La ceja y el KO
Repaso las biografías de los ministros en funciones. Intento adivinar si alguno de ellos podría ejercer de testigo de la Historia; el modelo para medirlos sería Jorge Semprún. Tras pasar por Cultura, escribió Federico Sánchez se despide de ustedes. Otra autobiografía, con la particularidad de que incluía apuntes de algunos Consejos de Ministros a los que asistió, chascarrillos de los encuentros previos y un retrato cruel del vicepresidente, Alfonso Guerra.
Imaginen: un alevín de Semprún describiendo la crepuscular reunión en La Moncloa del 2 de diciembre, cuando el Ejecutivo aparcó el reglamento de la norma antidescargas, la baqueteada ley Sinde.
No soy parte directamente afectada. Como todos, me aprovecho ocasionalmente de la oferta ilegal de la Red. Como algunos, entiendo que este paraíso del gratis total está teniendo un coste devastador para la industria cultural y, sospecho, para la creatividad. Admiro el cuajo de esos expertos que cacarean que "cuando una obra se descarga gratuitamente, genera más dinero". Será cierto, aunque contradice lo que veo a mi alrededor.
Enfrentada a lo imparable, Suiza ha preferido legalizar las descargas
Columnistas lúcidos me avisan que la ley Sinde atentaría contra la libre expresión, la privacidad, los nuevos modelos de negocio. Debo creerlos, conozco abusos ocurridos en EE UU con legislaciones similares. Pero otros comentaristas fiables se carcajean ante el despiste tecnológico de la norma ministerial y aseguran que será burlada inmediatamente. Así que sigo ignorando si estábamos ante el desembarco en Normandía o era una maniobra de despiste.
Puede que todo no pasara de pantomima para engatusar a los interesados y a la Embajada de Estados Unidos (es quién manda, insistían los activistas). Pero lo que ha transcendido suena más a escenificación berlanguiana de la chapuza nacional. Tres años después de la materialización de la Ley de Economía Sostenible, los titulares de Justicia y Economía descubren a última hora obstáculos para su aplicación; sus intervenciones pretendían salvar la cara de un Ejecutivo aterrado por la impopularidad de la ley Sinde.
Es útil saberlo. Abundan los gobernantes que actúan según las encuestas; al menos, estas tenían pretensiones científicas. Ahora mandan los trending topics. Importante: unos tuiteros decididos pueden hacer tambalear a todo un Consejo de Ministros, aparentemente comprometido con el derecho de autor. O la limitación del aborto o la derogación del matrimonio gay, pensando en el futuro.
No se engañen: la política es también el arte de disimular la ingratitud. Zapatero llegó a la Moncloa, y repitió, con el respaldo activo de un sector muy visible de la gente de la cultura, alías el clan de la ceja. José Luis parecía creer en la necesidad de fortalecer las industrias culturales, misioneros de la expansión del español. Pretendía asumir la defensa de la excepción cultural, frente a las imperiales multinacionales del entretenimiento.
Todo fachada, obviamente. Mientras se indultaba a un banquero, la cultura se descubría seducida y abandonada. Los escasos fieles sugieren que lo del 2 de diciembre fue una estocada fina: el traspaso de una reglamentación antipática al PP. A tal grado de irresponsabilidad e incoherencia hemos llegado que disfrazan de alta política lo que no pasa de maquiavelismo barato.
Hace unos días, me asombraba el pragmatismo del Consejo Federal helvético. Al descubrir el porcentaje de suizos que se bajan música, películas y juegos (no mencionan los libros), ha decidido simplemente legalizar las descargas. Aquí preferimos la hipocresía, como en las drogas: digamos que convendría la legalización y dejemos todo como está.
Y no, no veo un Semprún en el Gobierno actual. Por lo que sé, solo Ángeles González-Sinde se declaraba admiradora. No vale: ella fue precisamente víctima del aquelarre del 2 de diciembre. Y le falta la arrogancia gala de su predecesor.
Babelia
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