás nació para ello, pero ha desistido de este grave compromiso. Llegó para ser el mesías, aunque ha preferido quedarse en discípulo. Lidiar sólo corridas comerciales (está abonado a la muy bonancible ganadería de Núñez del Cuvillo), y en plazas de segunda (exceptuando la propia capital catalana, Valencia, Córdoba y Málaga) y rechazar su comparecencia en Sevilla, Madrid y Bilbao, por ejemplo, no es síntoma, precisamente, de abanderar ninguna cruzada en favor de la fiesta. Y, detrás de Tomás, la desidia absoluta. ¿Puede una figura actual, sólo una, levantar el dedo para decir que está comprometida con el futuro de la fiesta? ¿Algún torero ha exigido que se acaben los fraudes y se respeten los derechos de los espectadores? Ni uno. Un día, hace ya algunos años, Antonio Bienvenida se postuló contra el afeitado de los cuernos de los toros y todos sus compañeros le boicotearon. Así son los toreros.
¿Y los ganaderos? Si para ejercer cualquier actividad profesional, por humilde que sea, se necesita una formación, ¿cómo es posible que cualquiera con posibles se convierta en ganadero de la noche a la mañana? ¿Dónde está la Unión de Criadores de Toros de Lidia? ¿Qué hace para frenar la sangría ganadera por la que se le va la vida a esta fiesta? El toro bravo y encastado no existe; es una reliquia del pasado, un dinosaurio. Por imposición de las figuras, han buscado un animal tan bondadoso y feble que no interesa a nadie. Ellos, los ganaderos, son responsables -con los tore-ros- de la decadencia actual. Ganaderos y toreros han acabado con la emoción. Y sin emoción, esta fiesta pierde todo su sentido. Es evidente, entonces, por qué el público le da la espalda a un espectáculo soporífero y vulgar.
Y la autoridad. ¿Cómo se explica que personas perfectamente indocumentadas ejerzan como presidentes de festejos en la inmensa mayoría de las plazas? Sólo un milagro evitará que la fiesta quede erradicada de Cataluña, y otro, más grande aún, impedirá que la fiesta de los toros desaparezca por la irresponsabilidad manifiesta de sus protagonistas. Hoy, más que nunca, los toros están necesitados de compromiso, integridad y honradez, valores de los que, al menos aparentemente, carecen.
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