En la cámara acorazada de los Uffizi
- El almacén secreto del museo florentino alberga casi 3.000 tesoros artísticos
"Si tuvieran piernas, estoy seguro de que se refugiarían por sí solas en este paraíso". Antonio Natali, director de la Galería de los Uffizi, joya de la corona de las pinacotecas italianas, habla de las obras conservadas en el museo estatal más visitado del país (1.530.000 entradas lo avalan) como si fuesen criaturas humanas, con sus necesidades, sus antojos y sus intolerancias. "Aquí no les hiere la luz del día, no padecen cambios de temperatura o humedad y, sobre todo, no son víctimas de las fotos robadas". El paraíso que Natali regalaría sin dudarlo a los cuadros es el depósito del museo. Un lugar que también recibe el nombre de La Reserva y alberga casi 3.000 obras repartidas en una treintena de salas cerradas al público en el segundo piso de un edificio cercano. Era el sitio en el que los florentinos acuñaban sus monedas en el Renacimiento y hoy es uno de los secretos mejor guardados de una ciudad plena de misterios.
Este lugar es uno de los secretos mejor guardados de la ciudad Las telas tapizan las paredes desde el suelo hasta las bóvedas del techo
En la ruta asoma una tela dañada por un atentado de la Mafia en 1993
Natali: "Las obras esperan aquí a que la época les vuelva a ser propicia"
Dentro de poco, un centenar de estas piezas podrá ser contemplado junto a la asombrosa sucesión de obras maestras de Botticelli, Leonardo, Bronzino o Miguel Ángel que hacen de los Uffizi uno de los museos más impresionantes del mundo. Será cuando terminen las obras de las nuevas galerías, hoy ocultas por los andamios.
Hasta que llegue su gran día, aguardan al final de una escalera de 39 peldaños, arriba, donde suelen esconderse los paraísos terrenales. Pocos de los que bajo las ventanas de La Reserva aguardan la cola interminable para ingresar en el museo, saben de la existencia de este lugar, donde las obras cuelgan a quadreria, es decir, forrando las paredes por completo, como si fueran piezas de un mosaico que las tapizase del suelo a las bóvedas del techo.
Estas son las pinturas que se han ido acumulando en la vida secular del museo. "Algunas van a ser expuestas en los Nuevos Uffizi, cuando terminen las obras. Otras se van a quedar esperando. No todas son de primer nivel artístico y, sin embargo, siempre resultaron testigos de excepción de su época y autor. Están aquí como en un asilo". Natali enseña unas tablas del siglo XVIII con parches; esperan su turno para la restauración. También asoma uno de los lienzos lesionados de forma irrecuperable cuando la Mafia mató en 1993 a cinco personas con una bomba colocada en la contigua vía de Georgofili. Esas son, con todo, las excepciones: las demás criaturas gozan de perfecta salud y, cuales volúmenes de una biblioteca, aguardan pacientemente con sus compañeras. Un pequeño cartel cuelga de un lado con el número de catálogo de cada una de ellas.
El orgullo hace detenerse un instante a Natali frente a un retrato de un joven de mirada oscura e intensa: "Este fue atribuido a Caravaggio. Creo que por error". Los violentos claroscuros barrocos del cuadro traen a la cabeza del director una anécdota: "Las reservas son el pulmón que otorga oxígeno a los grandes museos como este. Hasta principios del siglo pasado, Caravaggio y los pintores del seicento no tenían buena prensa y estaban arrinconados en los depósitos. Cuando cambió la percepción, subieron para ser expuestos. Las obras esperan su momento, esperan que la sensibilidad estética de la época les resulte propicia. En este lugar el gusto se decanta y destila. Como le pasa a un buen chianti en su bodega".
Más allá de las tendencias, en este lugar se guardan tesoros que en cualquier otro museo serían atracciones de primer orden. Tales son los casos de Venus y Cupido con un perro y una perdiz, de Tiziano; Concierto campestre, de Il Guercino, o Virgen con el niño, atribuida a principios del siglo XX a Sandro Botticelli (pese a que durante mucho tiempo se creyera que era obra de un desconocido pintor florentino).
En el poco probable caso de que el avezado visitante español de exposiciones artísticas franquee la puerta de La Reserva (recibe muy pocas visitas y siempre resultan muy selectas), acaso sople para él un cierto aire de familiaridad. Algunas de las obras aquí guardadas integraron la muestra El pan de los ángeles. Colecciones de la Galería de los Uffizi. De Botticelli a Luca Giordano, que en 2008 visitó Madrid y Barcelona en los centros de CaixaForum.
Porque sí, estos tesoros escondidos salen de vez en cuando de viaje. O reciben visitantes. Si un estudioso o un pequeño grupo quiere admirar una obra en particular, puede cursar una petición a la secretaría de los Uffizi. "Además, en Navidad organizamos una exposición que llamamos de Los nunca vistos durante la cual exhibimos un puñado de nuestros tesoros escondidos", explica el director. "También montamos monografías por autor o por temas en espacios expositivos de los pueblos toscanos", dice mientras ante el catálogo del Ghirlandaio en Scandicci (Florencia) o de Giovanni Martinelli, otro pintor autóctono, en Montevarchi (Arezzo).
Algunos de estos recorridos artísticos también se exportan al extranjero si un museo internacional se presta como anfitrión con garantías. Entonces, incluso sin esos pies que les otorgaría gustoso Natali, las piezas viajan. Y después, los cuadros, como flaneurs absortos y cansados, vuelven a casa. A su paraíso particular.
Babelia
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