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Se celebró en Calella el primer "camping-rock"

Los días 5, 6 y 7 de agosto se ha celebrado en Calella de Mar el primer camping rock. La idea consistía en pasar tres días escuchando música sin que para ello fuera necesario encerrarse en una plaza de toros o en un pabellón de deportes donde toda posible diversión y convivencia sólo puede reunir características de un encierro de ovejas.La música tenía lugar en el campo de fútbol, dotados sus laterales por los más variados puestos de venta. Allí podía encontrarse de todo, desde alpargatas hasta camisas, pasando por el bonito póster fosforescente, copas de moscatel, diversos abalorios y muchos más objetos encantadores de dudosa utilidad. El camping, por su parte, saltaba sobre una loma arenosa y el sol mediterráneo le daba el aspecto de campamento berebere. Desde allí se podía escuchar, igualmente, la música, sin pagar una peseta, idea que, al parecer, se le ocurrió a muy poca gente.

Así las cosas, podía suponerse que todo se desarrollaría en amor y compaña; «un sí es no», imagen de los conciertos americanos tipo Wodstoock. La organización alcanzó de hecho esta imagen, consiguiendo un montaje con una sorprendente escasez de fallos. Tanto el sonido como las luces fueron impecables. Incluso se proyectaron algunas películas que no fueron muy del agrado del respetable, pero lo cierto es que al abrirse las puertas el primer día ya se produjeron avalanchas que dentro del recinto se respiraba cierto ambiente de tensiones que no llegó a la violencia, a base de buena voluntad y de paciencia.

Y vamos con la música. Empezaba a las once de la mañana y siguió produciéndose sin interrupción hasta las nueve de la mañana. Claro que a partir de las cuatro, la mayoría del público, envueltos en sacos de dormir, se dedicaban a sestear arrullado dulcemente por los miles de watios de sonido que emanaban de los altavoces. Lo más notable tal vez fuera la presencia masiva de grupos madrileños en Cataluña: Asfalto, Coz, Paracelso, Ñu y Dolores descargaron su música bronca y violenta ante una audiencia que está acostumbrada a más suaves complejidades. Aparte de ellos, estuvieron Iceberg, Tribu, que con casi dieciocho personas en el escenario volvieron a poner a la gente en pie con su estilo sabrosón y comunitario; Pakta, un grupo relativamente desconocido, que realizó una música muy interesante; Triana, que sonó como casi nunca lo ha hecho, gracias al esfuerzo de D'Artagnan, uno de los mejores técnicos de sonido que pululaban por allí, y muchos más grupos que como Atila, han pasado por Madrid en una u otra ocasión.

El resumen de todo ello es positivo, aunque evidentemente la época de las flores ya nos pille un poco lejos y que, como siempre ocurre, determinados elementos estuvieron a punto de dar al traste con el fundamento de este tipo de reuniones, es decir, el ambiente. Es imposible evaluar el número de asistentes.

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